La pandemia plantea nuevos interrogantes en el mundo. Frente a los cambios que se avecinan, la realidad impone la reflexión y un diálogo entre los distintos sectores, que aún hoy están muy lejos de llegar a respuestas definitivas sobre el futuro después del Covid-19. La educación está en ese intento.
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Dialogamos con el profesor David Brandán, secretario asuntos pedagógicos y educativos de la Vicaría de la Educación de la diócesis de Quilmes y directivo del colegio María Auxiliadora de la localidad bonaerense de Bernal.
PREGUNTA.- La pandemia y su consecuente cuarentena planteó nuevos parámetros para la educación. ¿Cuáles son los beneficios que surgen a partir de este escenario?
RESPUESTA.- Es complejo y aún más peligroso afirmar hoy que este tiempo trajo beneficios, es obligarnos estando casi en un pensamiento irracional a ver en todo algo bueno, y tener que mostrar constantemente un sentido de positividad engañoso. Y la dinámica educativa no queda fuera de esta lógica. La injusticia sobre injusticia produce injusticia. No es reducir toda la vivencia solo al aspecto pesimista, o melancólico de la realidad. La educación prepandemia es conocida por todos, pero también cuestionada por muchos. La educación durante la pandemia ya está en un momento central de su ser como propuesta transitoria, pero la educación pospandemia es en el presente un gran misterio. Y nosotros hemos perdido lamentablemente la capacidad de asomarnos al misterio, en un institución donde todo debe ser certeza y demostración. El papa Francisco nos propuso hace unos meses un Plan para Resucitar, en efecto en ese plan también se inscribe la escuela.
Más que un beneficio de este tiempo encuentro una gran certeza olvidada o negada penosamente por algunos. El papa Francisco en ‘Amoris laetitia’ nos dice que “la escuela no sustituye a los padres sino que los complementa” y esta afirmación tan clara por momentos, a veces no lo es. Todos estaremos de acuerdo en lo mismo: la escuela y la familia están invitadas a generar un vínculo fraterno y colaborativo en el plano educativo, no existe una sin la otra, y esa relación imborrable es para celebrar. Y la pandemia nos puso delante de esta realidad. No son más las familias las que ingresan en las escuelas, sino que están siendo las escuelas quienes ingresan en cada hogar. Y hemos aprendido que debemos más que nunca, descalzarnos al entrar en cada familia donde somos nosotros como educadores huéspedes, alojados con humildad y sencillez. Y a la vez desde esta perspectiva se desprende un gran reconocimiento: los educadores tienen un papel fundamental en la estructura familiar. “En esa oportunidad, Jesús dijo: ‘Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños’”. (Mt. 11,25) Quienes siguieron en la posición de sabios y prudentes de la educación no pudieron ver esta gran bienaventuranza del vínculo entre la escuela y la familia. Fueron las familias (humildes) además quienes recibieron este don de Dios junto a sus hijos. Esto, en la escuela pos-pandemia, no puede desaparecer. Esa será nuestra gran Pascua.
La comunidad educativa
P.- ¿Cómo están trabajando los equipos de docentes en esta nueva circunstancia con todos los cambios que debieron implementar para que el 2020 no sea un año perdido?
R.- Los equipos docentes en este tiempo han logrado en muchos casos, la comunicación y comunión que en tiempos normales no habían alcanzado. La crisis, el tener que “tirar todos para el mismo lado” hizo que en muchas comunidades se dieran las condiciones para lograr el trabajo comunitario anhelado por todos. ¿Qué es lo que hace que un ciclo lectivo no sea un año perdido? Nuestro sistema educativo se encarga muchas veces de perder más que años: se encarga de perder en el camino niños, adolescentes, jóvenes. Para algunos, especialmente en la secundaria, el paso por la escuela es una gran pérdida de tiempo, pero son experiencias perdidas por la falta de sentido. Gran interrogante existencial en esta pandemia: ¿qué sentido tiene la escuela? Los docentes pudieron tal vez encontrarle un sentido nuevo, un sentido convertido, a su vocación educativa. Un gran obispo, en una oportunidad, dijo a un grupo de directivos que una persona pasa por un escuela, pero es importante también pensar qué escuela pasa por esa persona. Durante este tiempo de destierro, de exilio hacia lo interior, de forma obligada y forzada, pero aceptada, hizo que los equipos docentes se conozcan más, pero por sobre todo, que se reconozcan como pares, como compañeros genuinos de camino. Y muchos de nosotros tuvimos que colocarnos nuevamente en el rol de estudiantes en la emergencia, aprendiendo nuestras habilidades, nuestras formas de estar y ser en el sistema educativo.
