“No son momentos de perder el tiempo en discusiones inútiles para culpables, para aumentar la división”. Esta fue la reivindicación del cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, a la clase política durante el funeral que presidió a las siete de la tarde en la basílica de la Sagrada Familia de Barcelona.
“Yo pido desde aquí también a quienes tienen poder en este mundo, a las asociaciones, a los políticos y a los gobernantes que aúnen fuerzas”, expresó el presidente de la Conferencia Episcopal en una homilía en la que apuntó a renglón seguido que “no es tiempo de enfrentamiento, es tiempo de tender la mano, de luchar todos por el bien común, especialmente por los que más sufren”.
Es más, el purpurado expresó que “son tiempos de tender las manos para acariciar, para perdonar, para acompañar, para caminar juntos y tratar de evitar más sufrimientos, para hacer frente juntos a la crisis económica y social que se nos avecina”. “Son tiempos de perdón y de mirar al futuro aprendiendo de los errores”, apostilló.
No en vano, la eucaristía se celebró envuelto en la polémica, después de que el arzobispado de Barcelona anunciara “acciones legales” contra la Generalitat por vulnerar “la libertad religiosa y de culto”. Una decisión tomada después de la callada por respuesta del Ejecutivo catalán a la petición de aumentar el aforo más allá de las 10 personas estipulado el 17 de julio por la Consejería de Salud tras los rebrotes del coronavirus.
Por este motivo, ningún representante del Gobierno catalán asistió a la misa. Tampoco la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que hizo pública su ausencia dos horas antes, alineándose con Torra. Sí acudieron a la invitación eclesial, familiares de los fallecidos, representantes del ámbito sanitario, de los servicios de emergencias, hosteleros, voluntarios… Consciente de la situación generada, al inicio de su homilía Omella hizo una referencia a las “otras dificultades que hemos tenido para celebrar esta eucaristía”.
“Recordamos a todos, creyentes o no. Nos sentimos hermanos de todos y compartimos el dolor de todos sus familiares y amigos”, apuntó el purpurado en otro momento de la homilía, a la vez que puso en valor que en la ceremonia participaron asistentes de diferentes confesiones.
“¿Por qué este dolor? ¿No podíamos haber evitado los efectos de esta pandemia? ¿Dónde estaba Dios en estos momentos?”, se preguntó el purpurado, que fijó su mirada en los mayores, principales damnificados de la emergencia sanitaria, coincidiendo con la festividad de San Joaquín y Santa Ana, patronos de los abuelos: “No queremos olvidarnos de nosotros. Sois el regalo de una vida entregada para hacer una sociedad más desarrollada”.
“La Iglesia asume como propio el dolor”, insistió el purpurado, que subrayó que “Dios nunca abandona a sus hijos”. Desde ahí, apuntó que la solidaridad de tantos en este tiempo es “signo palpable de la cercanía de Dios”.
“Al principio de la pandemia, había gente que se preguntaba: ¿dónde está la Iglesia? Ahí estabais sanitarios, religiosos, sacerdotes, sanitarios, hosteleros… Los que de una manera o de otra trabajando por los demás”, aplaudió el cardenal, que quiso poner en valor el trabajo de religiosos y sacerdotes, pero, sobre todo, de los laicos: “Vosotros habéis hecho Iglesia en estas situaciones. No hace falta que lleve un cuello romano, una sotana o un hábito. Todos llevamos el hábito del bautismo, los hijos de Dios que compartimos la fe con los demás. La Iglesia sois y somos todos”.