El próximo viernes, 12 de junio, se celebra el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, un fenómeno que, según dijo el Papa este miércoles durante la audiencia general, “priva a los niños y a las niñas de su infancia” y pone en peligro su “desarrollo integral”. Esta explotación laboral continúa en la actual situación de emergencia sanitaria y en muchos casos se trata de auténticas formas “de esclavitud y de reclusión”, lo que provoca “sufrimientos físicos y psicológicos” en los más pequeños.
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Al finalizar su catequesis en la biblioteca del Palacio Apostólico del Vaticano, como es habitual desde que se desató la pandemia del coronavirus, el Pontífice hizo un llamamiento para que las instituciones no escatimen esfuerzos en la protección de los menores de edad. Les pidió que colmen las “lagunas económicas y sociales que están en la base de la retorcida dinámica en la que, por desgracia, están implicados”. Los niños, subrayó finalmente Jorge Mario Bergoglio, son “el futuro de la familia humana”, por lo que todas las personas deben “favorecer su crecimiento, salud y serenidad”.
El Pontífice recordó además que mañana tendrá lugar la solemnidad del Corpus Domini, aunque este año no es posible celebrar la Eucaristía con manifestaciones públicas debido a la emergencia sanitaria debido al Covid-19. “No obstante, podemos realizar una vida eucarística. La hostia consagrada contiene a la persona de Cristo. Estamos llamados a buscarla frente al tabernáculo en la iglesia y también en ese tabernáculo que son los últimos, los que sufren, las personas solas y pobres”.
Metáfora de la oración
La audiencia general de este miércoles estuvo nuevamente centrada en la oración, en esta ocasión en la del patriarca Jacob, “un hombre que había hecho de la astucia su mejor arma”. Tras recordar la rivalidad con su hermano Esaú, Francisco destacó cómo Jacob fue un hombre que se “hizo a sí mismo” y consiguió convertirse en una persona rica por medio de “tenacidad y paciencia”. No obstante, echaba de menos “la relación viva con sus raíces”, por lo que un día decidió volver a su antigua patria.
Justo antes de entrar en el territorio de su hermano Esaú, Jacob tuvo un encuentro con Dios, que es descrito como una lucha con un desconocido en medio de la oscuridad. Esa pelea en la que el patriarca acabó herido es “una metáfora de la oración”, dijo el Papa, destacando cómo Dios al final “lo bendijo y le dio un nombre nuevo, haciéndole entrar en su tierra con el corazón renovado. Quien antes era impermeable a la gracia y a la misericordia a causa de su presunción, Dios lo salvó de su extravío y lo miró con ternura”.
Como Jacob, todas las personas tienen también “una cita con Dios en las tantas noches de nuestra vida, en los momentos oscuros y de pecado”. Será ese el momento en el que Dios “nos dará un nombre nuevo, que contiene el sentido de toda nuestra vida, nos cambiará el corazón y nos dará la bendición reservada a quien se ha dejado cambiar por él”.