João Braz de Aviz: “Tenemos un sistema enfermo con relaciones de sumisión, de obediencia mal entendida”

João Braz de Aviz, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las

“Consagrados y consagradas han enfermado y han muerto por proteger la vida de las personas y estar cerca de quien sufre. Debemos dar gracias a Dios por este testimonio de santidad e inspirarnos en él para hacer crecer nuestra disponibilidad para el Reino de Dios”. Así se expresa el cardenal João Braz de Aviz, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (CIVCSVA) en entrevista con SomosCONFER. Tras los peores momentos de la pandemia del coronavirus en Europa en los meses de marzo, abril y mayo, el máximo responsable vaticano de Vida Religiosa analiza el tiempo vivido sin perder de vista la situación de emergencia que ahora tiene lugar en América. El ministro vaticano reflexiona sobre qué Vida Religiosa necesita España y el mundo en esta ‘nueva normalidad’.



PREGUNTA.- Pese a la cuarentena, la CIVCSVA ha seguido al servicio de la Vida Religiosa en el mundo. ¿Cómo ha vivido usted los meses de confinamiento?

RESPUESTA.- Estuvimos confinados en casa durante dos meses y medio por el coronavirus. Sin embargo, el trabajo en el Dicasterio continuó. La emergencia provocó en los consagrados preguntas que necesitaban respuestas inmediatas. Siguiendo las orientaciones de las autoridades vaticanas para la emergencia, hemos tratado de llegar a todos de forma online.

Personalmente, en casa he podido cuidar mejor la relación con las dos religiosas que trabajan conmigo y hemos crecido en una relación fraterna, aprendiendo a escucharnos más y descubriendo el valor de las pequeñas cosas necesarias de cada día, como el cuidado de la limpieza, los gastos o la cocina. He podido dedicar más tiempo para el estudio y también para el descanso y el cuidado de la salud. El tiempo dedicado a la oración ha aumentado e incluso ha mejorado, y he reanudado la adoración eucarística con las hermanas.

En casa decidimos no encerrarnos en nuestro propio cuidado y protección, sino ayudar a servir comida a los pobres acogidos por la comunidad de Sant’Egidio junto al Vaticano. Una de las hermanas iba dos veces por semana. Yo, por mi edad, tuve que quedarme en casa. De la parroquia que atiende a los latinoamericanos en Roma recibimos la noticia de que necesitaban ayuda, sobre todo alimentos para muchas personas que no tenían qué comer porque no podían trabajar. Por eso, destinamos parte de nuestro salario a comprar y entregar los productos a la parroquia.

Seguíamos las noticias cada día y pudimos compartir en la oración los dolores de tantas personas que han perdido a miembros de su familia y que ni siquiera han podido verlos por última vez y despedirse de ellos. Estando en Roma hemos sentido la constante cercanía del Papa con sus gestos y palabras tan cercanos mientras la pandemia crecía y destruía nuestras seguridades humanas.

Testimonio de santidad

P.- La Vida Consagrada se caracteriza por estar siempre al servicio de quien la necesita. ¿Cómo valora la misión de tantos religiosos y religiosas entregados durante esta pandemia?

R.- La presencia de muchos consagrados y consagradas al lado de los enfermos y sus familias en este período de pandemia ha sido significativa. Como muchos sacerdotes, también consagrados y consagradas han muerto por proteger la vida de los demás y estar cerca de quien sufre. Debemos dar gracias a Dios por este testimonio de santidad e inspirarnos en él para hacer crecer nuestra disponibilidad para el Reino de Dios.

P.- Tras esta pandemia que nos ha demostrado que solo unidos podemos salir adelante, como ha dicho el Papa, ¿qué Vida Religiosa necesita la Iglesia hoy? ¿Y la sociedad?

R.- Muchos consagrados y consagradas en este momento de la historia están tratando de identificar con más precisión el núcleo del carisma del fundador o fundadora, distinguiéndolo de las tradiciones culturales y religiosas de otros tiempos, para dejarse guiar por la sabiduría de la Iglesia en su Magisterio actual que, de modo particular a partir del Concilio Vaticano II, ha querido estar atento a los signos de nuestro tiempo para anunciar y testimoniar el Evangelio de Cristo.