P.- ¿Cómo vivieron los jóvenes este proceso? ¿Y las familias?
R.- No existe una respuesta unánime, sino tendencias. La escuela es, por sobre todas las cosas, un territorio de vinculación, de ser en el otro y con el otro. Y eso dejó de estar disponible. Además, la escuela es un factor clave en la rutina de toda familia. Como somos a veces penosamente seres rutinarios, esa desestabilidad generó incertidumbre, incomodidad, fastidio. Al consultarles a mis alumnos sobre los aspectos positivos de este tiempo, la mayoría concordó que tuvo el tiempo para conocer más a su familia. En un momento me llamó la atención, pero luego lo pude comprender. Y es así que surge tal vez una realidad penosa: algunos de nuestros jóvenes desconocen a sus familias, y algunas de nuestras familias desconocen a nuestros jóvenes.
Un compañero de camino educativo me comentó que un alumno en un “encuentro” por Zoom le hizo una pregunta inesperada: “profe, yo le quiero preguntar si está mal que esté contento y feliz por la pandemia”. Inmediatamente desde la experiencia de este gran educador amigo surgió la repregunta: “¿a qué te referís específicamente cuando decís que ‘estás contento’?”. Luego del silencio reflexivo se escuchó en el medio virtual: “yo estoy feliz de estar en mi casa, nunca estuve tanto con mis padres, nunca me dedicaron tanto tiempo, nunca compartimos tantas meriendas, no quiero volver a esos días donde solo los veía al levantarme, y después a la tarde, horas antes de cenar, y nada más. No es que estoy contento por todo el sufrimiento que está viviendo el mundo, pero yo estoy feliz, ¿está mal sentir lo que siento?”.
Les dejo la invitación de pensar qué hubiesen respondido ustedes. Mientras que para otros jóvenes el quédate en casa fue la sentencia de estar con quienes los maltratan, vulneran, abusan. La escuela para ellos es un oasis en tanta soledad y violencia. Los adolescentes necesitan intimidad, su espacio. Y en muchos casos esto no se está dando. Necesitan armonizar y generar acuerdos en la convivencia con quienes tendrían que estar rebelándose en cierto modo.
Las familias expresan temor, incertidumbre, angustia, desconsuelo, incomodidad, cansancio, y muchas veces enojo. La situación económica es un vector clave en casa hogar. Y muchas veces tienen que regular estas emociones delante de sus hijos para resguardarlos o para no generar un clima complejo que pueda prestarse a las más diversas reacciones. Deben más que nunca focalizarse en la tolerancia, en la empatía, en la misericordia familiar.
P.- ¿Qué iniciativas surgieron, impensadas, pero que hoy tienen una huella en el camino que se viene?
R.- Por una lado, creo que una de las iniciativas que surgieron, o resurgieron, en este tiempo pero que han marcado profundamente la historia de la educación, es la reflexión sobre la presencialidad. Nuestro modo de ser y estar en la escuela: ¿desde los 3 años hasta los 17 años tenemos que estar todos los días cuatro horas en la escuela?, ¿si vamos cambiando y creciendo, no debería también alterarse esta relación?, ¿será posible revisar entonces la carga horaria de los jóvenes en la escuela por ejemplo? Todavía no podemos medir el impacto de este aislamiento en materia educativa. Pero si tenemos los resultados (sin ser exitista) del sistema educativo pre-pandemia. Que por cierto, no son nada alentadores. Pensar el tiempo que estamos en la escuela, la calidad de ese tiempo, lo realmente significativo del espacio social. Esta presencialidad fue debilitada por la virtualidad. Por la crisis hubo una alfabetización digital veloz porque de alguna manera teníamos que sostener el espacio educativo, porque de alguna manera teníamos que seguir siendo escuela. Pero no quiere decir que ese aprendizaje digital fue realmente aprendizaje. Tendrá que venir un tiempo en el que revisemos lo que aplicamos y lo que dejamos como herramienta.
