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Santiago Gómez Sierra, nuevo obispo de Huelva: “No podemos dormirnos en los laureles, tenemos que evangelizar”





El papa Francisco nombró el pasado 15 de junio a Santiago Gómez Sierra (Madridejos, Toledo, 1957) obispo de la diócesis de Huelva. El actual auxiliar de Sevilla sustituirá a José Vilaplana, quien renunció, por edad, el 5 de diciembre. Aún sin fecha para la toma de posesión, el prelado espera que pueda tener lugar a finales de julio. En conversación con Vida Nueva, afirma que, como reza su lema episcopal –Haciendo la paz por la sangre de Jesús–, “la Iglesia tiene que dar testimonio del amor, la caridad y la solidaridad. Y eso solo puede hacerse desde el sacrificio, buscando el bien del otro antes que el propio”.



PREGUNTA.- Ordenado sacerdote en Córdoba, auxiliar diez años en Sevilla y ahora a pastorear la diócesis onubense, ya es experto en diócesis andaluzas…

RESPUESTA.- Estuve hasta los 18 años en mi pueblo, Madridejos, luego vine a Andalucía, donde se ha desarrollado toda mi vida sacerdotal. El Señor, en lugar de por el lago Cafarnaúm, me ha llevado por el río Guadalquivir, y ahora prácticamente hasta la desembocadura (se ríe).

P.- Llega a una diócesis con mucho fervor por la religiosidad popular, con El Rocío como máxima expresión…

R.- En Huelva la piedad popular es fuerte y eso es un vehículo muy importante de evangelización, no debemos olvidarlo.

P.- Si la devoción mariana es la cara, la cruz son los migrantes temporeros explotados… En su carta de saludo a la diócesis decía que buscaba “una sociedad sin descartes”…

R.- Cuando escribí mi carta pensaba en los temporeros y lo hacía tras leer unas declaraciones de la directora de Cáritas sobre esta cuestión que me interpelaron. Quiero, desde el Evangelio y desde la llamada que nos hace el papa Francisco con frecuencia, transmitir la sensibilidad y la acción de la Iglesia con los más pobres.

P.- ¿Qué se lleva y qué deja de sí mismo en Sevilla?

R.- Hay muchas experiencias que dejan huella y uno no es del todo consciente. A mí de Sevilla me ha marcado el testimonio de una Iglesia viva, de una fe alegre. Y yo he querido dejar un mensaje claro: no podemos dormirnos en los laureles, tenemos que evangelizar. En un mundo que se va construyendo sin Dios, no podemos dar la fe por consolidada, hay que anunciarla explícitamente a cada generación.

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