Un fuerte sentimiento de orfandad es el que ha dejado Manolo García Barrio en la Parroquia Divino Pastor de Móstoles, en Madrid. Tras llegar a la comunidad en 1992, su párroco murió por coronavirus el pasado 25 de marzo, a los 76 años, convirtiéndose en el primer sacerdote de la Diócesis de Getafe que fallecía víctima de la pandemia. El matrimonio conformado por Manolo Domínguez Bueno y Choni Vega Real le recordará siempre como un amigo: “Cuando llegó a la parroquia, hubo muchos catequistas que se fueron. Éramos un matrimonio joven que, con nuestras tres hijas, que entonces tenían once, nueve y cuatro años, simplemente íbamos a misa el domingo, pero sin un especial compromiso. Él nos animó y, desde entonces, en estas casi tres décadas, hemos sido catequistas de todo: de novios, de comunión, de bautismo…”.
Vega destaca de él “su bondad… Hay múltiples ejemplos de ella, pero quiero recordar aquí el caso reciente de una familia de la parroquia que pasaba por dificultades y él fue decisivo al salir en su auxilio. Era un matrimonio con cinco hijos. Iban a perder su casa cuando él, con su propio dinero, les pagó el alquiler”. “Ayudaba y escuchaba a todos –añade Domínguez–”.
“Era un pastor siempre cercano, y no solo con la gente de la parroquia. Si venía alguien de fuera que vivía en la calle o tenía problemas con la droga, él le ayudaba al momento, sin preguntarle nada. En la pastoral, tiraba del carro y arrastraba mucho. Hasta el punto de que, sin él, todos nos preguntamos: ‘¿Y qué vamos a hacer ahora sin Manolo?’. También me quedo de él con sus homilías, siempre cercanas y directas. No las leía, sino que improvisaba. Él mismo decía esto sobre sus predicaciones: ‘Hablo de lo que me sale de los riñones, según lo que me va guiando el Espíritu’”.
Mientras empieza el curso en septiembre y llega el nuevo párroco, ya designado, su comunidad no puede olvidarle, como enfatiza Vega: “Por iniciativa de otro sacerdote de la parroquia, Alberto Arrastia, estamos preparando entre todos y con mucha ilusión un octavario de oración en su memoria, girando cada día en torno a una frase de Manolo; preguntas suyas como estas: ‘¿Para qué rezar y rezar si no miro al que me necesita?’. ‘¿Por qué rechazo a los inmigrantes si ellos son los que cuidan a nuestros mayores?’. Muestras claras de que, para él, las personas eran lo verdaderamente importante”.
En lo personal, al matrimonio le duele en el alma no haberse podido despedir de él: “No quería ir al hospital. Al final, cuando ya ingresó, estaba muy grave y en solo dos días falleció. Se fue, simbólicamente, el día de la Anunciación. Perdimos a nuestro cura, pero, sobre todo, a nuestro amigo”.
Quien también ha tenido mucho contacto con el párroco es Ángeles Conde, corresponsal de Trece y Ecclesia en Roma. Pese a la distancia, recuerda con un cariño infinito al pastor de su parroquia, a quien define como “el pilar principal”, sin dejar de ser siempre “uno más”. Un sentimiento que ilustra con esta anécdota: “Mi madre lleva sin ir al Buen Pastor desde mediados de febrero. Desde entonces, participa en misa a través de televisión o pasa las tardes rezando en casa o leyendo la Biblia. Yendo estos días con ella por la calle, nos hemos encontrado a dos mujeres de la parroquia. Ambas la han animado vivamente a volver, pues ya todo es casi normal, se guardan las distancias y se higieniza el templo continuamente. Mi madre les reconoció que aún no se siente con fuerzas para regresar sin Manolo… Ellas, apesadumbradas, le respondieron esto: ‘Todos habíamos pensado más de una vez qué sería de la parroquia sin Manolo. Ahora tendremos que aprender a vivirlo’”.
Un sentimiento que comparte la propia Conde: “Me ocurre como a mi madre. Pasé el otro día cerca, con el coche, y, al ver la foto de Manolo, se me saltaron las lágrimas. Se nos fue demasiado rápido y demasiado pronto. Era una de esas personas que nunca pensabas que podrían faltar. Pero todos sabemos que nos acompaña, que es nuestro párroco en el cielo y que no nos va a dejar. Lo que nos enseñó vive en nosotros”.