“Yo no era creyente y en la universidad me acerqué a la fe con la física cuántica, la física atómica”, confiesa Gonzalo Bravo al periodista de Kairos News en la tranquila, larga y sin censura entrevista para ese medio digital.
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Así explica esa experiencia: “Percibí que en el mundo atómico las cosas no se ven y existen. Con el principio de indeterminación de Heisenberg, que dice que no se puede determinar al mismo tiempo la velocidad y el desplazamiento, que los tiempos son relativos, los espacios son curvos… Entonces, empezó a caer toda la línea materialista que traía en mi mente. Y comencé a ver que, más allá de la nada, estaba el todo. Ahí se me acabó el sistema materialista. Y a partir de la ciencia, de la razón, comencé a pensar que había algo que tendría que haber orquestado esto y que no era casualidad que el universo hubiera estado en movimiento. Así llegué racionalmente a algo poderoso. Creo que fue don de Dios que este algo después fuera Alguien. Y este poderoso fuera amoroso. Fue un don de Dios”.
El poder del amor
A la pregunta si pasó del poder al amor, Bravo responde: “Sí, exactamente. Y es por eso que tengo tan claro que el amor al poder es la destrucción del cristianismo y de la vida humana. En cambio, el poder del amor es la construcción de la vida humana y la cristiandad. Son dimensiones para mí tan dolorosas. Creo que una gran crítica a la Iglesia Católica hoy y con mucha, mucha razón, es que se le entregó un poder que no salva, un poder que tortura y oprime. Y eso es justamente la quintaesencia de lo que es el cristianismo”, afirma.
Consultado por las diferencias entre ser sacerdote y ser obispo dice que ha sido “muy crítico de la estructura jerárquica de la Iglesia, y no creo que sea distinto ser obispo que ser sacerdote, todos somos pueblo de Dios con distintas funciones. Somos hijos e hijas de Dios y me parece que eso es lo principal. La diferencia es de los carismas que están al servicio de la comunidad. Y si esos carismas no se ponen al servicio de la comunidad, no son de Dios”.
En la entrevista se lo presenta como hijo de padre campesino, comunista, que se casó con la hija del comandante en jefe de la Armada de Chile, mujer de derecha. “Ellos tuvieron un matrimonio súper bonito. Se conocieron mediante el folclore, y mi mamá hizo la opción de vivir esa vida con mi papá. Estuvieron enamorados hasta la muerte”, confiesa el obispo electo.
La Iglesia, unida en pluralidad y diversidad
Relata que fue en la Universidad Federico Santa María, donde estudió ingeniería civil, que le cambió la vida. Luchó como todos los universitarios de esa época contra la dictadura militar. Fue allí donde se encontró con Dios. Se hizo cristiano “porque mi mamá fue catequista, y había una cultura cristiana y cuando yo estaba terminando mi tesis en la Santa María, mi hermano me dio un libro, Las confesiones de San Agustín”.
Como sacerdote ha trabajado en sectores populares y muy inserto en grupos de base donde muchos integrantes han sido parte de las manifestaciones sociales recientes en Chile. A la pregunta “¿qué opina de esa iglesia más de base, que da testimonio de Jesús?” responde: “La Iglesia es una sola. Es un pueblo diverso, plural, unido en la pluralidad y en la diversidad. Que tenemos distintos carismas. Que hay distintas formas de decir, hay distintos roles. No todos son apóstoles, no todos enseñan, no todos están en la Plaza Dignidad. No todos están en los monasterios, en los colegios, en los hospitales, en las cárceles. Una eclesiología que no es cristológica puede ser una ideología. Y la cristología es el cuerpo de distintos miembros, de una mano, un dedo, un ojo que todo sirve para el funcionamiento del cuerpo”.
Apoyo y servicios
Estos últimos años ha sido párroco en un sector duro de Valparaíso y en su parroquia se acoge a alcohólicos, prostitutas, drogadictos. “En nuestra comunidad hay gente que tiene problemas de alcohol, drogas, de ganarse el sustento”, afirma. “Siento que hemos congregado ahí al mismo Jesucristo y hemos creado una estructura de apoyo y de servicio. Para nosotros es una alegría servirnos mutuamente y nos ayudamos. Otras veces nos distanciamos, como en una familia. Esa es la dimensión de la eclesiología que yo entiendo. No solamente una eclesiología de comunión con quienes estamos súper bien con Dios, sino una comunión con gente que muchas veces han sufrido, que son dolientes. Que en el fondo no es exclusivo ni excluyente”.
Entusiasmado por lo hecho en su actual parroquia, confiesa que “me ha tocado la comunidad La Matriz, donde hay una integración súper hermosa. Uno si, efectivamente, siendo pobre, puede estar en La Matriz, siendo rico también. No hay discriminación de algún tipo y eso es lo que Dios quiere para su pueblo, que se congregue, sirva y alabe, que se deje influir por él. Es un proceso pascual, desde mi muerte se busca la resurrección”.