Con todas las medidas sanitarias y guardando la “sana distancia”, decenas de sacerdotes participaron este martes 4 de agosto en la Misa Crismal que presidió el obispo de Cuernavaca, Ramón Castro Castro, en la iglesia catedral.
A causa de la contingencia sanitaria provocada por la pandemia de Covid-19, la Misa Crismal no se pudo realizar en Semana Santa en ninguna diócesis del país, por lo que Castro Castro aprovechó la festividad de san Juan María Vianney para presidirla.
Cabe mencionar que en esa Iglesia particular la celebración de la Misa Crismal, que tradicionalmente se realiza en Jueves Santo, había tenido que posponerse en dos ocasiones por la misma pandemia.
Durante la celebración, como es tradición, el presbiterio de Cuernavaca renovó sus promesas sacerdotales. El evento fue seguido por todas las parroquias de la diócesis a través de las plataformas digitales de comunicación.
En su homilía, Castro Castro, al referirse al sentido de la renovación de las promesas sacerdotales, pidió a su presbiterio ser conscientes de que “no son vendedores a comisión; ni vendemos seguros de vida; sino testigos gozosos de la Buena Nueva”, dijo.
También pidió a sus sacerdotes estar unidos íntimamente a Jesucristo como lo hace un amigo auténtico, y sin poner ningún precio a la entrega: “Si hay tristeza, resentimiento, insidia en nosotros o entre nosotros, no podemos hablar de esa verdadera amistad con Cristo ni de esa verdadera amistad con nosotros, sino de una torpe complicidad que no nos hace felices ni contribuye a la felicidad de los demás”.
En relación con la impartición de los sacramentos, recordó al presbiterio que no administran sus genialidades ni sus estrategias, sino la salvación del Señor. “Conscientes de ello, logramos quitar las cadenas que tienen presos a nuestro hermanos, sin atarlos a nuestras cadenas. Por amor de Dios, que esto siempre nos quede claro”.
Castro Castro también pidió al presbiterio diocesano tener claro que “la vida de un sacerdote no funciona con un horario comercial, profesional, sino que es toda una vida –no es un trabajo según una mundana mentalidad-, sin poner tarifa a nuestra entrega, sin pretender bienes interesados, según el capricho de nuestro catálogo”.
Aseguró, con voz entrecortada, que la vida de los sacerdotes “sabe de desgastes, de soledades, de incomprensiones, de debilidades, de errores, de callejones sin salida. Una vida que es probada por la vejez, por la enfermedad, pero una vida que no cambia la entrega, que no traiciona el amor y la confianza que Dios ha puesto en nosotros. Que se afana por ayudar y servir a Dios y a sus hermanos, aunque las fuerzas y las circunstancias puedan cambiar por diversas circunstancias, como es esta pandemia”.
Durante la celebración se entregó un reconocimiento a los sacerdotes que celebraron 25 y 50 años de ministerio y el obispo consagró los santos óleos que serán utilizados en las parroquias para la impartición de los sacramentos.