Este es un proceso vital que creemos que está impulsado por el Espíritu Santo para entrar con toda la humanidad en este cambio de época en el que Francisco guía muy atentamente a toda la Iglesia. Los consagrados y las consagradas necesitan valor (el Papa habla de “parresia”) para identificarse con el camino de toda la Iglesia, porque antes que cualquier otra realidad, la Iglesia es nuestra Casa común, de toda la Vida Consagrada, llamada ahora a caminar juntos en su coesencialidad con la jerarquía. Para esto ya no bastan los modelos de formación heredados.

La práctica de muchos comportamientos debe cambiar para asumir una formación inicial y continua que sea dinámica, porque dinámico es el Espíritu que la anima. La formación no puede detenerse en un período determinado de la vida. Toda la vida (desde el seno materno hasta la muerte) es tiempo de formación. Los formadores también están en proceso de formación y deben adquirir conciencia de su fragilidad y tender constantemente al testimonio de la séquela Christi junto con los que están en sus manos para ser formados.

En primer lugar, formar para seguir a Jesús y, bajo esta luz, formar para seguir a los fundadores y fundadoras. Más que transmitir modelos ya realizados, Francisco nos impulsa a crear procesos vitales marcados por el Evangelio que nos ayuden a entrar en lo profundo de los carismas dados a cada uno. Estos procesos darán apoyo a una vida fraterna en comunidad que sea capaz de satisfacer nuestro deseo de vida en familia, donde seamos libres, ligeros en las relaciones y felices. ¿No será esta una buena forma de que, entre hermanos y hermanas unidos, la fidelidad a nuestra consagración vuelva a ser para toda la vida?

Radicalidad evangélica

P.- ¿Cómo ve la Vida Religiosa española?

R.- En España, como en otros países de Europa, de Oceanía y de América, la Vida Consagrada sufre de falta de vocaciones, ha envejecido mucho y está herida por la falta de perseverancia. Son tan frecuentes las salidas que Francisco llama a este fenómeno “una hemorragia”. Esto vale también para la vida contemplativa tanto masculina como femenina. Desde hace unos diez años hemos visto crecer la decisión de renovación. El Santo Padre nos ha ofrecido documentos y un acompañamiento cercano.

El cambio de época está provocando una nueva sensibilidad para volver al seguimiento de Cristo, a una sincera vida fraterna en comunidad, a la reforma de los sistemas de formación, a la superación de los abusos de autoridad y a la transparencia en la posesión, el uso y la administración de los bienes. Pero viejos modelos poco evangélicos se resisten aún a un cambio necesario para un testimonio del Reino de Dios insertado en el momento actual.

El envejecimiento de la Vida Consagrada sobre todo en Europa, en Oceanía y en América del Norte, y la poca presencia de los jóvenes en ella es un signo evidente de la disminución de las vocaciones a la Vida Consagrada. Son numerosos los Institutos que han pasado a ser pequeños o están desapareciendo. También la familia sufre una crisis en su testimonio cristiano. En cualquier estado de vida, lo sabemos, la vocación es un don de Dios, es una llamada llena de amor que Él nos hace a sus hijos e hijas ante todo para seguir a Jesús según el Evangelio. Francisco nos recuerda que en todas las vocaciones estamos llamados a “la radicalidad evangélica”.

En el Evangelio esta radicalidad es común para todas las vocaciones. En efecto, no hay discípulos de “primera clase” y otros de “segunda clase”. El camino evangélico es igual para todos. Propio de la Vida Consagrada, en cambio, es la profecía, es decir, los consagrados y las consagradas viven en esta tierra un estilo de vida que anticipa los valores del Reino de Dios: la castidad, la pobreza y la obediencia en la forma de vida de Cristo. Estamos llamados a una mayor fidelidad y a entrar con toda la Iglesia en su reforma de vida propuesta y llevada a cabo por Francisco.

