En su homilía de este 5 de julio, el arzobispo de Bogotá, Luis José Rueda Aparicio, alentó a los colombianos a cultivar los valores de la paciencia y la humildad para “reconocer que necesitamos de los otros” y, sobre todo, de Dios.
Durante la celebración eucarística dominical, televisada por el Canal RCN desde la Capilla del Sagrario –en el centro de la capital colombiana–, Rueda Aparicio explicó el pasaje del evangelio de san Mateo, en el capítulo 11, en el que “la primera actitud de Jesús es hablarle al Padre y la segunda, hablarnos a nosotros“.
Sobre la primera actitud, el arzobispo de Bogotá resaltó que “Jesús es el maestro de la oración” y se le ve gozoso en una oración de gratitud: “Padre, te doy gracias porque haz revelado estas cosas a los humildes y a los sencillos”. A ejemplo de él, dijo, “hoy tendríamos que quitar toda amargura, toda tristeza de nuestro corazón, y unirnos a esa plegaria de alabanza al Padre celestial”.
En estos tiempos se hace necesario aprender de la gozosa plegaria de Jesús, que se traduce en agradecimiento “por la vida, por la familia, que es un don de Dios, por la fe, por la casa donde vivimos, por el pan de cada día, porque podemos ver, oír, comunicarnos unos a otros”, agregó el pastor.
Con relación a la segunda actitud, Rueda Aparicio resaltó tres verbos que usa Jesús para hablarnos: vengan a mí, carguen con mi yugo, y aprendan de mí.
“Vengan a mí nos hace pensar en nuestra vocación a la vida (…) y en nuestro llamado a pertenecer, por el bautismo, a la gran familia de los hijos de Dios”, pero sobre todo, señaló el arzobispo, “estamos llamados a la santidad” sin importar la condición de cada uno y su propia humanidad.
Con relación al segundo verbo (carguen con mi yugo), recordó que así como aquel “travesaño de madera que une a los bueyes para que caminen juntos, para trabajar, para arar la tierra (…), Jesús nos está diciendo: yo quiero caminar con ustedes“, y, en efecto, “él quiere ir a nuestro ritmo (…), quiere ser nuestro compañero de camino”. Se trata de una llamada a la comunión con Jesús, a caminar con él.
Finalmente, a propósito del último verbo (aprendan de mí), Rueda Aparicio destacó dos características del seguimiento de Jesús: la paciencia y la humildad. “Dios es paciente y misericordioso con la humanidad entera y nos llama ser pacientes”, una virtud que hace falta en la vida familiar, señaló el obispo. “La paciencia nos lleva a entender que la vida tiene unos procesos, que no todo se logra de la noche a la mañana, que hay que ir construyendo poco a poco nuestra vida”. Además, “nos quita la tentación de quererlo todo instantáneamente”.
Esta virtud, continuó, “nos lleva a no vivir con amargura, con mal genio, renegando de lo que nos va pasando en la vida, sino aceptar con paciencia, que es distinta a la resignación, porque es una paciencia activa que nos lleva a alimentar la esperanza“.
A propósito de la humildad destacó “cómo nos hace bien la humildad”, porque “la humildad es tener los pies en la tierra” y “nos lleva a reconocer lo que somos: una vasija de barro (…), a vencer la vanidad, la arrogancia, la autosuficiencia”. En este sentido, “ser humilde nos lleva a ser fraternos, a darnos cuenta que necesitamos de los otros (…) y a ser agradecidos porque necesitamos de Dios”.
Al finalizar la eucaristía Luis José Rueda pidió oraciones por la 110ª Asamblea plenaria del episcopado colombiano que se realizará virtualmente entre el 6 y el 8 de julio, e hizo mención de la fiesta de la Virgen de Chiquinquirá, el próximo 9 de julio, cuando se celebran 101 años de la coronación de la Reina y Patrona de Colombia.
Como último acto, al dar la bendición el arzobispo de Bogotá pidió a la ‘madre de la esperanza’ por los más necesitados del país con la siguiente oración:
Bendita Tú eres en entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre: Jesús.
Te consagramos la humanidad entera, especialmente, hombres y mujeres que sufren y están agobiados:
los que están sin empleo;
los que no tienen vivienda propia;
los habitantes de calle;
los migrantes y desplazados;
los enfermos;
los encarcelados;
las trabajadoras sexuales;
los secuestrados;
los pueblos que sufren la guerra;
los discriminados por el color de piel;
los que viven esclavos por las drogas;
las niñas abusadas;
las mujeres asesinadas;
los que viven en soledad;
los que pasan hambre y sed;
los campesinos marginados;
los indígenas olvidados;
los jóvenes sin posibilidad de estudio;
los niños explotados laboralmente;
los ancianos abandonados.
Virgen María, Madre de la esperanza, Madre de Cristo, consuelo de los afligidos, salud de los enfermos, que seamos contigo servidores de la esperanza, ayúdanos a ser fraternos y solidarios, a caminar por sendas de sabiduría y de santidad.
Que el Espíritu Santo reconstruya y renueve a toda la humanidad.
Madre de Dios y Madre nuestra, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.