Santiago del Cura Elena es el único español miembro de la nueva comisión de estudio para el diaconado femenino. El Papa hizo público hace poco más de un mes los nombres de los 10 estudiosos que iban a retomar la cuestión. Entre ellos, el profesor de la Facultad de Teología del Norte de España –Sede de Burgos– y de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA). Vida Nueva charla con el sacerdote y teólogo, quien es experto en la reflexión teológica sobre el ministerio diaconal. Académico de Número, formó parte de la Comisión Teológica Internacional y fue redactor del documento ‘El diaconado: Evolución y perspectivas’.
PREGUNTA.- ¿Cómo acoge este encargo papal?
RESPUESTA.- Lo he acogido con sorpresa y disponibilidad. Hace algún tiempo se me preguntó si podría colaborar en una comisión de estudio y respondí afirmativamente, como por otra parte he hecho ante tales peticiones siempre que me ha sido posible. Luego vino la publicación de la lista de los integrantes de la comisión a comienzos de abril. Tal vez pensaron en mí por algunos estudios relativos al diaconado y por haber formado parte de la subcomisión que, durante mi pertenencia a la Comisión Teológica Internacional (1997-2009), se encargó de elaborar el documento relativo al diaconado (‘El diaconado: evolución y perspectivas, 2003’).
P.- El coronavirus ha impedido que la comisión se reúna…
R.- Ciertamente la pandemia del coronavirus y las limitaciones consiguientes han hecho que todas estas tareas se retrasen. Pero esperemos que de aquí a finales de año las circunstancias vayan mejorando y puedan reanudarse todo tipo de actividades.
P.- La primera comisión para el diaconado femenino concluyó sin un acuerdo claro, como el propio papa Francisco ha reconocido. Parece que luego, en la exhortación postsinodal ‘Querida Amazonia’ cerraba la puerta…
R.- El documento de la comisión anterior no se ha hecho público, ya que al parecer era un informe reservado para el papa Francisco. Él mismo, sin embargo, se refirió a la falta de un acuerdo unánime entre los miembros de la comisión. Lo cual no es una sorpresa, dada la divergencia notable entre los estudiosos del tema respecto a la interpretación y a la valoración teológica de los textos antiguos; si habrían de interpretarse como textos a favor de un rito bendicional (semejante a los llamados “sacramentales” en el lenguaje teológico) o más bien a favor de una ordenación propiamente sacramental (equiparable al diaconado masculino).
Por lo que hace al Sínodo sobre la Amazonia, es cierto que hubo voces entre los participantes (y más aún en otros ambientes eclesiales fuera del Sínodo) favorables a una reinstauración actual del diaconado femenino. Pero en el documento final no se menciona específicamente el tema. En todo ello se hallan implicadas no solo cuestiones históricas, sino también teológicas.
Es deseable no contentarse con simplificaciones. Desde el comienzo del cristianismo las mujeres han llevado a cabo un conjunto de tareas diaconales (de servicio), enorme en su amplitud, variedad y riqueza. En algunos casos y para determinadas tareas recibían la imposición de manos acompañada de la invocación del Espíritu Santo. Pero este gesto ritual, bien solo o bien con el texto oracional, no equivale necesaria y automáticamente a una ordenación en sentido sacramental (por lo demás tampoco hoy día). De ahí las dificultades objetivas a la hora de discernir el alcance teológico de los textos antiguos llegados hasta nosotros.
P.- Ahondando en la cuestión, ¿cómo existían las diaconisas en la iglesia primitiva?
R.- La primera mención de una mujer, llamada Febe, a la que se aplica el calificativo de “la diácono” (artículo femenino más substantivo masculino) se halla en Rom 16, 1; pero basta recurrir tanto a las distintas traducciones del texto en diversas lenguas (también en las distintas confesiones cristianas) como a los comentarios respectivos, para constatar las oscilaciones en el sentido dado al término (desde el sentido genérico de servidora o ministra hasta el específico de diácono). Otras denominaciones posteriores serán las de “diácona” y “diaconisa”. En los dos primeros siglos no hay mucha documentación, pero esta se hace más numerosa a partir del siglo III.
