Aunque preocupado por la situación actual, Andrea Riccardi reconoce que la obligada distancia física impuesta por la pandemia nos ha hecho descubrir que “la felicidad es un pan para comer juntos y que no nos salvamos solos”. También que este virus no hace distinciones y, por eso, “hace falta responsabilidad e inclusión” con los más de 50 millones de personas en el mundo que “están aún más expuestas” por su vulnerabilidad, advierte el fundador de la Comunidad de Sant’Egidio.
PREGUNTA.- ¿Cómo vive esta pandemia?
RESPUESTA.- Con preocupación e inquietud. Siento, como todos, el profundo pesar de no poder reunirme con mis amigos, los pobres, las personas a las que amo y con las que mantengo un lazo. Echo en falta celebrar la liturgia, corazón de nuestra vida de fe, y visitar a los que están más lejos, las comunidades de Sant’Egidio en el mundo.
P.- ¿Qué lectura hace de todo ello?
R.- A pesar del malestar que sentimos, estamos aprendiendo el sentido del límite. Han sido días difíciles y dolorosos, sobre todo para quienes han sufrido en persona y en su familia, para los ancianos que han muerto en residencias sin el consuelo de sus seres queridos y sin un funeral. Con todo, estos días de silencio vemos más claro que nos alejamos de una vida fuera de tono, del uso agresivo de las palabras y de un sentimiento de omnipotencia personal.
P.- Italia y España, hermanadas en la desgracia. ¡Qué dramática trayectoria casi paralela!…
R.- Yo abriría la mirada a toda Europa, porque no hay país que no haya sufrido los azotes de la pandemia. Ante esta emergencia imprevista no hay fronteras ni se sostienen distinciones habituales entre países del norte y del sur; estamos todos en la misma barca –como dijo el papa Francisco– y la respuesta debe ser solo una: solidaridad, y ser conscientes de nuestro destino común. Pero el doloroso destino que ha unido a España e Italia me hace pensar en otros aspectos que nuestros países tienen en común: ¡tenemos que reflexionarlo juntos!
P.- Como historiador, ¿cree que esta vivencia nos cambiará?
R.- Muchos ya están lidiando con este tema: ¿la pandemia nos inculcará más miedo y desconfianza hacia los demás o será la oportunidad de descubrir que nos necesitamos unos a otros? Esta dura experiencia ya nos ha cambiado, al menos un poco. En los últimos años, había crecido en el mundo el distanciamiento entre personas y pueblos. En muchas culturas hemos asistido a una relajación de los lazos familiares, sociales y humanos. Tal vez, la obligada distancia física, paradójicamente, nos ha hecho descubrir que la felicidad es un pan para comer juntos y que no nos salvamos solos. En esta situación nos tenemos que distanciar, respetar las reglas, pero eso no significa que seamos enemigos unos de otros. Debemos y queremos remar juntos.
P.- El “plan para resucitar” que propone el papa Francisco en ‘Vida Nueva’, ¿es una utopía?
R.- En absoluto. Es una extraordinaria lectura de la realidad a la luz del Evangelio de la resurrección. Como decía Gregorio Magno, la Escritura crece con quien la lee, es decir, se amalgama con la historia y ayuda a darle un sentido y una orientación. El Papa habla de este presente atormentado como de un “tiempo propicio para encontrar la valentía de una nueva imaginación de lo posible, con el realismo que solo el Evangelio nos puede dar”. Y así es: en el sufrimiento de este tiempo también hemos visto surgir un sentido de responsabilidad (pienso en quienes ayudan a los pobres cada día), dedicación (pienso en el personal sanitario, entre otros) y voluntad de construir un mundo mejor que el de antes. Pero hay que ponerse manos a la obra dejando el fatalismo y la pereza. Hay que tener la valentía de cambiar: no se hará en un día; será un proceso gradual. (…)
P. ¿Qué opina de la gestión de los políticos en esta crisis?
R.- Me sorprendió que al principio no se vieran reflejados en las situaciones dramáticas de quienes se habían visto afectados primero por el COVID-19. Algunos países actuaron tarde. Aunque en Italia la situación era ya dramática, costó aplicar medidas restrictivas. En Europa se ha avanzado erráticamente y se ha perdido un tiempo muy valioso para salvar vidas. Este es el momento de la unidad, no de divisiones. Me preocupa también el uso que hacen de la pandemia algunos países para restringir los derechos civiles y los espacios de democracia representativa. (…)