La escuela da un ambiente, un espacio, un lugar donde todos poder estar y allí desarrollar nuestras capacidades en su máxima expresión. Pero es cierto que las libertades en nuestro sistema educativo son escasas. Y cuando uno rompe esas no libertades, tienen consecuencias altas. Hoy la escuela no piensa desde la individualidad, como si se hace en cada hogar, sino que piensa únicamente en el grupo. Creo que la iniciativa de revisión de lo sincrónico y lo asincrónico llegó para cambiar rotundamente el sistema educativo. La escuela hasta este tiempo no había tomado dimensión de lo que la virtualidad era capaz de hacer. Un sistema del siglo XIX, con docentes formados en gran parte fines siglo XX, con alumnos y familias del siglo XXI.
El futuro en la educación
P.- ¿Cómo cree que será a partir de ahora la planificación en la educación?
R.- Nadie se hubiese atrevido a imaginar que el 2020 tendría una de las rupturas más grandes de los últimos tiempos en relación a conceptos y dinámicas preestablecidas y bien configuradas. El Covid-19 llegó para poner en jaque el orden social en todas sus aristas, y entre ellas, a la escuela misma. La tibieza en determinadas actualizaciones quedó de lado. De un día para otro, dejamos de conocer la escuela tradicional, para conocer la escuela virtual. Y lo imagino y visibilizo como un gran tsunami. De la noche a la mañana, ya todo dejó de ser lo que era. La escuela es hoy un espacio sin configuración aunque parezca que sí, es hoy un presente con la incertidumbre del futuro desdibujado, sin el horizonte del calendario escolar, sin acreditaciones, sin normativas firmes, hoy dejaron de ser unos pocos los que necesitaban un apoyo a la inclusión y fueron muchos los que se sintieron excluidos, hoy no hay más encuentro, ni horarios, ni mística escolar.
Hoy la escuela es un espacio tácito, donde cada uno decide en qué momento y cómo interactuar. No se aplica más el concepto clásico y seguro. La escuela es una gran incertidumbre social. Entonces sí es válido in situ preguntarnos qué comprendemos por cultura institucional educativa y cómo será al regreso, qué definición podemos atribuir a este trinomio conceptual, cuando la institución perdió corporeidad, porque se fragmentó en cada hogar que recibe la dinámica educativa para intentar generar una cultura de la enseñanza y del aprendizaje. Hoy esta cultura es más que nunca una creación ambiental educativo-familiar. Allí el consejo más de una vez escuchado “papá, mamá, que haga las cosas sola, sola” ya no corre más. Y desde ese punto, la calidad educativa será directamente proporcional a la combinación del trabajo en el hogar con la propuesta del educador, sabiendo todas las variables y dinámicas que podemos focalizar.
La planificación educativa pospandemia deberá partir del hoy. Y hoy ya no existe más el triángulo pedagógico, tenemos el cuadrilátero educativo: estudiante, enseñante, contenido, familia. Entonces la calidad será dar la mejor propuesta que pueda contener estos conceptos. Se ha vuelto a una educación personalizada, pero no personalizante. Como dijimos, no hay un aula que recibe diversas realidades, sino hay un aula que llega a diversas realidades. El cambio es planificado, diagramado y luego implementado. Cuando nos llega como en esta oportunidad solo para implementarlo, es paradigmáticamente complejo. El cambio no nos dio posibilidad de elegir, eligió por nosotros.
En este tiempo es correcto revisar todo lo adquirido, es pertinente comprender y animarse a cuestionar lo establecido. Identidad, innovación e inclusión son los factores que nos ayudarán a definir la propuesta de calidad que queramos encarnar. De tal manera, el sistema educativo completo se encuentra en una etapa de conceptualización de la realidad. Es así que nos encontramos en un estado de licuefacción de lo establecido, donde deberemos luego volver a solidificar nuestra estructura socio-histórico-educativa.
