Cada vez con más fuerza, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, anuncia que Santa Sofía volverá a ser una mezquita… Un hecho que, de consumarse, tendría unas consecuencias históricas enormes. Y es que estamos, ni más ni menos, que ante el que fuera principal templo del Imperio Romano de Oriente, hasta que Constantinopla cayó en manos del sultán Mehmed II en 1453 y la ciudad pasó a ser llamada Estambul, capital desde entonces del Imperio Otomano.
En esos cinco siglos, la que fuera iglesia más grande de todo el mundo (datada del siglo VI, fue durante un milenio el templo cristiano de referencia en todo Oriente), fue una mezquita. Algo que se mantuvo hasta la caída del Imperio Otomano y la implantación de la República Turca, cuando, bajo la presidencia de Kemal Atatürk (1923-1938), quien sentó las bases del triunfo de la Revolución de los Jóvenes Turcos en 1908, se apostó por un modelo político “democrático, moderno y laico”. Fruto de ese proceso de “desislamización”, el gran hito simbólico consistió en la conversión de Santa Sofía en un museo, algo que fructificó en 1934.
Ahora, bajo el mandato de Erdogan, el recuerdo del Imperio Otomano y la reclamación de las esencias islámicas están más presentes que nunca, lo que ha provocado numerosos enfrentamientos con grupos opositores que denuncian que está desnaturalizando la República democrática. De consumarse este proyecto del mandatario, con Santa Sofía de nuevo una mezquita, la tensión política sería ya máxima.
También a nivel religioso, donde el patriarca ortodoxo de Constantinopla, Bartolomé I, ha mostrado recientemente su abatimiento: “¿Qué puedo decir como clérigo cristiano y patriarca griego en Estambul? En lugar de unirnos, un patrimonio de 1.500 años nos está dividiendo. Estoy triste y conmocionado”.
Quien sí ha apoyado a Erdogan ha sido el patriarca de la Iglesia ortodoxa armenia de Turquía, Sahak II. A través de Twitter, ha reclamado que “se abra al culto”. Aceptando que sea una mezquita, solicita al presidente que se dé en ella “un espacio” también para los cristianos. A su juicio, así Santa Sofía se convertiría “en un símbolo de la paz y la humanidad en nuestra era”. “Se concibió –ha concluido– como un lugar de oración, no como un museo”.