Vivencial, dinámica, celebrativa, concreta, alegre…, familiar. Así es la catequesis en la parroquia de Guadalupe, en Cáceres. Cuando se creó en los años 80, su párroco, Tino Escribano, junto a otros sacerdotes, tuvieron claro que querían impulsar un modelo catequético diferente a la escuela, adaptado a la realidad del barrio y del propio tiempo histórico: “Eran años en los que en el barrio de Moctezuma se hablaba de democracia y participación. Desde la idea de potenciar el misterio y la alegría, con una generación muy sensible a todo esto, apostamos por implicar a toda la familia, siendo todos partícipes del proceso de acompañamiento del hijo”.
En vez de hablar de tres cursos de Comunión, en Guadalupe lo organizan todo en nueve campañas (una por trimestre, tres al año), girando cada una de ellas en una propuesta para la vida diaria del niño. Como explica Angie Panadero Jiménez, una de las monitoras y también madre de una niña que recibirá la Primera Comunión en septiembre (tras retrasarse por el coronavirus), “se incide siempre en la idea de la donación y desde lo concreto”.
Por ello, rematan cada trimestre con la entrega de un símbolo. “Por ejemplo –prosigue Panadero–, cuando hablamos de ‘endulzar el mundo que nos rodea’, recalcamos mucho hacer la vida agradable a los amigos, a la familia y hasta a los que no conocemos, pero a los que podemos ‘dar dulzura’. Eso se visualiza con la campaña de recogida de golosinas para compartirlas en una visita a una residencia de ancianos o a otras personas. Además, cada grupo se implica en apoyar un proyecto solidario trimestral metiendo simbólicamente un céntimo de su dinero en una hucha grupal que llamamos Cáritas Infantil Super-Trébol, aprendiendo a ser cristianos compartiendo los bienes en comunidad, como hacen los mayores”.
“Todo esto –reivindica la monitora– entusiasma a los niños, pues ven que aquello de lo que les hablamos tiene un eco en su día a día, en todo lo que les rodea. Es otro modo de transmitirles los Diez Mandamientos y las Bienaventuranzas desde la vivencia antes que desde la simple teoría. Lo mismo que cuando les hablamos del cuidado de la naturaleza. Vamos al campo, hacemos plantaciones de árboles y lo miran con otros ojos”.
Lo más novedoso es cómo implican a las familias: “Hay dos modalidades. Una es la de ‘Familias catequistas’, en la que los niños y sus padres vienen una vez al mes a la parroquia. Los chicos están una hora con su catequista y los padres, a su vez, se reúnen con otros catequistas que les cuentan lo que hay que trabajar durante ese mes en casa, pudiéndolo compaginar con el trabajo y su rutina. La segunda modalidad es la ‘Catequesis Vivencial’. Es semanal y tiene como objetivo acompañar al niño para que viva la fe en los ambientes de su vida: familia, colegio, calle, ocio, parroquia, amigos… Se informa en una reunión a las familias y, después, empiezan a participar en las tareas que cada campaña requiere. Cada grupo tiene una familia que dinamiza la acción, que se une a la de las otras familias en un proyecto común acorde con el tema catequético del trimestre. El mural de aula nos ayuda a fijar los contenidos, conocer a los testigos de la fe. Vivirla personalmente y en comunidad, y celebrarla en encuentros festivos, en la oración al terminar la catequesis y en los sacramentos”.
También se reúnen las familias, dirigidas por un equipo de catequistas. “Esos momentos –recalca Panadero– nos ayudan a los propios padres para que surjan, entre nosotros y con Tino, conversaciones en torno a la fe, pues en otros contextos no se dan estas oportunidades de un modo natural. Así se genera un lazo muy especial entre todos nosotros, y nuestros hijos disfrutan mucho al ver que formamos parte de la comunidad”.
Otro aspecto clave es que, en la línea de romper estructuras, tratan de que la Comunión no sea una meta, sino un hito más dentro de un camino: “Contamos con el grupo ‘Tierra Viva’, que vendría a ser como una Postcomunión. Mantenemos la dinámica de las campañas trimestrales y los símbolos, aunque aquí ya todo más adaptado a la progresiva madurez de los chicos, profundizando más en las cosas, trabajando mucho en la idea del ver-juzgar-actuar. También contamos con talleres de ocio, siendo clave la idea de aprender desde el juego”.
