A finales de febrero, los profesionales del Centro de Humanización de la Salud cumplieron con lo que ellos llaman el ‘Día H’: un fin de semana en común en el que los compañeros se reúnen en una casa rural. Sin embargo, este año era distinto: ya se había empezado a escuchar la palabra ‘coronavirus’, pero todavía parecía lejana.
“Lo que no sabíamos es que, en unos días, pasaríamos de estar en la más absoluta normalidad a que nos arrollase una ola”. Son palabras de Encarni Calvache, coordinadora de Formación Profesional en el Centro y profesora del mismo desde hace casi 15 años. Recuerda especialmente ese fin de semana porque, ese domingo, mientras volvía a Madrid, habló con su madre por teléfono. “Tu padre está con fiebre, lleva así unos días”, le dijo, aunque sin darle importancia. Irían al médico de cabecera en esos días, tal vez el lunes o el martes si no mejoraba.
“Le enviaron a casa porque todo parecía normal, pero esa misma semana, el jueves, mi padre se levantó como todas las mañanas para llevar a los nietos al colegio y, en el desayuno, se desplomó. En seguida me llamó mi madre. Ya había recuperado un poco la conciencia, pero teníamos que ir al hospital”, explica Encarni. Eso fue el jueves 5 de marzo. Ese mismo día, su padre se quedó ingresado porque no saturaba bien. “Como ya habían aparecido los primeros casos de coronavirus en España, le hicieron la prueba y el viernes nos dijeron que era positivo”, continúa.
Sin embargo, aunque estaba en aislamiento, no parecía que aquella situación fuera a quedar en nada más que una anécdota. “Mi padre era la típica persona a la que le pasaba de todo, y la gente más conocida te decía ‘fíjate, cómo no iba tu padre a cogerlo’”, apunta Encarni. Pero, a partir de ahí, todo comenzó a ir muy rápido. “Era un hombre sin patologías, con buen estado de salud, así que lo que nos decían los médicos era que no nos preocupásemos, que iba a salir todo bien, que no tenía neumonía”, señala. Sin embargo, si esa conversación con los sanitarios fue el sábado, el domingo su padre apenas podía hablar por teléfono, y decidieron bajarle a la UCI. “Allí estuvo hasta el día 21 de marzo, que fue cuando falleció”, dice.
La pérdida de su padre, en un periodo en el que la situación en todo el país era cada vez más caótica, no fue lo único por lo que pasó Encarni y su familia. El 11 de marzo su madre también había tenido que ser ingresada por coronavirus, así como dos de sus tíos que siempre estaban con ellos. Su hermana y uno de sus sobrinos también dieron positivo, por lo que tuvieron que estar aislados en su casa. De pronto, Encarni era la única de toda la familia que podía encargarse de comprar, de ir al hospital para tener noticias…
Una situación que, inevitablemente, ha dejado en ella una huella a nivel psicológico. “Hemos sido de las primeras familias que han presentado casos, por lo que nos tocó comunicarlo a los colegios, a nuestros allegados…”, cuenta. “Entonces, al principio, notabas cierto temor de la gente, ese miedo por haber estado con nosotros. Esa parte de angustia. Poco a poco, cuando han visto la situación que estábamos viviendo sí ha habido más empatía, pero sobre todo al principio hemos sentido una soledad angustiosa”.
“Creo que lo que más hace mella en esta situación es la soledad. En otras ocasiones, cuando alguien cae enfermo siempre tienes el apoyo de la familia que te acompaña, que está contigo. Yo he tenido el apoyo de mi marido y de una prima que han estado ahí, y hay gente que ha estado de forma virtual”, explica. “He experimentado una soledad muy grande en algunos momentos”, subraya. Una soledad que es, como en el caso de Encarni, una de las principales huellas psicológicas que ha dejado el coronavirus en muchos españoles. “Mi familia es muy católica, así que nos hemos apoyado mucho en la parte espiritual, tal vez para compensar esa parte de presencia que no hemos podido tener, como puede ser una oración de despedida”, explica.
