El profesor e investigador de la Universidad de Navarra, Javier Sánchez Cañizares, ha sido nombrado como nuevo miembro de la International Society for Science and Religion, una asociación compuesta por más de 200 investigadores de diferentes disciplinas de todo el mundo que estudia las relaciones entre ciencia y religión. Vida Nueva habla con el profesor sobre estos lazos entre razón y fe, sus implicaciones en la vida social y lo que supone para la Universidad de Navarra su nombramiento.
PREGUNTA.- ¿Qué significa entrar a formar parte de la International Society for Science and Religion para usted y para la universidad?
RESPUESTA.- A nivel personal es una alegría, pero sobre todo es un gran reconocimiento al trabajo que hacemos en nuestro grupo de Ciencia y Religión en la Universidad de Navarra, que fundó el profesor Mariano Artigas, quien a su vez también formó parte de esta Sociedad Internacional.
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P.- ¿A qué se dedica este grupo exactamente?
R.- La idea de lo que hacemos es muy sencilla, porque lo que tenía en la cabeza Mariano Artigas es que hubiera un grupo de profesores con un doble ‘background’, es decir, que conociesen, por una parte, las ciencias de la naturaleza, porque tuviesen un grado o un doctorado incluso en este área, y también que tuviesen conocimientos de teología o filosofía, muchos de ellos son creyentes, y que de esta manera se pudiese entablar el diálogo entre ciencia y fe, con la mediación de la razón filosófica.
P.- ¿Cómo se traduce esto en la práctica?
R.- En la práctica, es escuchar lo que tienen que decir unos y otros, los científicos y los teólogos, sobre algún aspecto importante de la realidad. Ver cómo estas cuestiones se interpelan en ambos aspectos, puede hacer que avancemos en las dos direcciones. Hoy por ejemplo nos interesan cuestiones sobre el universo y la creación, sobre la evolución y la mano de Dios en el mundo, sobre la especificidad humana, la cuestión del alma, de la espiritualidad humana y, al mismo tiempo, el papel del hombre en la naturaleza. Todo eso son cuestiones donde ciencia y religión entablan diálogo, pero donde, sobre todo, se tienen que escuchar. Y esto es lo que hacemos a partir de seminarios, algún proyecto de investigación conjunto…
P.- En el imaginario colectivo, las relaciones entre ciencia y religión siempre han sido bastante tensas. ¿Cómo son en la actualidad?
R.- Las relaciones entre ciencia y religión han sido complejas a lo largo de la historia. Es verdad que en estos temas el imaginario colectivo se posiciona en que están enfrentados. Al final, si nos damos cuenta de que hay una realidad en la que estamos todos inmersos, y tanto la ciencia como la religión hablan de esa realidad, y tiene que existir ese diálogo entre una y otra.
Creo que el principal problema que tenemos es el del lenguaje. El ser humano tiende a saber cómo funcionan las cosas y a crear, y al mismo tiempo tiene esa dimensión trascendente. Por eso, es necesario establecer un cierto lenguaje común, en el que entendamos lo que está diciendo una y otra parte. Es un diálogo complejo y de actualidad porque siempre hay cuestiones candentes que preocupan y a otros.
P.- ¿Cuáles son las principales cuestiones de debate actualmente?
R.- Hay cuestiones que son clásicas en este sentido, como el estar en un mundo que funciona con leyes naturales, con una autonomía de la naturaleza muy clara y, al mismo tiempo, un mundo donde los creyentes dicen que Dios está actuando. ¿Cómo se conjugan esas dos cosas? Esa es la gran pregunta. O la de la especifidad humana, que presenta, por un lado, a un ser humano fruto de la evolución, y por otro parece que trasciende toda la naturaleza, porque tiene esa capacidad de conocimiento y de amor.
Esas son las cuestiones clásicas. Creo que en el mundo de hoy hay unas cuestiones más especificas. Por una parte, la ética en la ciencia, o como la ciencia no se basa a sí misma. Por ejemplo, cómo utilizar los recursos para investigar, qué líneas de investigación debe seguir. Son cuestiones que la ciencia no puede tomar por sí misma, sino que precisan de un diálogo con la sociedad, basadas en la ética. Esto no significa que sea un freno, sino que sea una garantía de buena ciencia. Pero para eso la ciencia necesita distanciarse y dialogar con ámbitos distintos a sí misma.
En el ámbito de la fe, en su doctrina, existe el reto de no estar de acuerdo con conceptos o con ideas o con la imagen del mundo que nos ofrece la ciencia actual. Y creo que ahí hay un reto. Lo decía Benedicto XVI, que en algún libro reciente habla de la necesidad de ofrecer nuevas posibilidades representativas a las personas de acuerdo con la ciencia actual.
P.- Con ‘Laudato si”, el papa Francisco ofrece una visión del ser humano como parte de la naturaleza y como su cuidador. ¿Qué papel ha tenido esta encíclica en el diálogo entre fe y ciencia?
R.- El papa Francisco ha hecho una cosa que a él le gusta mucho que es iniciar procesos. Creo que es una encíclica profética que va a seguir interpelando a los creyentes, porque me parece que nos introduce en una visión de la Tierra como nuestra casa común, y también reconocernos al ser humano como parte de esa naturaleza, pero con ese rol, esa misión de cuidador. Alguien que está puesto para cuidar y cultivar esa creación. Y eso se extiende en el respeto por la naturaleza y los demás seres humanos. No solamente para que podamos ofrecer una casa mejorada para las generaciones futuras, sino porque hay algo valioso en la naturaleza misma.
Veo esa encíclica y creo que lo que nos plantea el Papa es esa visión renovada de la fe, la misma que lleva manifestando el cristianismo desde sus inicios pero ha tenido distintas manifestaciones a lo largo de la historia. Ahora nos encontramos en un momento donde podemos recuperar nuestra identidad humana en la que podemos descubrirnos como cuidadores de esa naturaleza de la que somos también fruto.