En los últimos años, la temática de los abusos sexuales en la Iglesia y cómo se está trabajando en todos sus ámbitos para acabar con esta lacra se ha tratado de forma frecuente. Sin embargo, si bien estos actos están ligados, con mayor frecuencia, al abuso sexual y psicológico de menores por parte de clérigos, también existe otro tipo de abusos a los que, para el jesuita Giovanni Cucci, profesor en la Universidad Gregoriana de Roma, aun no se les ha prestado la suficiente atención: aquellos que ocurren dentro de las congregaciones femeninas.
Así lo ha denunciado en un artículo publicado por La Civiltà Cattolica, en el que explica que, si bien estos abusos no suelen “tomar la forma de violencia sexual” ni concernir a menores, tiene también consecuencias nefastas en quienes lo sufren. “Desde la experiencia pastoral y desde las conversaciones sobre el tema, se trata principalmente de abusos de poder y conciencia”, apunta Cucci.
Para el jesuita, “el viento de renovación despertado por el Concilio Vaticano II y el posterior magisterio no se experimentó de la misma manera en las diversas congregaciones religiosas”, ya que, mientras unas han “creado una actualización y reforma difícil pero efectiva”, otras “han fracasado en este fin, ya sea por falta de fuerza o porque están convencidos de que las prácticas practicadas hasta ahora podrían constituir el modo ideal de gobierno”.
“La historia lamentablemente enseña que sin un esfuerzo de confrontación y búsqueda de nuevos caminos, uno corre el riesgo de perder la frescura del carisma, comenzando un declive lento pero imparable”, asevera Cucci, añadiendo, además, que existen diferencias entre las dinámicas de la vida religiosa masculina y femenina. “Los estudios y las numerosas posibilidades pastorales de quienes recibieron las Órdenes les permiten a los religiosos varones vivir una vida fraterna y sus votos religiosos con mayor apertura y autonomía”, dice.
“Tratar estos casos ciertamente no significa reducir la realidad de la vida religiosa femenina a esto”, afirma, subrayando el importante trabajo realizado por las congregaciones femeninas con los más vulnerables. “Precisamente la detección de estos diferentes estilos puede ser de ayuda para promover formas de consagración cada vez más imbuidas con el nuevo vino del espíritu evangélico”, asevera.
“El empuje hacia adelante y una cierta inconsciencia típica de aquellos que están al comienzo del viaje, a veces están tristemente unidos a la capacidad de algunos superiores de identificar almas generosas, pero también vulnerables a la manipulación” o incluso al chantaje, advierte Cucci. “Lentamente, la fidelidad al carisma se convierte en lealtad hacia los gustos y preferencias de una persona en particular, quien decide arbitrariamente quién puede o no aprovechar las posibilidades educativas o de estudio, considerado una forma de premio otorgado a los más fieles y dóciles, a expensas de quien expresa un pensamiento diferente”, apunta.
Asimismo, subraya que estas situaciones son sobradamente conocidas y generalizadas, hasta el punto de haber sido mencionadas públicamente en el dicasterio papal. “En el contexto cultural actual, donde la autoridad parece ser impopular y una fuente de estrés”, explica, “en algunos Institutos femeninos se nota la tendencia opuesta, extender el mandato recibido a cualquier costo”.
Por otra parte, advierte de la tendencia a querer permanecer en puestos de mando como una forma de “garantizar los privilegios excluidos a otros miembros”. “Ser superiora parece garantizar otros privilegios exclusivos”, continúa, “como aprovechar la mejor atención médica, mientras que una simple monja ni siquiera puede acudir al oftalmólogo o al dentista, porque ‘tiene que ahorrar dinero'”.
Por último, Cucci advierte acerca de cómo puede afectar esta realidad a la falta de vocaciones. “Estos mismos Institutos ya no han tenido vocaciones en Italia por más de 50 años. ¿Será una coincidencia?”, se pregunta. “Por supuesto, las vocaciones están en declive, pero ¿por qué otras tierras y otras comunidades experimentan continuidad en este sentido?”.
Además, destaca que “llama la atención cómo algunas formas de consagración que permiten un mayor espacio de libertad a quienes le pertenecen, como el Ordo Virginum, registran un número creciente de adherencias”, y matiza que no son extraños los casos en los que quienes se unen a estos movimientos sean “ex religiosos que han abandonado su orden”, buscando “una autonomía y una coherencia de la vida que no sea incompatible con la consagración”, como “poder salir, realizar una actividad pastoral, estudiar, enseñar… una autonomía que les ha sido negada”.