“Destilada”. Así es como llega la información de Libia, donde la guerra civil que vive el país tras la caída del régimen de Muamar el Gadafi en 2011 ha colocado a los inmigrantes que intentan cruzar el Mediterráneo Central desde sus costas en una situación terrible. “No imagináis el infierno que se vive allí en los campos de detención. Esta gente venía solo con una esperanza, cruzar el mar”, dijo el Papa en la misa que presidió este martes en la capilla de la Casa Santa Marta, la residencia vaticana donde vive, en el séptimo aniversario de su visita a Lampedusa. Fue el primer viaje tras ser elegido Obispo de Roma y en el que mostró cuál iba a ser una de las grandes prioridades de su pontificado.
Francisco rememoró en su homilía cómo durante su estancia en Lampedusa escuchó el testimonio de algunos de los inmigrantes que habían llegado a esta pequeña isla italiana situada en el centro del Mediterráneo después de cruzar el Canal de Sicilia. “Me contaban sus propias historias, cuánto habían sufrido para llegar allí”, recordó el Papa, destacando cómo la traducción aquel día era mucho más breve que lo que le narraban los desplazados.
Cuando volvió a la Casa Santa Marta, una de las recepcionistas, ya fallecida y que era hija de etíopes, le contó que había visto el encuentro por la televisión y que el traductor “no le había dicho ni la cuarta parte de las torturas y sufrimientos” que vivieron los inmigrantes. “Me dieron la versión destilada”, lamentó el Papa. Según dijo a continuación, es lo mismo que ocurre hoy con la información que llega de Libia.
A diferencia del año pasado, cuando la misa para rememorar el viaje a Lampedusa se celebró en la basílica de San Pedro del Vaticano y en ella participó un grupo de inmigrantes, la pandemia obligó en esta ocasión a que se oficiara en la capilla de Santa Marta y a que solo estuvieran presentes junto al Papa los trabajadores de la Sección para los Migrantes y Refugiados del dicasterio para el Servicio al Desarrollo Humano Integral. Los subsecretarios de este organismo, el cardenal Michael Czerny y el escalabriniano Fabio Baggio, concelebraron la Eucaristía con el Pontífice.
Francisco recordó cómo “el encuentro con el otro es también un encuentro con Cristo” y es Él quien “llama a nuestra puerta hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo y encarcelado, pidiendo que lo encontremos y ayudemos”. También “pidiendo poder desembarcar”, dijo el Papa improvisando sobre el texto que tenía preparado. “Y si todavía tuviéramos alguna duda, esta es su clara palabra: ‘En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis’”.
Al principio de su homilía, Jorge Mario Bergoglio advirtió a los cristianos del riesgo que supone que “la prosperidad y la riqueza abundante” llenen de “falsedad e injusticia” el corazón. “La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito de los otros, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisional, que lleva a la indiferencia hacia los otros, o mejor, lleva a la globalización de la indiferencia”, dijo el Papa citando la homilía de su misa en Lampedusa hace siete años.