Después de seis años como obispo auxiliar de Santiago de Compostela, este lunes 8 de junio se ha confirmado que Jesús Fernández regresa a su León natal, aunque en este caso a la Diócesis de Astorga. A las pocas horas de hacerse pública la decisión de Francisco, Vida Nueva ha podido hablar con el nuevo pastor astorgano.
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PREGUNTA.- ¿Cómo ha recibido la noticia de su vuelta a casa?
RESPUESTA.- Con alegría. Es una zona a media hora en coche de donde mis padres pasan los meses de verano. Es una diócesis con mucha historia, con grandes santos y con muy buena gente. Son personas honestas, bondadosas y me consta que me esperan con mucho cariño.
Ha habido algún compañero sacerdote que me ha dicho, medio en broma medio en serio, que llegó a profetizar la llegada de mi predecesor, Juan Antonio Menéndez, tristemente fallecido, y ahora la mía… Sé que me reciben con los brazos abiertos. Esa es una gran alegría, pero también algo que me llena de responsabilidad, pues las expectativas pueden estar demasiado altas.
Un balance muy positivo
P.- ¿Qué se lleva y qué deja de sí mismo en Santiago?
R.- Me llevo, en primer lugar, muy buenos recuerdos. En Santiago me he encontrado con un espíritu de acogida muy alto, con una diócesis con gran capacidad de iniciativa y con un admirable cultivo a la familia, especialmente hacia los mayores. A los ancianos se les respeta mucho, y eso lo he apreciado en cómo se trata a los sacerdotes mayores, muy cuidados y acogidos en comunidades, no viviendo solos. En Santiago hay una fe muy profunda, con pinceladas costumbristas y de apego a la tradición, en el buen sentido.
Además del trato personal, me quedo con lo que supuso el Sínodo Diocesano, donde pudimos impulsar una auténtica renovación pastoral, siempre al hilo de la ‘Evangelii gaudium’, de Francisco, y apostando por la corresponsabilidad y por la Iglesia en comunión, superando el parroquialismo.
También he disfrutado muchísimo de las ceremonias en nuestra catedral, en las que te encuentras con los peregrinos del Camino, quienes, por la experiencia vivida, llegan en actitud de apertura y con el corazón compungido. Ha sido especialmente significativo lo vivido en el Año de la Misericordia, así como las ceremonias de iniciación cristiana para adultos.
Finalmente, me quedo con la creación de la Escuela de Agentes de Pastoral, por la que ya han pasado unas mil personas en tres cursos y que se trata de una iniciativa que espero que sea de largo recorrido. La base de mi trabajo siempre ha sido la apuesta por la formación, tanto de los laicos como de los sacerdotes, pues estamos ante algo clave para encarnarnos y transformar nuestra realidad desde el espíritu del Evangelio.
P.- Llega a Astorga, donde falleció su predecesor y donde, como en toda España, están sufriendo el impacto del coronavirus. Unas circunstancias especialmente difíciles…
R.- Sí, es complicado no poder darse ahora la mano o un abrazo, que es lo que te pide el cuerpo. Es un tiempo de tomar medidas, mantener distancias… Es un momento marcado por el miedo. Tampoco el ambiente puede ser alegre. Hay dolor e incertidumbre, y no puedes sustraerte a ello, pero en la Iglesia tenemos que seguir sirviendo a los demás.
¿Un plan?
P.- ¿Tiene algún plan más allá del que marca su lema episcopal, ‘Evangelizar a los pobres’?
R.- Siempre es ese en mi vida: acercar el Evangelio a los pobres, los necesitados, los enfermos. Esa es mi sensibilidad y también es la que puedo desarrollar en la Conferencia Episcopal, al frente de la Subcomisión Episcopal de Acción Caritativa y Social y, muy especialmente, con Cáritas.
Trataré de que esto se encarne en la celebración y en la formación, siempre desde un estilo sinodal, contando con todas las sensibilidades y carismas. Como pastor, me toca ser el capitán del barco y concretar todo ese afán, pero, antes de nada, tengo que conocer mucho más nuestra realidad. Por eso, en las próximas semanas haré varias visitas a la diócesis: iré a Ponferrada y La Bañeza y, además, estaré en varias residencias de ancianos, que han sido especialmente castigadas por la pandemia. También me veré con las autoridades. Siempre hay que colaborar por el bien común, pero ahora mismo esto tiene una especial fuerza: la sensatez debe imponerse a la crispación. Debemos aparcar las diferencias y tener claro que solo saldremos de esta si lo hacemos unidos.