Reportajes

Así ha descubierto Silvia a Dios entre la oscuridad del coronavirus





La cosladeña Silvia Calvache González, auxiliar de enfermería en el Hospital de San Chinarro, en Madrid, se ha abrazado con mucha fuerza a la fe a raíz de la muerte por coronavirus de su padre: “Fui educada en la fe y he bautizado a mis tres hijos, pero, hasta ahora, nunca había sido realmente practicante; en absoluto. Sin embargo, cuando me ha tocado vivir lo que jamás pensé que superaría, he sentido a Dios conmigo y mi dolor se ha transformado en esperanza, paz, seguridad en mí misma y hasta alegría”.



Todo comenzó cuando su padre, José Calvache Sillero, ingresó en la UCI: “A sus 75 años, estaba perfectamente. Era muy vital, alegre, saludable y nunca paraba: llevaba a sus nietos al colegio, cuidaba de un huerto junto a su hermano… Sin embargo, cuando le intubaron y perdió la consciencia, ese día me preocupé y, de repente, empecé a rezar. Me brotó con mucha fuerza un sentimiento que me ha acompañado desde ese día. Realmente, he sentido algo que me ha movido a la fe”.

Aceptar su voluntad

“Poco a poco –detalla–, he notado cómo ha ido creciendo mi necesidad de hablar con Dios, sintiendo su fuerza. Hubo un momento muy delicado, cuando mi padre estaba peor y también se contagiaron de coronavirus mi madre y mis tías. Pasé de pedirle que le salvara a aceptar su voluntad, asegurando a Dios que aceptaría lo que al final pasase. Desde esa paz, le escribí una carta a mi padre que, aunque estuviera inconsciente, le leyó la enfermera que le cuidaba. Al poco, mi hermana Encarni, nuestros hijos y nuestros maridos le hicimos llegar unos mensajes de audio. La enfermera se los puso a las cinco de la madrugada de ese 21 de marzo y, a las cuatro horas, él falleció. Realmente, sentí que él necesitaba esa despedida nuestra para poder irse”.

Desde ese día, Silvia ha experimentado con mucha fuerza que “estoy más cerca que nunca de mi padre. Y es que, a través de Dios, siento que no deja de regalarme gestos, como diciéndome: ‘Aquí estoy’”. Así, a los pocos días de su muerte, se incorporó a su trabajo en el hospital: “Esos días me volqué con una mujer de 90 años que estaba bastante deteriorada. Su hija era monja de clausura y, en su día, ella misma llegó a plantearse la vocación religiosa. Yo, para no disgustarla, no le mencioné nada de la muerte de mi padre. Nunca le había hablado de él, pero, el día que le dieron el alta, pareció despertar de un momento de ensimismamiento y, mirándome de pronto fijamente, me dijo: ‘A tu padre le querían mucho’. Ese momento me impactó hondamente porque no había una explicación lógica para ello”.

La llamada que se grabó

Otro “gesto” se dio hace poco: “Una compañera mía estuvo en el Rocío y puso una vela a la Virgen por mi familia. Me mandó una foto al móvil de la vela y se lo agradecí mucho. Esa noche, mientras veía el móvil, me topé sin querer con el inicio de una llamada grabada de mi padre. Era apenas un segundo y la había grabado sin querer, pero era a las 19:45 horas del día 8 de marzo… En el momento exacto en el que ingresaba en el hospital y me llamaba para contármelo. Entonces no sabíamos que era una despedida, y tampoco que se había quedado grabada en parte. Cada uno lo puede interpretar de mil formas, pero yo lo siento como otro saludo de mi padre, a través de la Virgen, haciéndome ver que está conmigo y que la muerte no tiene la última palabra”.

En esta “bonita experiencia”, en la que desde el dolor se ha convertido en “una persona diferente, mucho más segura de mí misma”, ha sido importante el acompañamiento a su familia del religioso camilo José Carlos Bermejo, director del Centro de Humanización de la Salud: “Mi hermana Encarni trabaja con él y ha sido esencial para nosotras. A un grupo de amigos, cada día nos manda una oración que no deja de ser una acción de gracias. Fue preciosa la que le dedicó a nuestro padre el día de su muerte y cómo le pudo acompañar espiritualmente en esas horas finales, aunque fuera de modo virtual. Nos llenó de paz y, de hecho, cuando nos ofrecieron poder verle poco antes de que falleciera, ya no quise. Prefería conservar la imagen que tengo de él vivo y sentía que, con ese acompañamiento espiritual, ya nos habíamos podido despedir. Ahora estoy más cerca que nunca de mi padre”.

La alegría de lo nuevo

La vida de Silvia ha cambiado hasta el extremo de que la fe es ya un pilar esencial en su vida: “Rezo cada día y voy a misa a diario cuando puedo. Lo necesito y lo disfruto, pues para mí acercarme ahora al Evangelio es una absoluta novedad, ya que antes apenas conocía nada de él. Estoy feliz y con mucha paz, con la certeza de que todo está en manos del de arriba y por eso tenemos que dar gracias a Dios por cada día de vida”.

Un proceso que, además, ella tiene el gozo de compartir con su familia: “Ahora disfruto de todo. Por ejemplo, me ha maravillado ver con mi madre y mi hermana la película ‘La cabaña’, donde la fe está muy presente. En muchas pequeñas cosas experimentamos que mi padre está con nosotras, aunque de otro modo. Él, que era como un rayo, pura energía, se fue igual, de un modo rápido e inesperado. Del mismo modo, está ahí, lo sé”.

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Alicia Ruiz López de Soria, ODN







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