El coronavirus no solo ha puesto en el espejo a la Iglesia a la hora de tener que ofrecer respuestas improvisadas ante la emergencia ocasionada por una pandemia global; algo que ha tenido su eco en la ola solidaria impulsada por numerosas comunidades o, también, en lo celebrativo, buscando muchos sacerdotes el mejor modo de acercar la fe y los sacramentos a la gente, aunque fuera a través de las nuevas tecnologías. Además de todo eso, como el resto de la sociedad, la Iglesia ha sufrido la pérdida de muchísimos de sus hijos, consagrados y laicos.
Hay quien habla de una generación segada antes de tiempo. Nuestros mayores, aquellos que vivieron las duras condiciones de la guerra y la postguerra, fueron los que alumbraron la posterior época de cambios. Hoy, en el ocaso de sus vidas, cuando debían disfrutar del merecido descanso, miles de ellos han muerto en soledad y sin poder despedirse de los suyos.
Es lo que le ha ocurrido a Salva Muñoz, secretario de la Hermandad del Carmen, en el madrileño barrio de Vallecas, quien, en solo diez días, del 16 al 26 de marzo, perdió a tres de sus grandes referentes vitales: su padre, Antonio Muñoz; su tía abuela Josefa Férez; y su abuela, Javiera Férez. Fueron días de tensión, de incertidumbre, de agotamiento, de miedo y, finalmente, de mucha tristeza. Pero, lejos de hundirse, este joven vallecano se rehizo abrazándose a la fe y, desde ella, al compromiso con los demás.
“Precisamente, a las pocas horas de morir mi padre –cuenta–, como secretario de la hermandad, firmaba nuestra aportación a la campaña solidaria en la que hasta 60 cofradías de todo Madrid recaudamos unos 70.000 euros para material que se pudiera necesitar en el hospital de campaña de Ifema. En ese momento, al firmar el ingreso, pensé que, si bien no había podido salvar a mi padre, a lo mejor esa ayuda servía para salvar las vidas de otros”.
En esas semanas duras, “fue clave el apoyo de mi gente en la hermandad, a la que pertenecía mi padre, guardia civil, y por el que esta siempre estuvo muy presente en mi casa. Su muerte la han llorado todos muchísimo en la comunidad y eso me ha dado mucha fuerza”.
Ese sentimiento de no estar solo y la pasión fraterna han sido la medicina que ha sanado su alma: “Ha sido impresionante ver cómo se ha volcado todo el movimiento cofrade; sé de al menos dos hermandades que han dejado a cero su saldo bancario con esta ayuda. Y no solo a nivel institucional, sino en lo personal, pues muchos hermanos han donado aparte de un modo individual. Se recaudó tanto que, con lo que sobró de Ifema, pudimos apoyar a tres conventos (carboneras, adoratrices y el Cottolengo) en su acción de sostenimiento a familias sin recursos”.
Todo ha ido surgiendo sobre la marcha, como cuando una amiga enfermera le habló de que necesitaban mascarillas y el propio Muñoz se encerró en casa durante dos días hasta poder confeccionar él mismo 50 unidades: “Utilicé unas sábanas de mi abuela, de esas tan fuertes que por ellas no pasa ni el aire [cuenta entre risas]… A mitad del trabajo, se me estropeó la máquina y cosí el resto a mano. Costó, pero lo conseguí”.
Desde la propia Hermandad del Carmen, sabiendo que este año no podrían procesionar en su fiesta del 16 de julio –“algo que no ocurría desde la Guerra Civil, saliendo siempre, aunque fueran cinco minutos por la lluvia”–, no quisieron dejar solo a su barrio en el peor momento: “El corazón de Vallecas es la Virgen. Y, como tal, no podía no estar con su gente en medio de una prueba tan dura como esta. Así, optamos por repensar las cosas y pusimos en marcha la campaña ‘Vallecas, mar de caridad’”.
“Todos los años –ilustra–, en cada día de mayo, una persona o entidad local hace una ofrenda floral a la Virgen. Esta vez propusimos que se destinara lo que esta iba a costar para apoyar con donativos a la parroquia, de la que sabíamos que, en su labor de apoyo a muchas familias, necesitaba huevos, aceite y leche. En el recuento que hicimos el 16 de junio, vimos que ya teníamos 1.300 litros de leche, 200 de aceite y 1.200 huevos. Y, un mes después, aún seguimos recibiendo apoyo de la gente para esa campaña…”.
Volcados con el barrio, también fueron en busca del sacerdote de La Uva (zona azotada por la exclusión social), Gonzalo Ruipérez, y le preguntaron en qué podían ayudar a su Parroquia de San Juan de Dios: “Nos dijo que estaban faltos de cosas de limpieza, así que también destinamos a este fin parte de la campaña solidaria y conseguimos bastante material, así como alimentos básicos”.
A expensas de comprobar cómo evoluciona la pandemia, desde el Carmen están preparados para todo lo que pueda venir: “Lo que hemos hecho ha sido un pequeño grano de mostaza, pero esperamos que dé frutos”. Y es que, en su vocación solidaria, conjugan la acción con la memoria agradecida por los que se fueron: “Aunque no hemos tenido procesión, hemos mantenido la novena de oración y cada día se ha llenado el templo. Algo que hemos aprovechado para homenajear a las víctimas y también, el pasado 14 de julio, en un acto muy emotivo, a quienes se han volcado para que no haya más, como los sanitarios, los bomberos o los militares”.