Me da la sensación de que es la hora de los laicos de verdad”. Así lo cree Marifran Sánchez, nuevo directora de la Subcomisión para las Migraciones y la Movilidad Humana de la Conferencia Episcopal Española. La hasta ahora responsable del Departamento de Trata sustituye al jesuita José Luis Pinilla, tras 12 años al frente de los temas migratorios en el Episcopado. Una renovación que es casi una sucesión lógica, puesto que Sánchez era la número dos del religioso, pero que no deja de ser novedosa al tratarse de una laica.
“Ella es como la hospitalidad: femenina”, remarca Pinilla. En un momento en el que el coronavirus viene de la mano con otra pandemia –la de la exclusión–, que trae consigo rebrotes de racismo y xenofobia en nuestro país, el maestro y la alumna aventajada dan muestras de la acogida, integración, promoción y protección que la Iglesia quiere ofrecer a los migrantes. No por ideología, ni por moda, ni por lo que algunos tildan como “buenismo”, sino porque “fui forastero y me acogisteis” (Mt 25, 35).
“El inmigrante no es un número, no es solo mano de obra, es una persona”, afirma Pinilla con rotundidad, afianzando su posición. Quien ha podido escucharle perder la voz por los migrantes ya conoce –casi de memoria– la frase que siempre pone sobre la mesa: “A las ocho de la mañana, todos los inmigrantes son pocos. A las ocho de la noche, sobran todos”. Obviamente, no es suya. Son palabras del ex alcalde de El Ejido (Almería), Juan Enciso, quien en el año 2000 soltó esta perla.
“¿Por qué?”, se pregunta el jesuita para auto contestarse: “Sobran porque hay que tratarlos como personas: con sus derechos, su techo, atendiendo sus necesidades sanitarias… Si no los ves como personas, les estás robando, insisto, robando, su dignidad”. Y remata parafraseando a Santiago Agrelo, arzobispo emérito de Tánger: “‘Donde todos ven un migrante, yo veo un hermano’. Donde todos ven un migrante, Marifran y yo vemos un hermano”.
Para Sánchez, “la clave está en pensar en que somos una familia humana, nacidos en un lugar concreto y no por eso tenemos que estar condenados a resignarnos. Todo el mundo tiene derecho a no emigrar forzosamente. Veamos al otro como un hermano, alguien que nos necesita. No es un competidor. No viene a quitarme cosas, sino porque lo necesita. Como cristianos, solo podemos acoger”.
Una acogida que choca hoy con discursos políticos, e incluso son movilizaciones ciudadanas, como es el caso del barrio murciano de San Antón, en el que medio centenar de vecinos se han concentrado dos tardes para protestar, cacerola en mano, por un piso cedido a Cruz Roja en el que pasan la cuarentena varias personas llegadas en patera. Por hechos como este, Cáritas Murcia cuenta con proyectos como los micro encuentros ‘Hagan lío’, en la que voluntarios pueden formarse en la atención a las personas en situación o riesgo de exclusión social, como son las personas migrantes.
“El papa Francisco ha puesto a los inmigrantes como paradigma de la pobreza. Ha sido su vecino, por origen y por vocación. Él dice que quien quiera tocar a Cristo, que toque la llaga de los pobres. Esto ha movilizado mis energías”, explica Pinilla. De acariciar al que sufre también sabe Agrelo: “Quien dice no al emigrante dice: gitanos, no; sudacas, no; drogatas, no, mendigos, no; subsaharianos, no, hasta terminar diciendo: Jesús, no”, dijo el pasado 11 de julio en la presentación de ‘Acompañar en las periferias existenciales’, primer volumen de una colección de Narcea dedicada al acompañamiento.
En ello insiste Pinilla: “Hay que volver la vista hacia aquellos sectores cristianos que aún miran al migrante como un enemigo”. Porque la Iglesia en España, en su conjunto, sí considera que está en la órbita del Papa. “Cuando los obispos publicaron la pastoral Iglesia, servidora de los pobres, dieron un puñetazo en la mesa al reconocer que ya va siendo hora de que, como sociedad y como Iglesia, reconozcamos todo lo aportado por los migrantes en la cultura y en la religión”.