El decano de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA), Francisco García, analiza, en una entrevista realizada por la misma Universidad, el papel de la Iglesia y la teología ante la crisis sanitaria del Covid-19 e invita a que, de forma individual, cada persona reflexione sobre Dios; un Dios más actual y necesario que nunca capaz de convertirse en estos momentos en un referente que nos impulsa a enfrentarnos a las dificultades que se nos presentan cada día.
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PREGUNTA.- ¿Qué lectura y aportaciones pueden hacerse desde la Teología sobre la crisis del coronavirus?
RESPUESTA.- Lo primero es retener las sensaciones que hemos escuchado en nuestro interior estos días y sus interrogantes con los que quizá no estemos muy cómodos: que somos vulnerables, que la quietud y no solo el movimiento forma parte de nuestras vidas, que por más que nos esforcemos las cosas nunca son perfectas, que hay cuestiones que no se van a resolver y que nos van a hacer daño inevitablemente, que no sabemos vivir sin buscar culpables, que el mundo es injusto, que dependemos unos de otros, que nuestras exigencias aquí todavía son absolutamente impensables en sociedades cercanas… Retenerlas y pensarlas bien.
Y después ofrecer una reflexión sobre Dios a partir de estas realidades. En concreto, la situación debería ayudarnos a matar el Dios infantil que llevamos dentro y que dice, como los políticos, que todo va a ir bien en un pispás, sobre todo, si él/ellos están al mando, que no pasa nada, que si nosotros estamos bien el mundo ya ha superado esta situación, que esto nos ha hecho mejores y somos héroes… y que hemos de poner siempre buena cara y no crear preocupaciones. Y recuperar la presencia de un Dios que sabe acompañar y llorar por el sufrimiento inevitable, que no deja que nos ensimismemos pensando que somos el centro del mundo (de manera personal o grupal) y nos empuja a solucionar lo posible, y que finalmente tiene una palabra capaz de recrear lo que parece perderse en la nada y bajo la injusticia. Es decir, venir al Dios que se expresa en Jesús, el que acompaña y ofrece esperanza sin ser el mago de la providencia, que lo hace amando concretamente a todos y sufriendo los límites de este mundo, y que ofrece esperanza solo con su resurrección.
La Iglesia, presente
P.- ¿Qué destacaría del papel de la Iglesia durante esta crisis?
R.- Nada nuevo. Ha hecho lo que venía haciendo, pero ensanchando su acción. Los proyectos de ayuda social que están activos habitualmente los ha ensanchado con la ayuda de donaciones y voluntarios que han colaborado aún más. Pero hay un papel escondido que apenas se ha resaltado y que es el de dar esperanza, de ofrecer la presencia compañera de Dios como fortaleza y aliento en medio del estrés, la angustia, la tristeza, la necesidad y la entrega de los hombres y mujeres que han vivido esta situación de una u otra manera. Esto se ha realizado de manera callada: oraciones, llamadas de teléfono, WhatsApps, pequeños recortes para meditar… que han corrido entre los cristianos, y que los cristianos han ofrecido a los que se habían olvidado de que lo eran y ahora necesitaban su fe… e incluso a los que no lo eran. Esto no se puede medir,está escondido, pero ahí se manifiesta la Iglesia cuya aportación principal es ofrecer y testimoniar la presencia de Dios como esperanza de vida para todos.
P.- ¿Cambiará la formación de los estudiantes de Teología como consecuencia de la pandemia?
R.- No mucho. El cambio fundamental lo marcó antes de la pandemia el papa Francisco en la Constitución Apostólica ‘Veritatis gaudium’, al pedir que la formación teológica configure una sabiduría práctica que nazca de una visión de fe y oración; de una búsqueda de la verdad compleja del mundo en diálogo interdisciplinar con los otros saberes y búsquedas; y que cree dinámicas para la transformación social y cultural que necesitamos para que la vida de todos crezca en humanidad.
P.- ¿Perciben que ha habido un incremento del interés por los temas teológicos?
R.- No. Lo que podría llamarse el interés teológico actual se ha emancipado de la teología abriéndose a espiritualidades laicas, de corte individual y desarrollo del mundo interior. Es decir, se valora el mundo interior, esto es un avance, pero apenas hay preocupación por el tema de la verdad de Dios, buscándose sobre todo serenidad y aliento para la propia vida.
P.- ¿Hacia dónde van las nuevas cuestiones e inquietudes en esta disciplina?
R.- Decía hace un tiempo una canción de Jarabe de Palo: “En lo puro no hay futuro, la pureza está en la mezcla”. Pues bien, el futuro de la teología es conseguir hablar de Dios envolviéndolo con la masa de un mundo lleno de belleza y de miserias. Hacer de Dios el referente, siempre presente e inasible, que impulsa en la lucha de cada día contra nuestra soledad y desprecio interior, contra la falta de relaciones sociales empáticas e inclusivas, contra la falta de justicia y el olvido del cuidado de la creación, la lucha por una vida sencilla y bella que no tenga que disfrazarse de tantos artificios que terminan por ahogarnos. Que haga de Dios el referente que nos salve de la desesperación a la que de continuo nos somete este mundo de limitaciones, incertidumbres, injusticia y muerte. Hablar de Dios y del mundo a la vez, como acontece en Jesús, figura del amor, la belleza y la esperanza. Esta es la nueva cuestión, que es, de alguna manera, la de siempre.