Con una riqueza mayor en la tradición de las iglesias orientales (siria, bizantina, armena) y menor en la tradición de la Iglesia occidental, si bien aquí hay textos rituales que se prolongan hasta bien entrada la Edad Media. Y por lo que hace a las tareas desempeñadas nos hallamos ante una gran diversidad, que impide reducirlas a una función única. Así, con variaciones según los diversos contextos eclesiales, sociales y culturales a lo largo de los siglos, sus tareas habrían sido las siguientes: ayudar en el bautismo de las mujeres adultas, por razones de decoro y respeto, especialmente en la unción corporal con el óleo consagrado; atención a las mujeres enfermas y cuidado especial de los pobres; tareas en el ámbito de la formación catequética y pastoral; en algunos casos se las ubica muy cerca del orden de las viudas, importante en los primeros siglos de la iglesia; otras veces terminan prácticamente asimiladas a lo que llamaríamos hoy abadesas de monasterios…
P.- Como teólogo, ¿cree necesario y/o avala que la Iglesia confíe este ministerio a las mujeres?
R.- La posible reinstauración de un diaconado femenino en la Iglesia nunca podría ser una reinstauración de anticuariado. Cualquier mujer puede desempeñar hoy día en los distintos ámbitos de las comunidades cristianas más funciones que las diaconisas en los primeros siglos, sin que para ello necesite ordenación ninguna. Inspirarse, por tanto, en ministerios antiguos debería servir para recrear ministerios femeninos adecuados a las necesidades y desafíos en la vida eclesial y en la misión evangelizadora. A este respecto las posibilidades son muchas y en el futuro deberán ser aún mucho mayores.
Por otro lado, el diaconado femenino es reclamado hoy desde instancias actuales, como condición paritaria de igualdad entre hombres y mujeres; es decir, como un camino para reconocer eclesial y públicamente el importante papel de las mujeres en la iglesia. De la necesidad de este reconocimiento apenas puede haber dudas. Las dificultades surgen con el alcance sacramental que habría de otorgarse a este diaconado femenino; es decir, con su integración dentro del sacramento del orden. Si esto llevara consigo a la retractación de lo establecido por el papa Juan Pablo II en ‘Ordinatio sacerdotalis’ respecto al acceso de las mujeres al sacerdocio ministerial, entonces las dificultades serían muy grandes. El mismo papa Francisco ha dicho en varias ocasiones que esta puerta está cerrada.
P.- Francisco subraya que los diáconos “no son sacerdotes de segunda categoría”. Más allá de las mujeres, ¿los diáconos son en la actualidad un “parche” ante la falta de vocaciones sacerdotales?
R.- De sacerdotes de “segundo orden” hablan algunos rituales de ordenación y algunos textos teológicos, pero aplicado a los presbíteros en su relación con el sacerdocio de los obispos; expresión que causa un cierto malestar entre los presbíteros y que necesita ser explicada para insertar adecuadamente el presbiterado dentro del sacramento del orden. Aplicada a los diáconos la expresión tiene una mayor razón de ser, pues no son “sacerdotes” ni de segunda ni de primera; se trata de un ministerio distinto.
La reinstauración del diaconado permanente, en cualquier caso, constituye una de las grandes novedades del Vaticano II, con la posibilidad de acceso para personas casadas. Es además una gran aportación para las necesidades de la Iglesia católica en estos momentos, en los que su número ronda los 47.000. Y, aunque las urgencias pastorales y la precariedad de presbíteros disponibles han podido llevar a ello, es una equivocación comprender su tarea y su ministerio como remedio a la escasez de presbíteros. De ese modo ni se remedian las carencias (en rigor teológico un presbítero solo puede ser sustituido por otro presbítero) ni se otorga al diaconado un perfil eclesial, teológico y pastoral adecuado.
Es cierto que en la teología actual del diaconado sigue habiendo cuestiones teológico pastorales pendientes, necesitadas de esclarecimientos ulteriores. Pero esto no impide reconocer la gran aportación que con sus tareas están haciendo ya los diáconos permanentes en la Iglesia actual, sobre todo cuando su horizonte va más allá de los límites parroquiales y se amplía hacia funciones supraparroquiales. También en este caso el retorno al diaconado permanente de los primeros siglos ha servido para recrear hoy un ministerio diaconal adecuado a las necesidades actuales y abierto a posibles desarrollos futuros. Hay, a fin de cuentas, muchos motivos para estar agradecidos por este renovado ministerio eclesial.