José Antonio Medina Pellegrini, cura de la Diócesis de Getafe y capellán del Hospital Universitario Infanta Elena, en la localidad madrileña de Valdemoro, despide emocionado a su compañero José Ruíz Orta, sacerdote y también capellán, en este caso, del Hospital de Cuidados Paliativos Laguna de Madrid: “A sus 82 años, el pasado 31 de marzo, murió con las botas puestas, sirviendo al Señor, hasta tres días antes de entregar su alma al Creador. Falleció por coronavirus tras contagiarse al cuidar de un voluntario del hospital que había enviudado recientemente y que necesitaba compañía”.
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“Le conocí –recuerda– en noviembre pasado, en un curso organizado por la Capellanía de la Clínica Universidad de Navarra para capellanes de hospitales”. Fue “en una de las pausas para un café cuando don José se acercó cortés y, con su amplia sonrisa, me preguntó cuánto llevaba de capellán de hospital, a lo que respondí: ‘Dos meses’; y ahí la sonrisa se convirtió en una pícara risa al decirme: ‘Te gano por 14 años’”.
Maestro de la vida
“De esas breves charlas compartidas –rememora Pellegrini– aprendí tanto o más que con el curso, porque me vi frente a un sacerdote apasionado por la gloria de Dios y el servicio a los hermanos. Le escuchaba con la atención de un niño ante un universo aún desconocido que se abría ante mi mirada y la parábola del buen samaritano me parecía que la estaba viendo retratada en el rostro de don José. Yo estaba dando los primeros pasos como capellán de un hospital y ahora tenía ante mí a un gigante del que podría seguir sus huellas”.
El poso que deja Ruíz Orta es enorme, como ha podido constatar de primera mano el sacerdote getafense: “He conocido a algunos profesionales y voluntarios del Hospital Laguna… ¡Cuánto respeto, cariño y admiración por su capellán! Uno me decía: ‘Era un padre para todos los profesionales, pacientes y familias, y, aunque su pérdida nos ha dejado un hueco muy difícil de llenar, sabemos que ha sido ganarle para el cielo, y eso es lo que nos consuela’. Palabras que ponen de manifiesto el tipo de relación humana y sobrenatural que don José supo entretejer con la gente. Inmediatamente, forjé un concepto que, días pasados y con mucha sorpresa, leía en la homilía de su funeral: ‘Cómo lo quieren y cuánto les quiere’”.
Gratitud y reconocimiento
Pellegrini cierra su “testimonio de gratitud y reconocimiento” transcribiendo el tuit que el Hospital Laguna “publicó el día de su muerte: ‘Don José Ruíz, patrono de la sonrisa y del buen humor, intercesor de la amabilidad y de la palabra siempre a tiempo, de la broma oportuna y de la reflexión profunda. Capellán de Laguna. Gracias por todo. Siempre le recordaremos’. Creo que yo no podría encontrar mejores palabras para dedicarle a un hombre que murió como vivió”.
Desde Laguna, su responsable de Comunicación, Ana María Pérez Galán, completa el perfil de “un hombre que hacía de lo ordinario algo extraordinario”. Y todo desde la entrega absoluta: “Hasta los 60 años, era un laico perteneciente al Opus Dei. Entonces, desde la Obra le animaron a dar el paso de consagrarse sacerdote para poder ayudar más y él no lo dudó un instante. Dejó atrás su carrera como ingeniero, su empresa… ¡y se hizo cura!”.
Con la policía y las víctimas del terrorismo
Sus primeros destinos fueron como capellán de la policía y, luego, de una asociación de víctimas del terrorismo. “Después –cuenta Pérez–, tras fundarse el Hospital Laguna, ya vino aquí. Y aquí ha sido donde se ha convertido un segundo padre para todos”.
Un cariño que la periodista ilustra con un torrente de anécdotas: “Conseguía que hasta familias que no eran nada creyentes pidieran la unción de enfermos para su familiar solo porque era él el que la daba… Otro caso fue el de Mateo, enfermo de ELA. Estaba muy desanimado y don José le montó una fiesta de cumpleaños sorpresa, organizándole en la habitación un tablao flamenco con un grupo de Casa Patas que, al conocer la historia, vino gratis a actuar para él. Montamos una merienda con vino y jamón y don José le regaló una matrícula para su silla de ruedas. Le sacó una sonrisa inolvidable. Tampoco olvidaré cuando casó a una pareja que llevaban 25 años juntos y el marido, cercana la muerte y pese a no ser creyente, tenía una ilusión enorme con la ceremonia… O como cuando bautizó a un niño muy enfermo… O como cuando se volcó con un joven que perdió a su madre y al que animaba a ser artista, trayéndole todos los años a la clínica, en Navidad, para cantar juntos rancheras”.
Un torrente de vivencias que deja bien claro quién era don José: el patrono de la sonrisa.