“¡Cuántas personas y familias quedan a la intemperie! De la noche a la mañana, en un salto brusco han caído en una inseguridad económica y social inédita: sin recursos, sin trabajo, hasta sin alimentos. Ha sido un parón de actividades con un bajón de recursos que nos ha debilitado. El nivel de vida y de bienestar ha descendido para todos”. Son las palabras del cardenal arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez, que ha reflexionado sobre el trabajo digno en su última carta pastoral.
“La solidaridad se muestra en la distribución del trabajo disponible. No es el ideal vivir subvencionados; una persona desea contribuir con su esfuerzo al bien de la sociedad. ¿Cómo no va a sentirse humillada con el aplazamiento indefinido de su incorporación al mundo del trabajo digno y estable? ¿No se sentirá frustrada porque se le niega esta forma de solidaridad? ¿No acumulará indignación contra la misma sociedad?”, se pregunta el purpurado.
En su carta, Blázquez admite comprender “el esfuerzo de reflexión y de iniciativa para responder a la situación social, económica, empresarial y laboral en que nos ha sumido la epidemia global”. Y continúa: “La aflicción de su pueblo conmueve el corazón de Dios. Está con nosotros en la tribulación; no es sordo a nuestros gritos ni ciego a nuestras penalidades. El “silencio” de Dios debe ser interpretado desde la cruz de su Hijo Jesucristo”.
Para el prelado, “no es un sarcasmo hablar de la dignidad del trabajo, cuando se ha precipitado desde unas cotas lentamente alcanzadas a una situación que ha despojado a tantos varones y mujeres, familias enteras”. Así, recuerda algunas características del trabajo según la Doctrina Social de la Iglesia: “Persona y trabajo son inseparables; no es legítimo ‘robotizar’ el trabajo personal. Las máquinas, los avances técnicos, no pueden excluir a las personas”.
Del mismo modo, reconoce que “el trabajo es la forma digna de ganarse el pan el hombre y su familia. El trabajo es derecho humano y deber solidario. El trabajo es también realización de la persona; la comodidad elevada a ideal de vida introduce al hombre en la indolencia, la desgana, el deterioro personal y el sopor de la vida; sin el esfuerzo se entumece la persona. El trabajo de los hombres mejora el mundo, favorece las condiciones de la humanidad y deja a las generaciones venideras un nivel más alto en el desarrollo de la historia”.
Continuando citando la Doctrina Social de la Iglesia, Blázquez sostiene que “el trabajo tiene una dimensión personal, familiar, social y humana. El trabajo es condición de una vida digna del hombre. La privación prolongada del trabajo, la extenuación laboral, la ausencia de reconocimiento de su valor, las permanentes condiciones precarias, la inseguridad constante repercuten negativamente en la vida digna del hombre”.