En los momentos de caída, tristeza, dolor, miedo, sufrimiento e incertidumbre hay quienes optan por mirar hacia lo alto y culpar a Dios. Otros, en cambio, emergen de esa misma experiencia con un sentido de la transcendencia que antes no tenían.
Es lo que le ha ocurrido a Raquel Díaz Molina, quien ha salido del confinamiento provocado por el coronavirus como “una persona nueva, que ha dado un giro de 180º”. Residente en el municipio madrileño de Fuenlabrada, esta madre de cuatro hijos tenía “la fe que tenemos muchísimas personas: has sido bautizada y te sientes creyente, pero, durante años, solo vas a misa en la Semana Santa del pueblo…”. A los 18 años, cuando pasó por el dolor de perder a su padre, “atravesé por una crisis muy fuerte, pero, con el tiempo, de ella también salí fortalecida como persona”.
Debido al ritmo del día a día, a caballo entre el trabajo y la atención a sus cuatro hijos, tampoco sentía una especial inquietud religiosa… “Hasta que, al llevar a catequesis a mis hijos, especialmente a la pequeña, Rocío, a la que todo esto le encanta y se ha hecho monaguilla, me he ido implicando poco a poco en el mundo de la parroquia”.
La comunidad, dirigida por los salesianos Jota Llorente y Esteban Tapia, es la Parroquia María Auxiliadora, muy activa a nivel de barrio, también desde su centro juvenil. Gracias a ese dinamismo, Raquel se ha ido contagiando: “Como mucha gente, tenía una imagen de la Iglesia marcada por los prejuicios y la falta de confianza en la institución. Pero, al ir conociendo a los sacerdotes y a los voluntarios, me ha ido fascinando su entusiasmo”.
Hasta el punto de que ella misma dio un paso al frente y, en septiembre, decidió apuntarse al grupo de Confirmación: “Lo hice junto a otra madre, siendo el resto chavales. Como le he dicho al padre Esteban, ahora soy consciente de la falta de acompañamiento en la fe que he tenido. En su día, cuando hice la comunión, nadie me habló siquiera de que podía continuar y confirmarme. Ahora, ya adulta, voy al grupo y soy feliz. Nos dicen que preguntemos todas nuestras dudas, así que siempre voy con una batería de ellas, pues, para mí, todo es nuevo”.
En medio de este proceso, como a todo el mundo, le sorprendió el coronavirus. Pero, lejos de ser un parón en su camino, ha sido el aldabonazo definitivo, el hito que lo ha cambiado todo: “Gracias a que transmitían la misa por Youtube, he podido hacer lo que nunca antes. No solo poder ir a misa a diario, sino disfrutarla con una intensidad que me ha sorprendido. Cada día, a las siete y media de la tarde, era ‘mi’ momento… Los niños podían compartirlo conmigo o estar en sus habitaciones, pero todos en casa sabían lo que suponía para mí”.
“Y es que –relata– ha sido en verdad especial. Estos meses, iba a misa el domingo o cuando podía y escuchaba el Evangelio, pero ahora, cada día, lo paladeaba palabra por palabra, viviéndolo. Escuchar a diario la Palabra ha sido como una ventana abierta en medio de la experiencia del confinamiento. He pasado despacio por los paisajes del Evangelio, lo he ido descubriendo y comprendiéndolo de un modo más fuerte y auténtico. Rebobinaba cuando quería volver a oír una parte y lo escuchaba todo con los ojos cerrados y los cinco sentidos puestos solo en este momento. Ha sido una vivencia muy íntima, potente. Lo que antes era para mí algo desconocido, ahora lo vivo con pasión, con una alegría desbordante. De hecho, si, por lo que fuera, ahora no pudiera participar en la misa, me dolería en el alma, lo sentiría como un desgarro”.
Además, y aunque parezca paradójico, la soledad del confinamiento le ha hecho sentir con mayor intensidad la idea de comunidad que en teoría marca toda eucaristía, donde la asamblea se reúne para celebrar la misma fe: “Cada día, éramos más o menos los mismos los que nos conectábamos al canal de Youtube de la parroquia. Antes de empezar la misa, nos saludábamos por el chat y eso ya daba mucha alegría, pues la gran mayoría no nos conocemos personalmente, habiendo varias personas que no son de Fuenlabrada pero a las que les gusta nuestra misa… Además, varios días, una de las que se conectaba y comentaba era mi madre. Me hacía muchísima ilusión, por compartir el momento y por saber que estaba bien, pues entonces aún no nos podíamos ver físicamente”.
Ahora, una vez que ya se ha acabado el confinamiento. Raquel se prepara para volver con las pilas recargadas: “En septiembre, cuando retomemos el grupo de confirmación, mi habitual batería de preguntas se va a quedar corta con todo lo que he experimentado…”. Y es que estamos “ante una mujer renovada en todos los sentidos, moviéndome la alegría de la fe a valorar mucho más otros aspectos de la vida, como los amigos y la familia”.
Es tal su alegría que, al concluir nuestra conversación, se despide entusiasta enseñándonos un tatuaje en su muñeca: “Me lo acabo de hacer hoy mismo con la palabra ‘fe’. Antes, no quería dar detalles de si iba o no a misa o participaba en la parroquia. Pero ahora lo tengo siempre en la boca. Estoy feliz y quiero que se aprecie esa ilusión. El confinamiento me ha cambiado la vida… Verdaderamente, he encontrado a Dios”.