Durante dieciséis años, Layla Alshekh, palestina que reside en Belén, se negó a hablar con los israelíes. No los odiaba, pero no podía olvidar lo que había sucedido en 2002: su hijo de apenas seis meses estaba muy enfermo y los soldados israelíes le impidieron el paso hacia el hospital de Hebrón. El niño murió.
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“Qusay era pequeño e inocente. En sus ojos tenía solo una culpa, la de ser palestino”, cuenta hoy con 42 años y madre de cinco hijos. “Así decidió que no traería más niños al mundo por miedo a que fueran asesinados ni tendría nada que ver con un israelí”. Ahora sus palabras, y acciones, llevan un signo diferente y en las fotos casi siempre está junto a Ora, una mujer israelí sonriente que la abraza. Layla Alshekh se ha convertido en parte de una asociación que reúne padres palestinos e israelíes que han perdido un hijo en el conflicto.
También Ora es una de las activistas de Parents’ Circle, nacida en 1995 y operativa desde 1998, cuando familias israelíes y palestinas promovieron el primer encuentro en Gaza. En el dolor más profundo, estas familias –ya seiscientas– primero encontraron un duelo común, después compresión y finalmente la voluntad de organizar conferencias donde demuestran que la paz es posible a partir de la reconciliación privada e íntima.
“Antes de unirme a Parents’ Circle estaba llena de dolor, rabia y tristeza. La hermana de Qusay tenía solo dos años, pero continuaba preguntándome dónde estaba. La casa estaba llena de sus juguetes y mi marido no conseguía ni siquiera decir su nombre. Así pasó mucho tiempo, hasta que un amigo de la familia me habló de los seminarios de Parents’ Circle y me preguntó si quería ir. Él no había perdido un hijo y participaba. Pero para mí se trataba de una locura. Me hizo una pregunta crucial: ¿por qué no había explicado todavía a mis hijos, nacidos después de Qusay, qué le había sucedido al hermano fallecido? Se lo dije: No quería que formaran parte del círculo de odio y venganza, temía que reaccionaran contra los israelíes y que fueran asesinados”.
Frenar el odio
Nasser Abou Ayash, el amigo de la familia, tuvo un rol fundamental en cuanto le explicó que entrando a formar parte de Parents’ Circle tendría la posibilidad de calmar también el odio de otras familias, salvando la vida a los hijos de otros padres. Así Layla se convenció.
El primer encuentro fue durísimo. Tener que sentarse frente a mujeres israelíes y escuchar su experiencia sin ceder al instinto de levantarse y escapar.
Por primera vez, después de muchos años, Alshekh conseguía hablar de la muerte de Qusay a alguien. No lo hacía ni siquiera en la familia, ya que quien había vivido esa tragedia había dejado de mencionarla, y, quien había nacido después, no sabía ni siquiera que había sucedido. Pero la historia fue interrumpida por sus lágrimas. Entonces, una mujer israelí se sentó frente a ella y le dijo: “Lo siento. Es verdad que no soy yo la causa de todo esto, pero siento vergüenza ya que esta atrocidad fue cometida por mi gente. Yo también soy madre y puedo sentir tu dolor, tu tristeza y también las palabras que no logras pronunciar”. Y la abrazó fuerte, llorando.
“Esas palabras cambiaron mi vida”, cuenta Layla. “Antes de escucharlas me sentía una víctima y culpaba a cualquiera por la muerte de mi hijo. Ahora, sin embargo, entendía que Qusay no fue asesinado por todo Israel. Hoy tengo muchos amigos israelíes y a algunos los quiero más que a algunos miembros de mi propia familia”.
Los familiares más distanciados de Alshekh son aquellos que nunca han asimilado su nueva relación con los israelíes. La acusan de haber negado a su hijo, a su gente, a su carne. La otra mitad de los familiares, sin embargo, comprende la misión del Parents’ Circle.
Ella siente fuerte y valiente. Es más, desde hace algún tiempo ha empezado a viajar fuera de los territorios palestinos para participar en los encuentros de Parents’ Circle en Italia (invitada por la revista “Confronti”), Suiza y Suecia.
Nunca está sola: con ella siempre está Ora, con la que tiene una relación muy estrecha. Ambas hablan por turnos de su experiencia, y esta doble historia del dolor –“nuestras lágrimas son las mismas”– es la clave del mensaje. Layla Alshekh repite que no se ha olvidado de lo que sucedió, pero ha perdonado y gracias al perdón se siente libre, empoderada y no una víctima sino una superviviente. “Pienso en mi hijo Qusay todos los días, le echo de menos: es un trozo de mi corazón que ya no está. Pero espero que con mi actividad mueran menos niños y jóvenes inocentes”.