“Salgamos a la plaza pública, aunemos voluntades, sumémonos a las iniciativas de otros, colaboremos con aquellas personas o entidades que se dejan la piel en beneficio de los más vulnerables”. Es el mensaje del secretario general de la Conferencia Española de Religiosos (CONFER), Jesús Miguel Zamora. El hermano de La Salle charla con Vida Nueva sobre el aumento de la tensión en el Parlamento y en las calles tras la crisis del Covid-19.
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PREGUNTA.- ¿Qué papel debe jugar la Iglesia en este escenario de tanta crispación política y social? ¿Debe posicionarse políticamente?
RESPUESTA.- Es verdad que hay un escenario crispado, donde cada uno trata de tener razón a base de levantar la voz e insultar al otro. Y en una situación de total indefinición ante el futuro, con una sensación de provisionalidad, parece que el que da primero se lleva la razón. La Iglesia no debe renunciar a dar su opinión, llamando a un consenso actuante. No todo vale ni todas las posiciones que representan un ataque al otro, a la dignidad del otro, a lo que el otro hace a favor de los demás, vale. Lo de la Iglesia no es política, aunque su actuación tenga consecuencias políticas para el vivir ordinario.
Por eso, la Iglesia debe salir a la palestra apoyando lo bueno, venga de donde venga; pero denunciando lo que atenta contra la dignidad, la libertad y el honor de las personas en nombre del Evangelio. No podemos desmarcarnos porque esa es nuestra hoja de ruta. Y desde ahí entender que lo nuestro no es pura espiritualidad, sino hondura desde la fe que genera “pasión por Dios y pasión por la humanidad”.
Cansa, aburre y hasta da pena un parlamento donde lo que prima es el insulto, el “tú más”, donde se aprovecha el eco de los medios para llevar al agua al molino particular. Y aquí la Iglesia tiene que volver a llamar la atención para no perder el tiempo en discusiones inútiles que no conducen más que a elevar la crispación; la Iglesia, desde su discurso, que se basa en el Evangelio, no se calla ante la injusticia, se esfuerza en trabajar por devolver a cada uno su espejo de hijo de Dios, donde se debe clamar cuando el que sufre es el hombre y la mujer en su dignidad de persona, porque ha perdido el empleo, alquila un garaje para vivir o no tiene para comer. ¡Esto es muy trágico! Hay que seguir insistiendo desde la Iglesia en que nuestra lucha no es por privilegios, sino por el servicio a la gente, sea de donde sea y tenga la creencia que tenga.
¿Dos Españas?
P.- Entre dos Españas que parecen cada día más separadas, la del aplauso y la de la cacerola, ¿puede ser la Iglesia hoy un instrumento de cohesión social?
R.- Hay que ser, sin duda, una Iglesia que cohesione, que construya con otros, que defienda los derechos de todos y, en especial, de los más vulnerables. Es impresionante el trabajo que se ha hecho (y se hace), aunando voluntades: Cáritas, voluntarios, empresarios, comerciantes, etc. Y ahí la Iglesia ha tenido un papel aglutinador fundamental. Unos, los católicos, desde su fe y su compromiso social. Otros, desde su altruismo.
Pero la lucha, el esfuerzo está en levantar, juntos, esta sociedad. El Papa lo ha dicho muchas veces: si salimos de esta, y lo haremos, salimos juntos. Y no, no se trata de volver a la antigua normalidad. Es una nueva forma de vida, porque la antigua nos ha conducido a creernos autosuficientes, poderosos, con las respuestas a tono para todo… ¡y donde se nos ha ido todo al traste!, porque no habíamos previsto una sanidad adecuada, porque nuestro tejido social estaba un poco en mantillas, porque, al final, el que sufre es el mismo, porque nuestro estado del bienestar acaso haya sido para unos pocos y se ha derrumbado mucha ilusión por el futuro.
Por eso, cuando ha venido un problema gordo como el que sufrimos, quienes han sufrido mucho más han sido (son) los de siempre. Por eso, no; no nos vale volver a la normalidad. ¡Hay que repensar cómo vivir y hacerlo de otra forma! Y la voz de la Iglesia tiene que ser la de aquellas personas, desde jerarquía a laicos, que levanten la voz y den rienda suelta al compromiso y ofrezcan que se puede vivir de otra forma: con más austeridad, con dosis altas de solidaridad, con horizontes más fraternos de acogida, con puertas abiertas a la responsabilidad personal en un mundo Casa común… como se ha ido demostrando, a muchos niveles.
P.- En este momento, como cristianos, ¿debemos ser más voz de anuncio o de denuncia?
R.- No debe cansarnos denunciar aquellas situaciones de abandono, de falta de humanidad, de desprecio por la vida, de indiferencia ante los que sufren la vulnerabilidad que les arrastra a un sinvivir. No podemos callar y silenciar el Evangelio. Es nuestra razón de ser, es nuestro compromiso vital, nos debemos a él como norma de vida. Y gracias a él, tenemos el derecho a denunciar lo que se hace mal en contra de la vida: migrantes en situaciones infrahumanas, trata de mujeres, niños utilizados como esclavos sexuales o en trabajos forzados, derroche de unos como afrenta ante la necesidad de otros, etc. ¿Cómo callarse pensando que todo debe ser así? ¿Cómo no sufrir y compadecerse del que lo pasa mal? Rogamos a Dios para que nos dé “entrañas de misericordia ante tanta miseria humana… y nos inspire la palabra y el gesto oportuno…”.
No podemos callarnos por mucho político que intente desviar la mirada pensando que lo suyo es “política”. No vale todo y ponernos a discutir de otras cosas cuando lo que se nos pide es resolver juntos los problemas de la gente. Y ahí los cristianos deben ser anuncio de otra forma de vida como inspiran ‘Laudato si’’, ‘Evangelii gaudium’, ‘Querida Amazonía’ o ‘Christus vivit’. A la Iglesia no le vale multiplicar recursos, misas, oraciones, rosarios… por internet. Ha servido para algo en un momento de pandemia. Pero la Iglesia de cada día, de los “santos de la puerta de al lado” debe llevar a sentir como propios los problemas de los otros. Y padecer y nos tocará cambiar, a fondo también, nuestras formas de construir Iglesia. ¡Tocan tiempos nuevos!
P.- ¿Cómo cada cristiano puede hoy contribuir a tender puentes, como nos pide el papa Francisco?
R.- Hay una frase preciosa suya que no por parecernos menos exigente, le falta fuerza: “Debemos mantener los hilos frágiles de la confianza”. No son tiempo buenos ni mejores para echar las campanas al vuelo. Pero sí son tiempos para gente recia, que anhela otro futuro, mucho más humano. Ya desde ahora. Y nos corresponde tender puentes, tejar hebras de solidaridad con todos. Hay mucha gente que trabaja buscando el bien de otros, haciendo de su vida un testimonio de servicio y fraternidad. ¿Tenemos derecho como cristianos a ignorarlo? Al revés; salgamos a la plaza pública, aunemos voluntades, sumémonos a las iniciativas de otros, colaboremos con aquellas personas o entidades que se dejan la piel en beneficio de los más vulnerables.
Una “Iglesia en salida” es una Iglesia de cristianos que se embarran, que se ponen el traje de faena, que asientan su fe en el Evangelio y que les mueve al compromiso. Quizá haga falta mucha oración, confrontada con el Evangelio, mucho perder seguridades personales, mucho avanzar en un servicio desinteresado.