Más allá de los análisis, lo que de verdad puede suponer el Ingreso Mínimo Vital en la vida de quienes viven al límite cada día lo podemos comprobar acudiendo a un testimonio concreto. Como el de Daniela (prefiere compartir solo su nombre de pila), en Toledo, quien trata de salir adelante en medio de una experiencia vital cuanto menos difícil: “Me separé hace cuatro años, después de 27 de matrimonio. Fue una ruptura tormentosa. Mi marido tenía problemas con la droga y me maltrataba. Yo me casé muy joven, con apenas 17 años, y no sabía nada de la vida más allá del cuidado de la casa y de nuestros tres hijos”.
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“Fue al salir de esa relación –prosigue– cuando me di cuenta de que no conocía el mundo laboral. Además de no tener trabajo, soy responsable de muchos en casa: de mi hijo pequeño, de 17 años, y con una discapacidad intelectual; de mi hija, que se ha separado y ha venido con sus dos hijos; y de mi hijo mayor, quien también se enganchó a la droga por su padre y, tras dos años sin hablarme, al entrar este en la cárcel, acabó volviendo conmigo, aunque ahora mismo también está en la prisión. Cuando salga, por supuesto, esta es su casa”.
“No tenía nada y no sabía qué hacer”
En su renacer ha tenido mucho que ver Cáritas: “Al principio estaba completamente desorientada. No tenía nada y no sabía qué hacer. Fue clave el apoyo de Fernando Cano, abogado de Cáritas, quien me aconsejó en todo y me presentó al padre José María, en cuya parroquia también me han ayudado mucho. Cáritas me ha ofrecido asesoría legal, comida y me ha formado en cursos para poder trabajar. Pero, sobre todo, me han dado una verdadera amistad; con ellos puedo hablar y desahogarme, se preocupan por mí de verdad. Lo mismo que con mis hijos, de los que siempre están pendientes”.
Mujer de fe, no para de darle “las gracias a Dios, pues, poco a poco, voy saliendo adelante”. En este sentido, el Ingreso Mínimo Vital será “un desahogo grande. Antes del coronavirus, trabajaba algunas horas cuidando a una persona mayor en su casa. Desde entonces, no cobro absolutamente nada”.
Huyó de casa con lo puesto
Un caso similar es el de María (también compartir solo su nombre de pila), quien, tras separarse hace nueve años, salió con lo puesto de Logroño y se instaló en la localidad toledana de Illescas. Vino sin nada… y con sus dos hijos, que entonces tenían siete y nueve años. Ahora podrá optar a la prestación del Gobierno ante su complicada situación: “No tengo ingresos, la última vez que cobré algo fueron 200 euros y tengo dos adolescentes a mi cargo”.
Desde ese primer día y hasta hoy, Cáritas ha sido el brazo en el que apoyarse en muchísimos momentos de dificultad: “Han sido y son como mis ángeles. Me han ayudado materialmente cuando lo he necesitado, pero ante todo me quedo con lo personal: con el cariño con el que me tratan, con su interés real por nosotros, con su calidez humana…”.
Pobreza absoluta
En esta casi una década, ha habido momentos de todo: “Cuando no lo he necesitado, nunca les he pedido nada, pues prefería que se lo dieran a otras personas que podían estar peor que yo. Ahora tenemos una casita en la que poder vivir, pero recuerdo muy bien cuando llegamos y nos instalamos en un piso de alquiler sin nada: cocinaba con una sartén sobre una silla y mi hijo mayor dormía en el suelo, sobre una esponja… Nuestros amigos de Cáritas se volcaron con nosotros y nos dieron todo lo necesario para salir adelante”.
Una relación personal en la que María destaca a Caridad Rognoni [en la imagen, ambas, en la sede de la entidad eclesial], la directora de Cáritas Illescas y quien es “casi como una madre para mí. Viene a verme a casa, me llama cada poco por teléfono… Y siempre preocupada por cómo estoy de ánimo. Con ella y la buena gente de Cáritas estoy llena y no noto la ausencia de mi familia, aunque sea duro estar sin ellos. Aquí estoy tranquila, tengo salud, vida y sé que Dios está conmigo. Incluso cuando llega un momento en el que no tengo nada para llegar a fin de mes, no me preocupo. Confío y sé que Él no me abandona, sino que guía mi vida”.
Una auténtica amistad
Caridad Rognoni se siente una privilegiada por su relación con María: “La quiero mucho. Llevo diez años como directora y el suyo fue uno de los primeros casos que atendí. Es una mujer que se hace de querer, alegre, generosa, sincera y que se deja llevar, aceptando siempre bien las críticas cuando son necesarias. Hemos sufrido mucho juntas con su situación y la de sus hijos, a los que he visto crecer, y esa es una satisfacción muy grande. Recuerdo perfectamente cuando llegaron y cómo no tenían absolutamente nada. Pudimos acondicionar la vivienda y, desde entonces, aunque ha habido épocas de todo, va saliendo adelante”.
Así, para ella, “el Ingreso Mínimo Vital va a ser esencial. Al ser gitana y no tener ninguna formación, pues se casó con solo 15 años, aún pesan los prejuicios en muchas personas y es muy difícil encontrarle un trabajo. Y es una pena, porque ha aprendido con nosotros a limpiar casas y lo podría hacer perfectamente, pues es muy trabajadora. Desde luego que se merece una prestación que necesita y que le va a ayudar mucho”.