“Yo les hago de todo –reclama divertido Escribano–; las celebraciones de la fe participadas, inventarme canciones hasta entrar en el rap o expresar temas sociales haciendo arte con materiales de reciclaje”. Además, los alrededor de 70 catequistas para unos 500 niños de la parroquia no están solos, como explica el párroco: “Llevamos con esta dinámica desde hace 40 años en el barrio de Moctezuma, pero también la desarrollamos en dos parroquias de la zona: en Nuevo Cáceres y en el Espíritu Santo. Con ellas hemos formado una unidad pastoral informal y llevamos el mismo proyecto de ‘Catequesis Vivencial’, con los mismos contenidos, la metodología, las campañas y las familias catequistas, aunque mantienen sus propias dinámicas según la idiosincrasia de su población”.
Adaptarse a los tiempos es clave para el párroco: “Mi experiencia durante los primeros 30 años aquí es lo mejor de mi vida. Entonces había mucha ilusión por renovar la Iglesia y gran compromiso social en las familias. Hoy, todo lo marca la falta de tiempo y un menor compromiso creyente en la generación de padres actual, partiendo muchas veces de cero. Llama la atención que, cuando ahora traen a sus hijos a la catequesis, se encuentran a sus padres, es decir, a los abuelos de los niños, que son los que fundaron la parroquia con mucha fuerza”.
Todo esto tiene su reflejo “en una mayor ternura por parte de los abuelos al transmitir la fe, aunque vendría muy bien más presencia juvenil para ofrecer mayor dinamismo”. Con todo, el sacerdote valora muy positivamente la experiencia, pues “se refleja un camino compartido, en el que son las familias las que se dinamizan entre sí. Damos mucha importancia a los nueve símbolos que coleccionan los niños durante los tres años y que guardan en un cofre. En ellos se resumen las vivencias y ayudan a entender la simbología litúrgica que expresa una fe que madura desde la reflexión, el compromiso solidario y, sobre todo, la propia vida. Lo mismo que en ‘Tierra Viva’, donde les ponemos el ejemplo del deportista, que siempre está entrenándose para estar preparado y mejorar, más allá de que compita o no”.
Sin salir de la Diócesis de Coria-Cáceres, nos encontramos con otra sugerente propuesta, la que lleva a cabo en la parroquia de Santa Marina, en la localidad de Cañaveral, su párroco, Roberto Rubio Domínguez, a su vez delegado diocesano de Catequesis. “Desde hace tres años –cuenta–, impulsamos la llamada ‘Catequesis Intergeneracional’, por la que, una vez al mes o cada tres semanas, juntamos a todos los niños que vienen a los diferentes grupos semanales y organizamos un encuentro vivencial con sus padres y abuelos”.
En ello tiene mucha importancia el factor sorpresa: “Solo sabemos lo que se va a hacer el grupo de catequistas y yo, lo que les motiva mucho. Hacemos de todo, desde visitas a las ermitas del pueblo o salidas al campo. Cantamos, bailamos, rezamos, aprendemos juntos y terminamos con una pequeña merienda. A los chicos les encanta, pues se juntan los pequeños con los grandes y están ahí sus familias”.
Además, “se dan momentos preciosos, como cuando visitamos una ermita y los abuelos cuentan cómo celebraban ellos las cosas en su día o el significado de la iconografía del templo, desconocida para los demás. Es algo que ilusiona mucho a los niños y que tiene su reflejo en las misas de la familia del domingo, donde ahora se respira un ambiente muy especial, pues poco a poco se va tejiendo comunidad”.
En esa apuesta “por la creatividad y la motivación”, han cambiado hasta los nombres: “Ya no hablamos de catequesis de Comunión, sino del Grupo Nazaret, en referencia a la infancia de Jesús y al momento en el que empezó todo. Tampoco hablamos de catequesis de Postcomunión o Confirmación, sino del Grupo Betania, incidiendo en que allí se vivificó la amistad con Jesús, desde la mayor madurez. Tras la Confirmación, ya estarían los Grupos de Jóvenes como tal. Sin la antigua terminología, evitamos sacramentalizar y escolarizar la catequesis. Más que una meta o un fin, lo esencial es el camino, el comprometerme cada día más”.
Él último proyecto de Rubio, a nivel de la Delegación Diocesana de Catequesis, es Formacat, donde, “gracias al apoyo de un equipo de 20 profesores, vamos recorriendo los arciprestazgos para formar y acompañar a los catequistas. Además de que estos ya no tienen que desplazarse, sino que vamos nosotros a su encuentro, impulsamos un mismo espíritu formativo en toda la diócesis”.