“En este tiempo de pandemia necesitamos familias compasivas, constantes y austeras“, ha dicho el arzobispo de Bogotá, Luis José Rueda Aparicio, durante su homilía en la eucaristía televisada por el Canal RCN del domingo 12 de julio, desde la Capilla del Sagrario en la capital colombiana.
En torno a la parábola del sembrador, el arzobispo recordó que “el sembrador es Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo”, y “el sembrador salió a sembrar, va a su casa, a su hogar, a su corazón, a sembrar una semilla de caridad que es su Palabra“. Hoy “Dios sigue sembrando por medio de la Iglesia”.
Rueda también explicó que la semilla “es la Palabra de Dios (…), una semilla de Palabra viva para cada una de nosotros”, y el terreno “es su familia, cada uno de nosotros, la humanidad entera”.
En cuanto a los terrenos, son diversos –como se describe en la parábola– pues algunos son duros: “no acogen la Palabra, no penetra, no es alojada”; otros son pedregosos y “como no enraiza, la Palabra no da fruto, se seca rápidamente por falta de perseverancia”; mientras que los terrenos con espinas “ahogan la palabra, y muchas veces tiene que ver con las preocupaciones de la vida”.
Pero hay terrenos buenos para acoger la Palabra, y tienen que ver con tres actitudes que el arzobispo de Bogotá ha propuesto a las familias: escuchar, entender y fructificar. “Escuchar es muy importante en la vida, y es un don, un regalo, pero nos pide silencio –iluminado por el Espíritu Santo– para escuchar a Dios que nos habla (…) al corazón de nuestras familias, de nuestros enfermos, al corazón de los gobernantes, de nuestros niños y jóvenes”.
Con relación al verbo entender, Rueda acotó que “no es algo intelectual, es algo de fe; es la guía del Espíritu Santo la que nos permite entender la voluntad de Dios”. Es necesaria la actitud de discípulos para entender lo que Dios quiere que aprendamos con los acontecimientos que vivimos en este tiempo de pandemia, iluminados por su Palabra.
De este modo será posible “fructificar”, pues “toda semilla que se siembra lleva una esperanza, la esperanza de que en algún momento va a dar fruto”. El fruto, de acuerdo con Rueda, “es una vida santificada, donde Dios se aloja en nuestro corazón, es el huésped de nuestra familia”, y “en este tiempo de pandemia podemos dar fruto de vida nueva y santa con tres características: la compasión, constancia y austeridad“.
Al finalizar su homilía, el arzobispo de Bogotá se centró en estas tres recomendaciones. La compasión tiene consecuencias en la vida diaria: “es abrirse al otro, sentir con el otro, compadecerse del otro, del que está enfermo, del que no tiene empleo, del que no tiene vivienda, del que está angustiado, del que no tiene fe, del que perdió la esperanza”.
“Si hacemos de nuestras familias santuario de compasión, la sociedad será compasiva y prevalecerá la rivalidad”, aseveró Rueda Aparicio invitando, a su vez a ser constantes en este tiempo de prueba para no sucumbir ante la primera dificultad. “Cuando uno tiene constancia, sabe esperar, cada uno aporta desde su responsabilidad al autocuidado, al cuidado de los otros…”, con la convicción de que “el ritmo lo pone Dios”.
Asimismo, el arzobispo ha hecho un llamado a la austeridad aprendida de la vida familiar: “nuestros padres, nuestros abuelos, tenían poco pero vivían contentos; la austeridad nos lleva a no desperdiciar y a ser capaces de compartir con los demás; a que lo poco que tengamos alcance para los otros”.
Al final de la eucaristía, como lo viene haciendo cada domingo, el obispo encomendó a María la semana que inicia. Esta vez lo hizo con la oración ‘Virgen María, madre de las familias’, de su autoría:
Virgen María, madre y protectora de las familias:
ponte en camino,
ven a nuestra casa y visítanos,
como visitaste la casa de la anciana Isabel.
Renueva en nosotros el gozo y la confianza,
queremos cantar contigo:
“se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”.
Virgen María, madre y protectora de las familias:
entra en nuestra casa,
enséñanos a ser compasivos, con el enfermo, con el angustiado,
compasivos con los que no tienen empleo, con los que no tienen vivienda
compasivos con quienes no confían en el amor,
con quienes pierden la esperanza, con quienes no tienen fe.
Virgen María, madre y protectora de las familias:
quédate en nuestra casa,
tu presencia, llena de luz nuestro hogar,
renueva en nosotros la esperanza,
en medio de las duras pruebas y las tribulaciones que nos rodean,
danos tu valentía, y acompáñanos,
como acompañaste a tu Hijo Jesús en la Cruz.
Virgen María, madre y protectora de las familias:
te acogemos por siempre en nuestra casa,
comparte con nosotros un pedazo de pan y un vaso de agua,
que todos volvamos a la austeridad,
que seamos agradecidos con lo que tenemos,
que nuestra mayor riqueza sea tu Hijo Jesucristo el Señor,
y como en las bodas de Caná, enséñanos a hacer lo que Él nos diga.
Amén.