Nagasaki es una ciudad japonesa de la costa sudoeste de Kyūshū. Tan importante es el mar en su día a día que su nombre hace referencia al cabo que forma en el mar. Sin embargo, desde 1945 su nombre siempre estará ligado al hecho de que hasta ahora ha sido la última ciudad donde se utilizó un ataque nuclear. Sobre Nagasaki, el bombardero estadounidense Bockscar dejó caer la bomba atómica Fat Man, la segunda detonada sobre Japón y más poderosa que la de Hiroshima. La lluvia y la niebla desecharon otras dos ciudades que iban por delante en la lista de objetivos. Se estima que 35.000 de sus 240.000 habitantes murieron instantáneamente aquella mañana de agosto, seguidos por la muerte de una suma equivalente por enfermedades y heridas.
Cuando se cumplen 75 años de este ataque, Vida Nueva repasa los mensajes de Francisco durante su visita a Japón en noviembre de 2019 y su apuesta por la paz aprendiendo la lección de barbarie que las bombas atómicas han dejado.
“Uno de los anhelos más profundos del corazón humano es el deseo de paz y estabilidad. La posesión de armas nucleares y de otras armas de destrucción masiva no son la respuesta más acertada a este deseo; es más, parecen continuamente ponerlo a prueba. Nuestro mundo vive la perversa dicotomía de querer defender y garantizar la estabilidad y la paz en base a una falsa seguridad sustentada por una mentalidad de miedo y desconfianza, que termina por envenenar las relaciones entre pueblos e impedir todo posible diálogo”, clamó Francisco en su ‘Discurso sobre las armas nucleares’ en el Parque del epicentro de la bomba atómica en Nagasaki el 24 de noviembre de 2019.
El pontífice recordó en Nagasaki que “la paz y la estabilidad internacional son incompatibles con todo intento de fundarse sobre el miedo a la mutua destrucción o sobre una amenaza de aniquilación total; sólo es posible desde una ética global de solidaridad y cooperación al servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la familia humana de hoy y de mañana”.
“Un mundo en paz, libre de armas nucleares, es la aspiración de millones de hombres y mujeres en todas partes. Convertir este ideal en realidad requiere la participación de todos: las personas, las comunidades religiosas, la sociedad civil, los Estados que poseen armas nucleares y aquellos que no las poseen, los sectores militares y privados, y las organizaciones internacionales. Nuestra respuesta a la amenaza de las armas nucleares debe ser colectiva y concertada, basada en la construcción ardua pero constante de una confianza mutua que rompa la dinámica de desconfianza actualmente prevaleciente”, reclamó Francisco desde la zona cero.
“Es necesario romper la dinámica de desconfianza que prevale actualmente, y que hace correr el riesgo de conducir al desmantelamiento de la arquitectura internacional de control de las armas. Estamos presenciando una erosión del multilateralismo, aún más grave ante el desarrollo de las nuevas tecnologías de armas; este enfoque parece bastante incongruente en el contexto actual marcado por la interconexión, y constituye una situación que reclama una urgente atención por parte de todos los líderes, así como dedicación también”, señalaba el Papa. En este escenario, “la Iglesia Católica, por su parte, está irrevocablemente comprometida con la decisión de promover la paz entre los pueblos y las naciones. Es un deber al que se siente obligada ante Dios y ante todos los hombres y mujeres de esta tierra”, ratificaba.
“Con el convencimiento de que un mundo sin armas nucleares es posible y necesario, pido a los líderes políticos que no se olviden de que las mismas no nos defienden de las amenazas a la seguridad nacional e internacional de nuestro tiempo. Es necesario considerar el impacto catastrófico de un uso desde el punto de vista humanitario y ambiental, renunciando al fortalecimiento de un clima de miedo, desconfianza y hostilidad, impulsado por doctrinas nucleares”, reclamó Francisco.