P.- Hace meses, el propio Vaticano, a través del suplemento ‘Donne Chiesa Mondo’, que ‘Vida Nueva’ publica en castellano, alertaba del síndrome de las monjas quemadas –‘burnout’–. ¿Le preocupa, como prefecto de la CIVCSVA, que esta situación se generalice? ¿Cómo puede ser atractivo este tipo de vida para los jóvenes si se encuentran con personas “avinagradas”, como las denomina el propio papa Francisco?

R.- Hay institutos que han disminuido considerablemente en número. Este fenómeno no ha ido acompañado de una revisión de las estructuras, obras y casas. Una estructura demasiado grande administrada por pocas personas impone a los miembros un peso desproporcionado. Peor aún cuando este peso se deja en los hombros de los jóvenes. Existe también el fenómeno de una Vida Consagrada marcada por autoridades demasiado centralizadas con relaciones preferentemente jurídicas e impositivas, poco capaces de una actitud paciente y amorosa de diálogo y de confianza. En muchos casos, la relación hombre-mujer consagrada presenta un sistema enfermo de relaciones de sumisión y de dominio que quita el sentido de libertad y alegría, una obediencia mal entendida.

Por otra parte, los vacíos dejados en el período de la formación inicial o de la formación permanente han permitido el desarrollo de actitudes personales poco identificadas con la llamada a la Vida Consagrada en comunidad, por lo que las relaciones se contaminan y crean soledad y tristeza. En muchas comunidades se ha desarrollado poco la conciencia que para nosotros el otro, la otra, es la presencia de Jesús, y que, en la relación con Él amado en el otro, podemos garantizar su presencia constante en la comunidad (cf. Mt 18, 20). Esta renovación, provocada por una espiritualidad de comunión en la que el otro se hace central para nuestra experiencia de Dios, lleva también a arrojar luz sobre la experiencia de la autoridad como servicio y no como dominio marcado incluso con falsas motivaciones espirituales.

Un corazón orante

P.- Con la Jornada Pro Orantibus ya celebrada, la Vida Contemplativa, que tiene su mayor fortaleza en España, vio cerrar 32 monasterios en 2019. ¿No goza de buena salud la clausura?

R.- Francisco ha ofrecido líneas orientativas para la clausura en dos documentos: ‘Vultum dei quaerere’ y ‘Cor orans’. La vida contemplativa, de hecho, no está destinada a desaparecer, sino que debe reflejar con transparencia el ideal de vida evangélica de los fundadores y fundadoras que está en su base. La Iglesia ha recibido de la Vida Contemplativa a lo largo de los siglos una auténtica experiencia del rostro de Dios y ha aprendido a tener un corazón orante. Necesitamos la Vida Contemplativa como necesitamos el agua y el alimento para vivir. La vida contemplativa, sin embargo, no puede ser una isla paralela a la vida de la Iglesia, sino su tesoro bien integrado en su cuerpo.

P.- Es cierto que el Papa ha provocado críticas en el seno de la Iglesia. Sin embargo, se ha metido en el bolsillo a la Vida Religiosa…

R.- El amor del Papa por la Vida Consagrada resuena en su afirmación al inicio del Año de la Vida Consagrada (2015): “Os escribo como Sucesor de Pedro, a quien el Señor Jesús confió la tarea de confirmar a sus hermanos en la fe (cf. Lc 22,32), y me dirijo a vosotros como hermano vuestro, consagrado a Dios como vosotros”. En estos siete años de pontificado, todos los consagrados hemos experimentado su cercanía. No nos falta luz para caminar y seguir al Señor.

P.- Usted conoce bien a la Vida Religiosa en España. ¿Qué mensaje le enviaría en este momento de dificultad?

R.- Les recordaría las palabras del Papa: “Los consagrados y consagradas están llamados a ser hombres y mujeres de encuentro. Quien encuentra verdaderamente a Jesús se convierte en testigo y hace posible el encuentro para los demás”.

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