Jesús Márquez Piñero llegó a Murcia cuando tenía 6 años como fruto del destino de su padre, militar de carrera. Allí volvió a los 14 años y cuando se quedó sin plaza tras haber aprobado la oposición de acceso a la Academia General Militar. Mientras estudiaba Derecho trabajaba como administrativo en diferentes constructoras, una tarea en la que le iba tan bien que dejó los estudios tras ser ascendido. Hoy será uno de los 4 nuevos sacerdotes de la diócesis de Cartagena, junto a Juan Pablo Palao, Joaquín Conesa y David Flor de Lis.
Al recordar su época de ser jefe de administración y responsable de delegación, señala que “en mi puesto de trabajo me sentía el ombligo de la empresa, con mucha conexión tanto con los clientes como con todos los empleados”. Era “un entorno duro en el que no existía la caridad” por ejemplo a la hora de despedir gente. “No me habían educado para eso, ni yo quería ser así, sin tener en cuenta a las familias a las que afectaban esos cambios”, confiesa.
Un momento definitivo será cuando se debatía en elegir destino entre México, Marruecos o Qatar y perdido entre las calles de Picasent (Valencia) fue a dar con una iglesia. “Nunca había perdido la fe y en mi maleta, desde pequeño, siempre llevaba una Biblia, aunque no estaba vinculado a ninguna parroquia”. Entró al templo y preguntó a Dios cuál era la mejor opción de entre los destinos propuestos. “Quédate conmigo” fue la respuesta.
Tras 20 años de trabajo, se tomó un año sabático. “Durante ese tiempo marqué millones de veces el teléfono del Seminario Mayor San Fulgencio, pero nunca dejaba que diese el primer tono y colgaba”, confiesa ahora en una entrevista a la delegación episcopal de Medios de Comunicación Social. Hasta que se decidió proseguir la llamada y compartió con un seminarista su experiencia.
“Hacía mucho tiempo que yo no estudiaba y eso me frenaba un poco, pero tuve el ejemplo de todos los compañeros, que me dieron testimonio de que este podía ser mi sitio. Me sorprendió gratamente conocer la vida de los seminaristas, sus historias y la formación académica de cada uno de ellos”, rememora ahora de su entrada en el seminario. “En el seminario aprendes muchas cosas, pero lo que queda es que Dios forma parte de tu vida”, señala. Hoy, con 53 años, piensa que las vocaciones a esta edad son “especialmente significativas porque combinan la experiencia de la vida con la ilusión del inicio del sacerdocio”.