Si alguien pensaba que el estado de alarma rebajaría la agenda del cardenal arzobispo de Madrid, se equivocaba. En una misma mañana, reparte juego con el canciller, participa en un coloquio virtual y conversa con Vida Nueva. Mientras, los ‘whatsapps’ saltan a mansalva. Contestará a todos. Aunque toque regatear horas a la almohada. Eso sí, a la oración no le resta un segundo. Es su oasis. Con 75 años recién cumplidos, ni se agobia ni le agobian. Ni se frena ni le frenan.
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PREGUNTA.- Algunos le quieren jubilar…
RESPUESTA.- Una vez más, he puesto mi vida a disposición de la Iglesia y del Santo Padre, como he hecho siempre. No soy un santo, pero, desde mi más tierna infancia sacerdotal, me he puesto al servicio de lo que se necesitara, en Santander, Orense, Oviedo, Valencia o Madrid. Por Derecho Canónico, a los 75 años debes presentar tu renuncia. Al escribir la carta, experimenté que, o pones la vida en manos de Dios, o eres un ingrato.
P.- En manos de Dios… y del Papa. ¿Tiene prisa por irse?
R.- No tengo ninguna prisa, pero haré lo que me manden.
P.- Tampoco los obispos parece que quieran apearle. En marzo le eligieron vicepresidente para los próximos cuatro años.
R.- No sé si se dieron cuenta de mi edad… Pero, sea lo que sea, estoy muy en paz para hacer lo que el Santo Padre quiera por el bien de la Iglesia. Sería una torpeza personal y existencial imponer mi criterio.
P.- Ya sabe que quienes insinúan ahora su jubilación llevan esperando su retirada desde que llegó a Madrid…
R.- Hay gustos para todo. Lo importante es ver cómo uno está por dentro. La conquista de los apóstoles no se hizo con la fuerza de sus ideas, sino porque se dejaron invadir por el Espíritu Santo. Si tienes el amor de Dios en tu vida, puedes emprender cualquier proyecto sin importar tu edad, circunstancias personales, el entorno…
P.- Intuyo que no pudo ni celebrar los 75 años con una pandemia que ha devorado Madrid…
R.- He intentado estar cerca de la gente, acompañando físicamente, por teléfono… No he hecho otra cosa que seguir los pasos del Papa. Por ejemplo, cuando vi que creaba una comisión del Dicasterio del Desarrollo Humano, lo extrapolé a Madrid creando unos grupos de trabajo que ya están funcionando. Son comisiones formadas por filósofos, políticos, comunicadores… Todo lo que vayamos recopilando tendrá su repercusión en el gobierno de la Iglesia de Madrid y en la carta pastoral del próximo curso, que estará centrada en Zaqueo. El Señor le dice que quiere entrar en su casa y, hoy más que nunca, la Iglesia debe entrar en las casas de todas las personas, los parados, las víctimas del COVID-19, los políticos…
P.- ¿Ha llorado mucho durante estos meses?
He llorado y me he emocionado. Llorar no es malo, es de hombres y mujeres a los que nos duelen las cosas por dentro. Me ha dolido encontrarme con dramas como el de una hija que me llamó para decirme que le entregaban las cenizas de su madre una semana después de fallecer sin haber podido despedirse. No pude permanecer indiferente cuando me lo contaba: “Al poner las cenizas en mi corazón, sentí que me decía: ‘Estate tranquila, ahora estoy en Él’”. También he derramado lágrimas ante el miedo tremendo de tantos mayores solos y al ver a los sacerdotes jugándose la vida. Y, por supuesto, he llorado cuando veía tantas situaciones de dolor a las que era incapaz de llegar.
P.- Al menos lo habrá intentado…
R.- Hemos reaccionado como hemos podido. Un día, cuando descubrí que había un grupo de jóvenes de América Latina que se habían quedado sin casa, llamé a un cura y le sugerí que abriera los locales de la parroquia para darles un techo. Esa noche, al rezar completas, me dije: si estoy en un país extraño, de un día para otro me quedo sin trabajo, me echan de la habitación alquilada… ¿no me gustaría encontrarme a alguien que me abriera una puerta? Ese ‘alguien’ es el Señor, y tienen que serlo también la Iglesia y los cristianos…
P.- ¿Le ha pedido cuentas a Dios?
R.- No. Dios no tiene la culpa de nada. Pero nosotros sí somos responsables de lo que les pase a los que no tienen trabajo.
P.- ¿La Iglesia ha dado la talla?
R.- Sinceramente, ha estado muy a la altura. Y cuando hablo de la Iglesia, hablo de todos los cristianos: los que pusieron un cartel en el portal para hacer la compra a sus vecinos, los que se han desgastado en Cáritas, los jóvenes que están reflexionando sobre el “plan para resucitar” de Francisco…
P.- Tras la unidad institucional ante la emergencia sanitaria, todo parece resquebrajarse con una espiral política de violencia verbal. ¿Cómo lo vive?
R.- Me duele mucho. Me gustaría decirles a los políticos que hay dos sustantivos esenciales: hijo y hermano. Yo soy hijo de Dios y los demás son hermanos míos, sean quienes sean. No tenemos derecho a maltratar a los demás. Es penoso que, en lugar de buscar el bien de todos, estemos con diatribas, sabiendo que hay gente en la puerta muriéndose de hambre. Ojalá el debate se centrara en cómo dar de comer a todos.
P.- ¿Veremos al cardenal de Madrid por las calles con una cacerola protestando?
R.- No, no me gusta salir así.
P.- ¿Qué les dice a los laicos y sacerdotes que se suman a las protestas contra el Gobierno y a los cristianos que agitan las contramanifestaciones?
R.- Si salen a las calles para reconstruir la fraternidad, bendito sea Dios. Pero, si salen para alentar los enfrentamientos, no puedo estar de acuerdo. Nuestro Señor no ha venido a enfrentarnos, sino a renconciliarnos. Esa es también mi misión como pastor, y siento mucho si no lo entienden.
P.- ¿Cómo ser crítico sin participar en la batalla campal o cómo tender la mano sin ser tibio?
R.- La crítica más grande que uno puede hacer siempre en la vida es decir: “Este es mi hermano y por él hago lo que sea”. El crítico es el que es capaz de romper muros y fronteras para darle dignidad al otro. Yo tendré mis ideas y mi propio proyecto para alcanzarlo, pero nunca se puede desviar de ese objetivo: el otro.
P.- Acaba de publicar ‘La familia, una buena noticia’ (PPC). ¿Un manual de andar por casa o solo para ‘capillitas’?
R.- Quisiera que fuera para todo aquel que quiera construir familia, por eso se plantea como encuentros una vez a la semana para hablar de lo importante. La cuarentena ha generado muchos quebraderos de cabeza en todas las casas, pero ha permitido descubrir también la grandeza de la familia, querernos, ayudarnos…