La Iglesia ha fijado en el 29 de mayo la memoria litúrgica de san Pablo VI. A Giovanni Battista Montini, ordenado sacerdote un día como hoy hace exactamente 100 años, le tocó vivir uno de los pontificados más complejos de nuestro tiempo. Pablo VI llego a la sede de Pedro tras una discreta vida como diplomático y el reto de pastorear la gran diócesis de Milán. Vida Nueva rescata algunos de sus textos que delinean su perfil renovador.
A Pablo VI le tocó confirmar y abrir la segunda sesión del Vaticano II. Entonces confirmó uno de los objetivos del concilio y de su pontificado: “Tratará el concilio de tender un puente hacia el mundo contemporáneo. Singular fenómeno: mientras la Iglesia, buscando cómo animar su vitalidad interior del Espíritu del Señor, se diferencia y se separa de la sociedad profana en la que vive sumergida, al mismo tiempo se define como fermento vivificador e instrumento de salvación de ese mismo mundo descubriendo y reafirmando su vocación misionera, que es como decir su destino esencial a hacer de la humanidad, en cualesquiera condiciones en que ésta se encuentre, el objeto de su apasionada misión evangelizadora”.
El concilio no solo ha propuesto una renovación teológica, sino que ha impulsado definitivamente la forma de entender la misión apostólica de la Iglesia. En este sentido, la exhortación apostólica ‘Evangelii nuntiandi’ canaliza todos los esfuerzos por traducir en acciones pastorales la eclesiología conciliar en sintonía con las inquietudes de la nueva humanidad.
Una visión global de la misión eclesial: “La evangelización es un paso complejo, con elementos variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado. Estos elementos pueden parecer contrastantes, incluso exclusivos. En realidad son complementarios y mutuamente enriquecedores. Hay que ver siempre cada uno de ellos integrado con los otros”.
La pregunta clave del Vaticano II fue: “Iglesia, ¿quién eres, qué dices de ti misma?”. Frente a reinterpretaciones más interesadas en la nostalgia que en los signos de los tiempos, Pablo VI trazó las pistas que debe seguir la Iglesia en los tiempo nuevos en su primera encíclica: ‘Eclesiam Suam’.
Una comunidad marcada por la puesta al día y no por el inmovilismo: “Nos sentimos alegres y confortados al observar que un diálogo así en el interior de la Iglesia y hacia el exterior que la rodea ya está en movimiento: ¡La Iglesia vive hoy más que nunca! Pero considerándolo bien, parece como si todo estuviera aún por empezar; comienza hoy el trabajo y no acaba nunca”, concluía.
La reforma de la liturgia fue uno de los aspectos más visibles del pontificado de Pablo VI. Heredera del Movimiento Litúrgico, el Papa impulsó que los pasos dados en este campo se imbuyeran auténticamente del espíritu conciliar más allá, incluso, de algunas tímidas insinuaciones del documento que fue el primero aprobado por la asamblea conciliar.
Su encíclica ‘Mysterium fidei’ es una gran invitación a redescubrir el sentido profundo de la eucaristía más allá de los críticos de los primeros momentos. “Así, pues, para que la esperanza suscitada por el Concilio de una nueva luz de piedad eucarística que inunda a toda la Iglesia, no sea frustrada ni aniquilada por los gérmenes ya esparcidos de falsas opiniones, hemos decidido hablaros, venerables hermanos, de tan grave tema y comunicaros nuestro pensamiento acerca de él con autoridad apostólica”, advertía sin miramientos.
Dentro del diálogo con la modernidad, Pablo VI incorporó en su reflexión muchos elementos de la biología, la psicología o la sociología para poder proponer de forma más clara al mundo actual la defensa de la dignidad humana.
La vida surge de la fuerza del amor, por eso Pablo VI, en su última encíclica ‘Humane vitae’ subrayó precisamente que “el amor es total, esa singular forma de amistad personal en la que marido y mujer comparten generosamente todo, sin permitir excepciones no-razonables y no pensando únicamente en su propia conveniencia. Quién realmente ama a su pareja, ama no solo por lo que recibe, sino porque ama a la pareja, por el propio bien de esta, para poder enriquecer al otro con el don de sí mismo”. Un amor que debe enfrentarse ante cualquier política materialista que trate de instrumentalizar a las personas.