El Papa ha dirigido un mensaje en el que marca la hoja de ruta en los próximos años para las Obras Misionales Pontificias, o lo que es lo mismo, las entidades eclesiales responsables de coordinar la acción de los misioneros en los cinco continentes. Además de animar y alentar “su contribución siempre preciosa al anuncio del Evangelio”, Francisco ha formulado los que podrían considerarse los siete ‘mandamientos’ o “rasgos distintivos de la misión”, que viene a desarrollar los puntos esenciales de su exhortación programática ‘Evangelii gaudium’.
Vida Nueva recoge estas pautas de hacer y ser en la misión ‘ad gentes’ establecidas por el sucesor de Pedro:
“La Iglesia –afirmó el papa Benedicto XVI– crece en el mundo por atracción y no por proselitismo (cf. Homilía en la Misa de apertura de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13 mayo 2007: AAS 99 [2007], 437)”, recuerda Francisco. Además, se muestra convencido de que “cuando uno sigue a Jesús, contento por ser atraído por Él, los demás se darán cuenta y podrán asombrarse de ello. La alegría que se transparenta en aquellos que son atraídos por Cristo y por su Espíritu es lo que hace fecunda cualquier iniciativa misionera”.
Para el Papa, “la predilección amorosa del Señor nos sorprende, y el asombro —por su propia naturaleza— no podemos poseerlo por nosotros mismos ni imponerlo. No es posible ‘asombrarse a la fuerza’. Sólo así puede florecer el milagro de la gratuidad, el don gratuito de sí. Tampoco el fervor misionero puede obtenerse como consecuencia de un razonamiento o de un cálculo”. Francisco va más allá: “Y resulta inútil —y, más que nada, inapropiado— insistir en presentar la misión y el anuncio del Evangelio como si fueran un deber vinculante, una especie de “obligación contractual” de los bautizados”.
“Nunca se podrá pensar en servir a la misión de la Iglesia con la arrogancia individual y a través de la ostentación, con la soberbia de quien desvirtúa también el don de los sacramentos y las palabras más auténticas de la fe, haciendo de ellos un botín que ha merecido”, defiende el obispo de Roma. Es más, subraya que “no se puede ser humilde por buena educación o por querer parecer cautivadores. Se es humilde si se sigue a Cristo, que dijo a los suyos: ‘Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón’ (Mt 11,29)”.
Francisco se muestra contudente al abordar esta cuestión: “’Salir’ en misión para llegar a las periferias humanas no quiere decir vagar sin dirección ni sentido, como vendedores impacientes que se quejan de que la gente es muy ruda y anticuada como para interesarse por su mercancía. A veces se trata de aminorar el paso para acompañar a quien se ha quedado al borde del camino”.
Con este punto de partida, recuerda que “la Iglesia no es una aduana, y quien participa de algún modo en la misión de la Iglesia está llamado a no añadir cargas inútiles a las vidas ya difíciles de las personas, a no imponer caminos de formación sofisticados y pesados para gozar de aquello que el Señor da con facilidad. No pongamos obstáculos al deseo de Jesús, que ora por cada uno de nosotros y nos quiere curar a todos, salvar a todos”.
El Papa expone en el documento misionero que “Jesús encontró a sus primeros discípulos en la orilla del lago de Galilea, mientras estaban ocupados en su trabajo. No los encontró en un convenio, ni en un seminario de formación, ni en el templo. Desde siempre, el anuncio de salvación de Jesús llega a las personas allí donde se encuentran y así como son en la vida de cada día”.
Para el Pontífice, “no se trata de inventar itinerarios de adiestramiento ‘dedicados’, de crear mundos paralelos, de construir burbujas mediáticas en las que hacer resonar los propios eslóganes, las propias declaraciones de intenciones, reducidas a tranquilizadores ‘nominalismos declaratorios’”. A continuación, comenta que “en la Iglesia hay quien continúa a evocar enfáticamente el eslogan: “Es la hora de los laicos”, pero mientras tanto parece que el reloj se hubiera parado”.
El Papa llega a considera que “el santo Pueblo de Dios reunido y ungido por el Señor, en virtud de esta unción, se hace infalible ‘in credendo’”. ¿En qué lo argumenta? “La acción del Espíritu Santo concede al Pueblo de los fieles un “instinto” de la fe —el ‘sensus fidei’— que le ayuda a no equivocarse cuando cree lo que es de Dios, aunque no conozca los razonamientos ni las formulaciones teológicas para definir los dones que experimenta”, expone.
“La predilección por los pobres no es algo opcional en la Iglesia”, insiste con rotundidad. Con este punto de partida, explicita cómo “hay en la Iglesia muchas situaciones en las que el primado de la gracia se reduce a un postulado teórico, a una fórmula abstracta. Sucede que muchos proyectos y organismos vinculados a la Iglesia, en vez de dejar que se transparente la obra del Espíritu Santo, acaban confirmando solamente la propia autorreferencialidad. Muchos mecanismos eclesiásticos a todos los niveles parecen estar absorbidos por la obsesión de promocionarse a sí mismos y sus propias iniciativas, como si ese fuera el objetivo y el horizonte de su misión”.