La vida de la barcelonesa Isabel Durán Piñero la marcó en buena parte su infancia: “Me crié, de los tres a los 16 años, en un colegio de internas de las Hijas de la Caridad, estando los chicos con los salesianos. Yo tenía padres y pasaba con ellos los fines de semana, pero la gran mayoría de mis compañeras eran huérfanas. Las monjas eran rígidas, pero me legaron buenos valores, como demuestra el hecho de que todas las amigas de entonces nos dedicamos hoy a trabajos enfocados a lo social, siendo yo orientadora laboral en una oficina de empleo, desempeñándose también como delegada de Personal en Comisiones Obreras. Sin embargo, aquellos años me hicieron rezar e ir a misa tanto, que siempre digo que todo eso ya lo he hecho para lo que me queda de vida…”.
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Tras cuatro décadas sin ninguna vinculación con el mundo religioso, pero en las que siempre ha estado muy presente “el compromiso con muchos excluidos sociales” a través del voluntariado, todo cambió hace unos meses, “cuando Montse, una chica joven que vivía en la calle, me habló de la Parroquia de Santa Anna. Me llamó la atención porque venía bien vestida… Me impresionó ese cuidado de la dignidad personal que le ofrecían”.
Iglesia de puertas abiertas
Tras ofrecerle la chica que la acompañara, acudió al templo barcelonés y allí conoció algo que la sorprendió: “Me impactó mucho ver esa iglesia abierta a todos los que la necesitaban, durmiendo en sus bancos quienes no tenían dónde hacerlo fuera. No lo dudé y, enseguida, me ofrecí al párroco, Peio Sánchez, para ofrecerme como orientadora laboral para todos”.
Así ha sido desde entonces, cuando va todas las tardes y, en un rincón, con un ordenador, se entrevista uno a uno con quien desea encontrar un trabajo y no puede… Algo que solo ha frenado durante unos meses una pandemia mundial como la del coronavirus, aunque ha podido ayudar de otro modo: “Unas 30-40 familias ligadas a la parroquia hemos creado el Grupo María Auxiliadora, con el que acogemos en nuestras casas a un centenar de personas… Yo vivo estos últimos meses con una familia hondureña compuesta por un matrimonio, su hijo y su hija. Somos ya una familia y nos ayudamos mutuamente, pues ellos cuidan a mi madre, que es dependiente y también vive conmigo, y gracias a ello ahora he podido volver a Santa Anna cada tarde para echar una mano a otros”.
Un cuadro de María Auxiliadora
En este sentido, también han vivido una anécdota que a Isabel le conmueve: “Un día, el padre de familia encontró entre la basura un cuadro de María Auxiliadora. Se lo llevó a casa y me emocionó, pues esa imagen es como la que estaba en mi internado de niña, acompañando a tantas compañeras huérfanas… Volvía a sentir que todos éramos familia en torno a ella. Sin olvidar que creo que ha hecho un milagro en nuestra casa, pues todos hemos estado contagiados de coronavirus y no nos ha ocurrido nada a ninguno”.
Isabel, que ahora también colabora con Cáritas (donde trabaja para poner en marcha un equipo de voluntarios que trabajen a fondo en la orientación laboral a los atendidos, “hoy más necesaria que nunca”), recalca que “sigo sin ser mucho de rezar o de ir a misa, pero ver tanta bondad en Santa Anna, a gente que es auténtica y se entrega de verdad por los otros sin esperar nada a cambio, me ha acercado nuevamente a la fe. No me tienen que contar nada, es una bondad que veo con mis ojos, que palpo y me ha contagiado. Es un catolicismo muy diferente al que conocí de niña, en pleno nacionalcatolicismo, cuando era una fe que se imponía”