Ángel Moreno está convencido de que “todos llevamos un monje dentro”. Uno de los mayores expertos en vida monástica y referente por su vinculación con Buena Fuente del Sistal no duda en defender esta tesis al reflexionar sobre la vocación a la vida contemplativa en la Jornada Pro Orantibus que la Iglesia celebra hoy.
Lejos de considerarlo como una llamada caduca a tenor de las cifras que hablan de un déficit vocacional en nuestro país, “creo que no desaparecerá”. Para el vicario para la Vida Consagrada de la diócesis de Sigüenza-Guadalajara estamos viviendo un tiempo de reestructuración después de vivir un fenómeno de superpoblación de monjes y monjas de clausura en nuestro país, “que sigue siendo la superpotencia en vida contemplativa, el Estado con más presencia de todo el planeta”.
“En los años 40 y 50 del siglo pasado, vivimos un fenómeno único de repoblación de los monasterios, unas cifras que ahora son imposibles de mantener, no solo por la secularización de la sociedad, sino por simple demografía”, aprecia desde el conocimiento de una realidad que conoce de primera mano, en plena celebración del 775 aniversario de la aprobación por la Orden del Cister, en 1245, de la fundación del Sistal como abadía de monjas.
Eso no significa que sea una forma de vida a extinguir: “De esta nueva realidad nacerá una vida contemplativa distinta, pero el concepto y la necesidad de lo eremítico, de la soledad y de la contemplación sigue pasando por el corazón de muchas personas. No en vano es la esencia de la relación del hombre con Dios”. Para el vicario una muestra de la actualidad del mundo del desierto interior es la vía libre del Papa Francisco para la canonización de Carlos de Foucauld, “que nos habla de cómo Dios se hace presente en nuestra vida desde la naturaleza, la meditación…”.
Moreno confía incluso que el periodo de confinamiento al que ha sido sometido todo el planeta pueda abrir las puertas a lo que el llama “la profecía de la vida monástica”, que nada tiene que ver con el síndrome de la cabaña que empuja a personas cargadas de miedos a no salir de casa por temor a su relación con el exterior.
“En este momento en que la sociedad obligatoriamente ha tenido que vivir en el confinamiento, las que más libertad ha gozado son las comunidades que han elegido libremente vivir en confinamiento, porque su espacio, vida y expresividad no ha quedado influido por la pandemia”, detalla. Para el sacerdote, “esto podría hacer que se reactive el atractivo por su forma de ser y estar, de la misma manera que ya se está reactivando el mundo rural frente a una ciudad masificada que hace imposible vivir el distanciamiento social. En los pueblos nadie nos exige los dos metros, porque vivimos a veinte metros”. Y añade: “Que eso sea motivo trascendente y teologal, para que alguien decida la vida monástica, es arriesgado, pero no imposible”.