Elegante en su andar, esbelta, de carácter tímido, con ojos tan claros como para reflejar su alma suspendida entre la tierra y el cielo: Annalena Tonelli no ha fundado movimientos, ni órdenes religiosas, no ha construido iglesias ni santuarios. Hizo realidad su sueño con determinación y tenacidad, para dedicarse a los últimos de la Tierra. Mujer de frontera, capaz de cruzar todo tipo de fronteras físicas, religiosas y culturales, ha sido definida como la ‘madre Teresa’ de Somalia por sus treinta y cuatro años de servicio incansable, dado a los pobres y enfermos en África.
Mujer incansable, repetidamente agredida, secuestrada, amenazada, pero siempre lista para comenzar de nuevo. El suyo era un “evangelio de hechos”, de obras, hospitales, escuelas: un evangelio de actos diarios y extraordinarios: “El diálogo con otras religiones es esto –subrayó– es compartir. Casi no hay necesidad de palabras. El diálogo es vida vivida, yo, al menos, lo vivo así: sin palabras”.
Nacida en Forlì en 1943, después de licenciarse en derecho para complacer a sus padres, Annalena Tonelli comenzó a estudiar medicina por la noche, porque su deseo ardiente era irse en misión: “Elegí estar para otros: los pobres, los que sufren, los abandonados, los no amados, que yo era una niña y así ha sido y confío en seguir siéndolo hasta el final de mi vida. Solo quería seguir a Jesucristo. Nada me interesaba tanto: Él y los pobres en Él. Por Él tomé la decisión de la pobreza radical… incluso pobre como un verdadero pobre, los pobres con los que mi día está lleno, yo nunca podré serlo”.
En 1970, con veintisiete años, eligí Waijr, una aldea desolada en el desierto del noreste de Kenia, donde, entre las tribus nómadas estrictamente musulmanas, Annalena enseña a los niños y cuida a los enfermos, lucha contra la tuberculosis, el SIDA, el analfabetismo, la ceguera y la mutilación femenina; mujer joven, blanca, cristiana, soltera, Annalena lucha contra los prejuicios.
Expulsada de Kenia por haber logrado documentar fotográficamente la masacre de una tribu perpetrada por el ejército del gobierno, regresó a Italia y se retiró a las ermitas de Umbría y Toscana.
Un año después está de nuevo en África, esta vez en Somalia, en Borama, donde funda un hospital con 250 camas para los tuberculosos y los enfermos de SIDA, además de una escuela para niños sordos y discapacitados. Los poderosos locales decidieron matarla, pero sus enfermos desfilaron delante del jefe del pueblo pidiéndole que le salvara la vida. El 15 de octubre de 2003, a la salida de su hospital, fue asesinada de un disparo en la nuca. Annalena Tonelli, 60 años, treinta y cuatro pasados en África, fue enterrada en Waijr, como era su deseo: todavía hoy, los nómadas del desierto cuentan su historia.
*Artículo original publicado en el número de julio de 2020 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva