La zona cristiana de Beirut se encuentra “completamente devastada”. Es el balance que realiza a pie de calle el sacerdote libanés Samer Nassif que ha comprobado de primera mano el desastre provocado tras el estallido de 2.750 toneladas de nitrato de amonio de un almacén de la capital de Líbano. Unas 300.000 personas se han quedado sin hogar en una hecatombe que ha provocado al menos 135 muertos, cientos de desaparecidos unos 5.000 heridos.
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“En un segundo, se causó más daño a la zona cristiana de Beirut que durante los largos años de la guerra civil. Tenemos que reconstruirlo todo de nuevo desde cero”, asegura este párroco que confirma la destrucción de al menos diez iglesias. “Los medios de vida han quedado totalmente destruidos por la explosión”, lamenta el padre Nassif que hace un llamamiento a la cooperación internacional para la reconstrucción de la ciudad.
Reserva cristiana de Oriente
Un clamor que ha encontrado eco en la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada, que ha ofrecido una ayuda inicial de emergencia por 250.000 euros, a través de paquetes de alimentos para los afectados, en su mayoría vecinos del área portuaria de la capital de Líbano y varios barrios cercanos, algunos de ellos de mayoría cristiana como Mar Maroun o Achrafieh.
Y es que, Líbano es el único país de Oriente Medio con una amplia presencia y representación cristiana. En los últimos años venía acogiendo a un gran número de refugiados sirios e iraquíes, muchos de ellos cristianos, así como a refugiados palestinos desde hace décadas. Según datos oficiales, el Líbano acoge actualmente a casi dos millones de refugiados, lo que supone cerca de un tercio de su población total.
Como una bomba
El sacerdote carmelita Raymond Abdo, socio de proyectos de Ayuda a la Iglesia Necesitada en Líbano, afirma que “la explosión se sintió como una bomba atómica, dejando un humo rojo en todas partes y provocando un daño enorme”.
Tanto Nassif como Abdo aseguran que después de la larga crisis económica y el coronavirus, la explosión es la estocada definitiva para el pueblo tras una depreciación monetaria sin precedentes, hiperinflación, aumento del desempleo y restricciones bancarias.
Un grito que suscribe el patriarca maronita cardenal Bechara Boutros Rai, presidente de la Conferencia de Patriarcas y obispos católicos del Líbano: “Beirut es una ciudad devastada. Beirut, la prometida de Oriente y el faro de Occidente, está herida. Es una escena de guerra: hay destrucción y desolación en todas sus calles, sus distritos y sus casas“.