Reabre el Museo del Prado. Una pinacoteca aún más esencial y extraordinaria. Lo hace con un “histórico” montaje, un Reencuentro –que así lo ha titulado la propia pinacoteca– con 249 obras de la colección permanente, de las que 190 han cambiado la ubicación en la que, la mayoría de ellas, llevaban décadas colgadas. Un montaje a lo largo de la galería central y salas adyacentes que la propia pinacoteca no duda en calificar como “espectacular” o de “experiencia única e inédita”, calificativos todos de su director, Miguel Falomir. “Es un montaje generoso en diálogos excepcionales”, añade.
Y así es. Ya el primero es deslumbrante. Ese que, nada más entrar, recibe al espectador en la sala 24, en el umbral de la gran galería. Y que por sí resume la historia de la fe, de la propia Iglesia católica: los “Adán y Eva”, de Alberto Durero, con “La Anunciación”, de Fra Angelico, y “El Descendimiento”, de Van der Weyden –confrontados, uno ante el otro– y, junto a ellos, Cristo muerto sostenido por un ángel, de Antonello de Messina, y El tránsito de la Virgen, de Andrea Mantegna.
“El Museo del Prado es una gran casa de la memoria universal, pero más específicamente española. También un lugar para que todos nos encontremos con un episodio, con una parte fundamental de nuestra memoria y de nuestro presente que es la religión, expresada a través de algunas de las obras que han sido más eficaces a lo largo de la historia para suscitar un sentimiento devocional”, según la descripción de Javier Portús, jefe de Departamento de Pintura Española (hasta 1700) del Museo del Prado.
Nuestros “primeros padres en el Paraíso terrenal”, rodeados de animales y de vegetación. Adán, Eva con el árbol bíblico de la ciencia, del bien y del mal, del que surge la serpiente. Precisamente, junto a la “Eva” (1507) de Durero cuelga una de las tablas más reconocidas del Museo del Prado –de la Historia del Arte, realmente– con esa “centelleante luz reflejada” con la que Fra Angelico anuncia la venida de Cristo. Y porque la luz –la luz de Dios– modula cada elemento de la composición.
Esta “Anunciación” (1425-1426) cobra aún más sentido frente a “El Descendimiento” (1443) que Van der Weyden pintó en Lovaina para la capilla de Nuestra Señora de Extramuros. Nicodemo, José de Arimatea y María Magdalena descuelgan el cuerpo de Cristo ante su madre, la Virgen, que se ha desvanecido en una postura que es exactamente igual que la que tiene el cuerpo de Cristo. Sufriendo con él, está viviendo su “compassio”. Con ella, con la Virgen Madre, con las lágrimas que corren por su rostro, surge la Iglesia de Cristo.
“Hay muchísimas formas de visitar un museo como el del Prado, y eso es algo que le convierte en lo que es, y una de esas muchas posibilidades es visitarlo como un gran depositario de esa historia de la fe”, sostiene Portús. Exactamente. Entre las 249 obras que ahora se muestran por la galería central –protagonista absoluta de este Museo del Prado más íntimo– y sus salas adyacentes, casi un centenar son obras de tema religioso.
En el primer tramo de la gran galería (salas 25 y 26), se acumulan las obras de El Bosco, Patinir, Tiziano, Correggio, Rafael, Juan de Flandes, Veronés, Tintoretto y Guido Reni, entre otros grandes artistas italianos y flamencos de los siglos XVI y XVII. Entre ellos, por ejemplo, el tríptico de La Adoración de los Magos (1594), de El Bosco, anuncia la llegada de la salvación al mundo. A la vez que el Noli me tangere (1525), de Corregio, adelanta La Gloria (1551-1554) que más tarde Tiziano pintó por encargo de Carlos V durante el encuentro que mantuvieron en Ausburgo.
En las Colecciones Reales, el núcleo del Museo del Prado, no era la pintura religiosa la más abundante; al contrario de lo que se piensa, la superaban los retratos o los temas mitológicos. Es con las desamortizaciones, como la de Mendizábal en 1836, con las que crece la presencia del arte devocional, sobre todo cuando el Prado asume los fondos del Museo de la Trinidad, desaparecido en 1872. Más de 1.500 obras llegan entonces. Son los Zurbarán, los Maíno, buena parte de los Greco, que se siguen exponiendo en las salas 8b y 9b, como La Resurrección de Cristo (1597-1600), procedente del Colegio de la Encarnación (Madrid).