“Casa Rut lo hicieron ellas”. Sor Rita Giaretta se refiere así a las mujeres jóvenes que viven con ella. Casa Rut tiene su sede en Caserta, nació por voluntad de las hermanas ursulinas del Sagrado Corazón de María de Breganze. Monjas vicentinas que se trasladaron al sur. Es la primera estructura de acogida para mujeres, solas o con niños, que han sido víctimas de la trata de la prostitución y que ahora están recuperando sus vidas.
En el lugar está escrito: “Aquí la joven migrante, también con niños, encuentra un espacio ‘cálido’, ‘bello’ y familiar donde puede iniciar un camino individualizado de protección, de liberación”. Ninguna de las palabras es casual: cálido, bello, familiar, liberación. Cada elección, en Casa Rut, incluso la de una palabra, es concreta y simbólica en conjunto. La hermana Rita Giaretta, ex enfermera y ex sindicalista de CISL, fue una de las fundadoras de Casa Rut. “Eran los noventa”, se justfica.
Tiene una voz clara, una pronunciación autorizada, un acento véneto. “Elegimos Caserta. Hubo un incendio en Villa Literno, Don Peppe Diana había sido asesinado. En Caserta estaba el obispo Raffaele Nogaro, un gran obispo y un gran pastor. Entramos dos monjas. Los primeros meses fueron de escucha. No habíamos proyectado nada antes, porque los proyectos no deben caer desde arriba, hermosos y preparados, la realidad los explota. Esperábamos que hubiera transporte público, pero no. Así que cogimos las bicicletas. Sobre dos ruedas entrenamos nuestra mirada. Luego, ya tuvimos coche. Miramos a nuestro alrededor. Y vimos a las chicas, negras y del este. Fue un puñetazo en el estómago. Y aquellos con quienes hablábamos, la jefatura de policía, las fuerzas del orden, se encogían de hombros: ‘La profesión más antigua del mundo’. Nos decían: ‘Ustedes son monjas, quédense en su lugar’”.
Y, continúa: “Sí, pero ¿cuál era nuestro lugar? Queríamos entrar. Teníamos que salir de los estereotipos. Vivir las preguntas. Viviendo las preguntas, surge la necesidad de ir más allá. Así que el 8 de marzo fuimos a la carretera para llevar una flor que durase, llevamos tiestos con prímulas. Una flor cortada la tiras, una planta está viva, te pide reciprocidad. Teníamos un poco de miedo. Cogimos el coche y fuimos. Viendo un coche de mujeres, algunas chicas se asustaron y se refugiaron. Y avanzamos lentamente, intercambiando algunas palabras con ellas en inglés. Entregábamos las plantas. Poco a poco del miedo pasaban a la emoción. Junto a la planta entregamos un mensaje de felicitación en tres lenguas. Tenían ganas de mirarnos, nosotras en el coche y ellas en la calle, de abrazarnos, poco a poco estallaba la felicidad. Y a medida que íbamos hacia adelante nos decían: ‘¡Volved, volved!’. Dijimos a cada una de ellas: estaremos cada miércoles, y cumplimos la palabra. Fuimos fieles, y la fidelidad nos fue recompensada. Llevábamos la Biblia, los Evangelios. Fueron ellas las que nos ayudaron a hablar de esclavitud. Un miércoles escuchamos gritar a una mujer: ‘Help me, help me’. ¿Qué podíamos hacer? La hicimos subir al coche, le buscamos un sitio para quedarse”.
Así nació la idea de Casa Rut. Es una estructura pequeña, pero fértil, ha hecho hablar mucho de sí, sobre esa experiencia sor Rita ha escrito varios libros: ‘Nunca más esclavas, la valentía de una comunidad’, ‘Osar la esperanza, la liberación viene del sur’ (junto a Sergio Tanzarella), y ‘Encendemos la esperanza. Comunidad de mujeres sobre senderos de libertad’. “Algo teníamos muy claro: los pobres deben estar en el centro, si se quedan en la periferia nunca tendrán una oportunidad. Queríamos un inmueble, un lugar donde fuera posible una vida normal. No fue fácil: los vecinos estaban preocupados, ya veían llegar filas de coches… A ellos también teníamos que darles el tiempo de conocerse. Había un bonito patio, y allí plantamos flores”. Monjas y chicas embellecían juntas el espacio. Y algo más. “Creo en los milagros, como el que sucedió cuando un día un vecino llamó al timbre para buscar una niñera: ‘Nos fiamos, hemos entendido que estáis con las jóvenes’. Así son los procesos de acompañamiento”.
El primer objetivo del proyecto es restituir una identidad a quien se la han quitado. Junto a Cáritas y otras organizaciones hacen presión para que se cumpla la ley que permite a quien huye de una condición de explotación, obtener el permiso de residencia, denuncie o no.
“Junto a estas medidas nos dimos cuenta de lo importante que era que todo lo que hiciéramos tuviera una fuerza simbólica: por ejemplo, buscarles ropa nueva y que fuera bonita”, explica sor Rita, convencida de que la belleza despierta la belleza. “Tenemos que liberar nuestra mirada: enfrente tienes a Blessy, a Vera, dos mujeres con dignidad, no a unas ‘pobrecitas’. A mí me han evangelizado. Nos han ayudado a salir de un femenino enyesado y nos han permitido entrar en la libertad”.
Con Casa Rut cimentada, llegó el tiempo de dar un paso más, y las chicas y las monjas fundaron juntas la cooperativa social NeWhope con un taller de costura. “Hasta que están en acogida, el poder lo tienes tú. Sin embargo debes dejar que las personas se vuelvan a poner de pie. Jesús cuando libera, vuelve a poner en pie al otro”. Hoy tienen siete contratos de trabajo y dan empleo a dos mujeres con discapacidad. En total, hasta la fecha, han pasado 600 personas por el hogar.
“Con las telas que nos sobran del taller, siempre hacemos flores que visibilizan la idea de que no hay descarte que no pueda florecer. Además, también nos gusta la imagen de nuestro delantal corporativo como reflejo del servicio. Lo mandamos a los políticos, a los sacerdotes, a los obispos para recordarles qué requiere el rol de responsabilidad: Estáis llamados a servir. Si eres pequeño, eres capaz de poner en el centro a las personas”.
En plena pandemia de coronavirus, sor Rita reflexiona: “Como todos los tiempos, también los más difíciles pueden ser una oportunidad. Lo dice Simone Weil, lo que salva es la mirada. La mirada tranquiliza y da esperanza: yo estoy, tú estás”. Por cómo pronuncia “esperanza” parece algo sencillo, más natural que respirar.