Entrevistas

Maurizio Botta: “Hay sacerdotes con una misoginia rastrera”





En una semana escucha a más de doscientas mujeres. Tratemos, con él, de enumerarlas: “Están las niñas del Catecismo de 7 a 8 años, unas treinta, las guías Scout, unas veinte, los estudiantes de la escuela secundaria, otras veinticinco. Y luego las confesiones, la dirección espiritual, el grupo de novios, de los casados… Llegamos a más de doscientas”.



Un metro noventa, barba negra, una licenciatura en la Bocconi (tenía que seguir los pasos de su padre y convertirse en empresario, antes de que Otro lo llamara), originario de Biella se trasladó a Roma, el padre Maurizio Botta, prefecto del Oratorio Secular de San Filippo Neri, famoso en toda Italia por la catequesis de los Cinco Pasos, se parece a un Don Camilo del siglo XXI. Podría volcar un escritorio, desafiar al alcalde del país y, al mismo tiempo, tiene una sensibilidad e inteligencia muy agudas. Cualidades que, sumadas a la fe, lo convierten en un fenomenal experto de humanidad. En particular de humanidad femenina. Lo encontramos en la Congregación del Oratorio, su hogar, a pocos metros de las habitaciones donde vivía San Filippo Neri.

PREGUNTA.- ¿Hay un rasgo común en las mujeres que encuentra?

RESPUESTA.- Las niñas con siete años, tienen características originales. Los niños están interesados en la comparación del rendimiento entre ellos, sin embargo, las niñas, con las relaciones, con quién es más amiga de la otra.

P.- Y cuándo crecen, ¿qué piden?

R.- Hay una demanda desmedida de paternidad. Y esto se amplifica por la pornografía del mundo en que vivimos. Hay un deseo muy fuerte de un lugar seguro, de una relación emocionalmente fuerte, pero no erótica, en la que puedas ser tú mismo.

P.- Y también la mujer, hoy, parece más fuerte.

R.- Más dura, pero no más fuerte. Hay abismos de fragilidad. El problema es que no tiene lugares donde manifestarla.

P.- ¿Ni siquiera entre mujeres?

R.- Sobre todo. Yo veo la dificultad de muchas mujeres para encontrar relaciones de verdadera amistad entre mujeres.

P.- ¿Está hecha la mujer para el cuidado?

R.- Hay una actitud. Cuando la mujer tiene espacios para ejercitarse en el cuidado, es verdad que encuentra gratificación. Lo veo en los scout: a veces las “jefas” tienen pocos años más que las otras. Y también el hecho de tener que cuidar de las pequeñas, las gratifica. Pero eso no es suficiente.

P.- ¿En qué sentido?

R.- Una mujer también necesita que alguien cuide de ella.

P.- Volvemos a la paternidad. ¿Qué quiere decir ser “padre” y por tanto “cuidar” de una mujer?

R.- A veces significa relativizar, sin banalizar, el sufrimiento. Significa ser “viril” en el sentido etimológico. Varonil proviene de vis roboris, roble. Es el ser roble. De vez en cuando una mujer necesita ir contra algo y dar golpes, ver que se mantiene. Después se vuelve a empezar. Porque las mujeres tienen una determinación increíble. Pero necesitan un espacio en el que encontrar una virilidad que no sea infantil, una figura paterna que alienta y dice: “Eres hermosa, puedes hacerlo, te estimo, ve y no tengas miedo”. Porque no es el hombre quien, protegiéndote, te hace sombra o aquel de quien tomas la energía. Es un hombre que te mira, te protege y te alienta. Es como si una mujer necesitara ver su valor en los ojos de otro.

P.- ¿Qué hace para evitar ambigüedad?

R.- Hablando. Si a veces me parece que hay una corriente extraña, lo digo. No corto una relación, pero digo abiertamente: “Aquí está esta corriente, por cómo va el mundo podríamos seguirla, pero no quiero”. Hablar. Y rechazar mensajes engañosos. Creo que la ambigüedad verbal, no llamar a las cosas por su propio nombre, es la ausencia de virilidad. Mientras hay nostalgia de hombres claros, que no juegan.

P.- Muchas mujeres que dirige espiritualmente son consagradas. ¿Qué les dice a ellas?

R.- Siempre les recuerdo que una consagración o se vuelve una hiper-conyugalidad, una hiper-maternidad o es una consagración fracasada. Porque la maternidad no es hecho solo biológico. Puedes tener diez hijos y ser una solterona agria. O la consagración es una exaltación de lo femenino o es una estafa. Lo mismo vale para los hombres. Yo no me veo como un castrado. O soy capaz de hiper-paternidad y también de hiper-conyugalidad o soy limitado. La consagración debería representar humanamente un céntuplo. Una humanidad no cumplida en un consagrado es un auténtico contra-testimonio.

P.- ¿Una mujer puede hacer dirección espiritual?

R.- Sin duda. Siempre ha habido en la Iglesia madres espirituales. Santa Catalina de Siena, en plena Edad Media, lo fue. Y continúa siéndolo. Hay un texto suyo, en el Diálogo sobre la Divina Providencia, que para mi vida es más luminoso que cualquier otro. Doy la razón a Juan Pablo II: no podemos prescindir del genio femenino.

P.- ¿La Iglesia lo necesita?

R.- Cierto. Los seminaristas deberían ser enviados durante un periodo a una familia. Para vivir la vida real de una pareja, con los niños. Debería ser una prueba obligatoria para ver si eres apto para ser sacerdote.

P.- ¿Hay en los seminarios un problema de formación afectiva?

R.- Es un problema muy grande, pero para todos, no solo para los seminaristas. Ya no hay una educación afectiva para nadie. Hoy los muchachos están solos. Y cuando hablas de tus experiencias afectivas, te escuchan con gran interés, porque no tienen con quién hablarlo.

P.- Volvamos a los sacerdotes.

R.- Todavía no se ha llegado a un equilibro en la relación con la mujer. O hay ambigüedad o hay una misoginia rastrera.

P.- ¿Hay necesidad en la Iglesia de más mujeres que se ocupen de formación?

R.- Sí, pero sin hacer una ideología. Hay monjas de clausura que todos los seminaristas deberían conocer. O madres de familia a las que pedir un parecer sobre un seminarista y estoy seguro que su juicio debería ser precioso. Después, van bien las teólogas, las biblistas. Pero estas ya las hay.

P.- ¿Quiénes son las mujeres que han contado más en su vida?

R.- Doy gracias a Dios por tener dos hermanas. Y todos los momentos fundamentales de mi historia han estado marcados por una encuentro con el mundo femenino. Ser padre no se hace sin encuentro. Y estos no terminan nunca.

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