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Santiago Gómez toma posesión en Huelva: “Para ser Iglesia misionera tenemos que vivir en comunión en las comunidades”





En la tarde de ayer, 25 de julio, festividad del Apóstol Santiago, Santiago Gómez Sierra tomaba posesión de su cargo de obispo de la Diócesis de Huelva en la Catedral. Precisamente en este vínculo con el apóstol y con la Iglesia de Huelva en particular quiso detenerse el prelado como clave de su ministerio. “En el rito de la ordenación del Obispo, la imposición del anillo va acompañada por estas palabras: Recibe este anillo, signo de fidelidad, y permanece fiel a la Iglesia, Esposa santa de Dios”, apuntó, “y el ceremonial de los Obispos insiste en la misma idea, diciendo: El obispo lleva siempre el anillo, signo de fidelidad y de vínculo nupcial con la Iglesia, su esposa”.



Así pues, Gómez Sierra celebraba ayer su “vínculo nupcial” con la Iglesia de Huelva. “La relación de Dios con su pueblo la describen los profetas, particularmente Oseas, con el simbolismo del matrimonio. En el evangelio lo hace también Jesús, presentándose a sí mismo como novio y esposo”, recordaba. Del mismo modo, el obispo señaló que el apóstol Santiago es un claro ejemplo del que “aprender a amar a la Iglesia como Cristo la ama”. Y es que Santiago, martirizado por orden de Herodes Agripa, “pasó de pedir, a través de su madre, sentarse con su hermano junto al Maestro en su reino” a ser “el primero en beber el cáliz de la pasión en su martirio”.

El sacrificio del amor

“Los Apóstoles, sus sucesores los obispos y todos los bautizados no estamos destinados a ser anunciadores de ideas o de valores humanos por nobles que sean, sino testigo de la persona de Jesús, junto a quien permanecemos toda la vida como discípulos aprendiendo el camino del amor”, recordaba el obispo. “Pero somos débiles, corremos el peligro, como también pasa en la vida matrimonial humana, de que se enfríe el amor y se vea tentada la fidelidad”. Sin embargo, “sea cual sea nuestra situación personal, Dios nos invita a recomenzar de nuevo, a iniciar una nueva etapa de amor y fidelidad”.

“Sin sacrificio no hay amor verdadero”, apuntaba el prelado, cuyo lema episcopal se basa en las palabras de la carta a los Colosenses: “Haciendo la paz por la sangre de su cruz”. “Tampoco el anuncio del Evangelio puede hacerse sin conflictos y sufrimientos, los mismos que tuvo que arrostrar el apóstol Santiago y los demás apóstoles, y siguiendo sus huellas los evangelizadores de todas las épocas hasta hoy”, dijo. “El sacrificio de la cruz, que ahora renovamos incruentamente sobre la mesa del altar, nos une a Cristo y nos reconcilia con Dios, nos vincula a nosotros”.

Iglesia misionera

Asimismo, Gómez Sierra subrayaba que la Iglesia es “misterio de comunión”, ya que “el vínculo con el Señor no es una experiencia aislada”. “Todos debemos contribuir a esta verdadera unidad sin ahogar la riqueza de la diversidad”, apuntó el prelado. De esta manera, “el obispo, sus colaboradores más cercanos los sacerdotes y todos los fieles debemos trabajar para hacer de nuestras parroquias y realidades pastorales lugares donde se experimente la presencia de Dios que nos ama, nos une y nos salva, y así asumir las diferencias enriquecedoras”.

“Para ser una Iglesia misionera tenemos que vivir intensamente la comunión eclesial en el interior de las comunidades, con la Iglesia diocesana y con la Iglesia universal”, afirmó. “El premio a este amor y vivencia de la comunión será la alegría y la fecundidad apostólica”.

La Iglesia, sal del mundo

Por último, explicó que la Iglesia es un “instrumento para propiciar los vínculos sociales, particularmente, con los pobres y excluidos”. Debe ser, por ello, “sal y luz del mundo, levadura en la masa”, sobre todo cuando “en nuestra cultura están en marcha tantos procesos de desvinculación de unos con otros, que deshumanizan a las personas, debilitan a las familias, ciegan la apertura a la vida en los matrimonios, desatienden el cuidado de las personas mayores y generan un clima político donde prevalece la confrontación sobre el diálogo”.

Ante estas situaciones, la comunidad cristiana “puede y debe generar un estilo de vida que propicie los vínculos entre las personas, la alianza querida por Dios entre el hombre y la mujer, la convivencia, la buena vecindad, la participación ciudadana, el acuerdo político, la solidaridad, la capacidad de conciliar el pasado y el presente de nuestra historia con una mirada esperanzada hacia el futuro”.

“Igualmente”, continuó, “como alertan recientes informes sobre la pobreza, cuando vivimos en una sociedad desvinculada, en la que cada vez es más difícil hacernos cargo de los que se quedan atrás, necesitamos volver a vincularnos con los pobres y marginados, para construir verdaderamente una sociedad que busque con perseverancia el bien común”.

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Alicia Ruiz López de Soria, ODN







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