El sistema educativo y sus parámetros de calidad ya no pueden cuestionar más el rol de la tecnología en los ámbitos pertinentes. Pero tampoco pueden negar la gran brecha tecnológica que existe en nuestra sociedad. La conectividad hoy sigue siendo factor de exclusión. Pero nada garantiza a quienes la tengan, poder brindar una propuesta efectiva y eficaz. Hoy el factor autodidacta inundó todas las dimensiones. Es por eso que se puede transformar en una gran dificultad la no aceptación de la pobreza tecnológica, como una nueva pobreza estructural. Es el tiempo donde el acceso a la información y la posibilidad de estar conectados, nos permiten estar o no en la realidad, es decir, no estar a la deriva o en la periferia socio-tecnológica. La alfabetización digital es un gran desafío, cuando comprendemos además que varios factores neuroeducativos no encontraron consensos en estos aspectos. En este último tiempo, por ejemplo, en el nivel inicial, calidad era sinónimo de robótica. Cuando al mismo tiempo se estaba proponiendo como factor compensatorio, la educación emocional. Todos hablan de robótica en la escuela, de kits para aplicar esta novedad en la última propuesta como una gran epopeya de calidad, pero muy pocos comprendieron o formaron desde el pensamiento computacional. Este claro y simple ejemplo nos posiciona en el peligro de la aplicación sin reflexión de la práctica de cualquier modismo pedagógico.
La calidad, en tiempos de pandemia, es lograr que al regresar a la normalidad, la institución reciba a todos sin excluir a nadie, sea valiente de comprender que dinámicas de gestión caducas son las que no favorecen sino más bien entorpecen. Es necesario dedicar tiempo en lo posterior a la reflexión de la calidad, a la comprensión de la vulnerabilidad de lo definido, de lo rígido. Como así también, de forma colateral, replantear un nuevo tiempo de formación para los educadores, para quienes gestionen los centros escolares obligatorios.
Es el ápice de la complejidad de este enorme sistema. Y son las normas con las que debemos jugar. Es pertinente tirar anclas en esta marea, concretas, las justas, en esta reconfiguración de la cultura escolar, tal vez con el esquema que menciona Domínguez(1) donde “el conjunto de normas, creencias, asunciones y prácticas, resultado de la interacción entre los miembros de una organización y de la influencia del entorno, que definen un determinado modo de hacer” hacen también a la escuela del hoy y del mañana. La ingeniería del cambio y sus ciclos son cuestionados, y deben ser discernidos para una nueva realidad. De la cual, todavía no tenemos ninguna certeza.
Quisiera concluir con un ejemplo el presente marco teórico, ilustrando lo que puede ser para la escuela un indicador de calidad. Ni bien surgió toda la problemática de la pandemia, una noticia pasó un poco desapercibida. Los diarios del mundo, en la sección deportiva, decían sutilmente: “Wimbledon, el único Grand Slam con seguro contra pandemia: la millonaria cifra que percibirá tras confirmar su suspensión”. Y luego de estos titulares, la gran pregunta: ¿por qué Wimbledon disponía de seguro contra pandemia? Es simple: analizaron y modificaron sus esquemas luego de la crisis sanitaria del coronavirus SARS/SRAS (Síndrome Respiratorio Agudo Grave) de 2003, es decir, hace 17 años. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), enfermaron 8.098, con un cómputo oficial de 774 personas. Su impacto internacional dista mucho del actual Covid-19, pero Wimbledon tomó nota, se protegió y esta acción le ha dado ahora réditos, aun pagando de media cada año más de millón y medio de libras de seguro (unos dos de euros). ¿No aprendimos nada del 2003 al 2020?, ¿no vimos venir como posibilidad otro embate al sistema educativo y a sus parámetros de gestión del cambio?, ¿necesitaremos de otro episodio para comenzar a gestionar el cambio desde una dinámica protagonista o seguiremos siendo espectadores? Creo que no. Que el mejoramiento irá de la mano de lo preventivo y previsible. Cuando volvamos a la escuela, tendremos que estar pensando que pronto tendremos otra pandemia, y ya tendremos que tener un sistema para que no nos vuelva a suceder lo mismo que nos pasó con el Covid-19.
(1) Domínguez Fernández, G.; Evaluación cambio y calidad en las organizaciones educativas. Editorial Fundec, Argentina, 2000