España

Las hermanas de la Sagrada Familia de Burdeos viven Laudato si’ en Florida de Liébana





No es extraño, en la historia de la Vida Religiosa, encontrar a una monja empuñando la azada para cultivar la huerta del monasterio. En los tiempos de ‘Laudato si’’, del acompañamiento de las gentes del campo y de la España rural, la estampa es profecía de un estilo de vida evangélico y alternativo que reivindica un sistema de producción y consumo que dignifica al eslabón débil de la cadena. Esto es lo que se vive desde el 2 de enero de 2015 en varios pueblos del entorno de Florida de Liébana, en la vega del Tormes, a pocos kilómetros de Salamanca. Tres hermanas de la Sagrada Familia de Burdeos –Ana Cortés, Tere Florensa y Croti Trapero– acompañan a diario a los ancianos del entorno, visitan huertos, colaboran en la transformación de productos de las huertas o ayudan a crear familia y sostener la esperanza que han perdido las personas de un mundo rural que se vacía a velocidad de vértigo.



Esta misión, que comenzó pocos meses antes de que Francisco firmase su encíclica más ecológica –auténtico espaldarazo a la espiritualidad que las religiosas quieren vivir–, encuentra su impulso en el propio carisma. Una propuesta llamada a recuperar un auténtico espíritu de familia y fraternidad y que desde sus inicios formaba a las mujeres del campo porque huían a la ciudad en busca de una vida mejor.

Fermento en el mundo rural

Hoy, la casa parroquial del pequeño pueblo de Pino de Tormes es un centro en el que se procesan productos agrícolas para su envasado y distribución. Es una de las muchas iniciativas en las que las hermanas colaboran como parte de la Asociación de Desarrollo del campo de Salamanca y la comarca de Ledesma y la Red de saberes y sabores del Bajo Tormes. Dos entes en los que, junto a diversos profesionales, y con el impulso del sacerdote Emiliano Tapia, buscan dignificar la vida de los excluidos de la sociedad a través de una recuperación de los valores que siempre han caracterizado al mundo rural.

La agricultura ecológica –la asociación cuenta con varias hectáreas cultivables en diferentes terrenos cedidos– son el campo de misión en el que distintas personas realizan su recuperación personal o las gentes del campo encuentran la esperanza que necesitan, a través de unas condiciones de vida laboral dignas, para seguir viviendo y trabajando sin tener que migrar a la ciudad.

Así, las religiosas han hecho una opción por un estilo de vida respetuoso con la Madre Tierra y quienes la cultivan, “una propuesta que ayuda a desaprender los valores y modos de vida” de la sociedad capitalista de nuestros días, señalan. Un modo de vida que excluye a la gente del campo y que se puede revertir apoyando proyectos de transformación comunitaria que devuelvan la identidad que los pueblos siempre han tenido. Por eso, “la misión más importante que tenemos es crecer en consciencia de la relación que hay entre el maltrato a la naturaleza y el empobrecimiento y la exclusión de grandes mayorías con nuestro modo de consumir diario”, añaden.

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