José Carlos Bermejo, director general del Centro de Humanización de la Salud, consciente de la necesidad de tantas personas de ser acompañadas, enviaba cada noche oraciones en clave de acción de gracias a muchas personas. Pero si hay algo que Encarni tiene claro es que este apoyo espiritual, después de esta situación tan dolorosa, necesitaba nutrirse también de la atención psicológica que tanto ella como su madre han encontrado en Marisa Magaña, directora del Centro de Escucha. “Ha sido algo fundamental”, subraya.
Porque hay situaciones en las que ni la psicología puede sustituir a la espiritualidad, ni la fe puede sustituir la ayuda psicológica. “¿Cómo no te va a dejar huella tener que comunicarle a tu madre que tu padre ha fallecido, estando ella también en el hospital en aislamiento? Es un momento en el que no tienes ni un minuto de intimidad”, dice. “Mi madre narra lo que vivió en el hospital como si hubiera sido una guerra. De gritos de gente que se quería ir, de familiares que aporreaban las puertas para que les dejasen pasar a ver a alguien que acababa de fallecer… ha sido terrorífico”.
Y de la guerra siempre se vuelve dañado. “La vulnerabilidad ante este virus es universal”, apunta Bermejo, “porque nos ha afectado individual y grupalmente”. También a la Iglesia como institución. “Hemos descubierto que somos seres humanos, impregnados de una gran fragilidad”, señala. “A nivel psicológico ha sido una experiencia traumática y ahora tenemos que atravesar el post-trauma, la fragilidad que queda tras el huracán que se ha llevado a muchas hojas que ya se presentaban en parte marchitas”, asevera. Pero es que, además, a nivel ético esta situación “nos ha puesto entre las cuerdas, puesto que hemos visto cómo la limitación de los recursos sanitarios ponía a los mayores, un grupo dentro del cual hay muchas religiosas y religiosos, en el margen de los procesos de salud”.
Por su parte, José Ángel Saiz Meneses, obispo de Tarrasa y psicólogo, subraya que “el acompañamiento espiritual y la ayuda psicológica son cosas distintas, dos ámbitos que tienen distinta finalidad, aunque se relacionan y refuerzan la una a la otra”. “El objetivo de la ayuda psicológica, por ejemplo en el duelo de un ser querido, es ayudar a la persona a superar el dolor, a que se adapte a la vida después de la pérdida y que pueda hacer frente a los cambios personales y del entorno, y su ámbito es la salud mental”, mientras que el acompañamiento espiritual, por su parte, “propicia la experiencia del encuentro con Cristo y ayuda también a la persona a superar el dolor desde el marco de su finalidad general, que consiste en ayudar a descubrir el proyecto que Dios tiene sobre cada persona, en su camino de maduración humana y cristiana, en el desarrollo pleno de su realidad de hijo de Dios”.
La soledad a la que hacía referencia Encarni ha sido un sentimiento muy común durante el confinamiento. Tanto es así, que la Diócesis de Burgos puso en marcha un servicio de escucha con diez psicólogos que atendían, de manera telefónica, a todo aquel que necesitase ser escuchado. Isabel Muñoz-Cobo, psicóloga encargada de la iniciativa, afirma que mucha de las personas que llamaron lo hicieron a través de que los propios sacerdotes detectasen la necesidad de que fueran atendidas por profesionales.
“La razón principal por la que la gente nos llamaba han sido los nervios, tanto por haber pasado este periodo metidos en casa como por estar viviendo esta situación en la que nos hemos enfrentado a una enfermedad desconocida, con unos datos bastante desalentadores”, apunta. “También ha habido personas a las que se les agravaban cuadros de ansiedad que tenían controlados, u otras que han visto cómo sus familiares comenzaban a cambiar de conducta, sobre todo los niños por el hecho de estar confinados”, explica la psicóloga, que considera que, en estos casos, el acompañamiento espiritual y psicológico se complementan, y que es necesario que los sacerdotes sean conscientes de ello.