Nelson Sandoval, de 49 años, es un sacerdote franciscano capuchino encarnado en lo más profundo de la Sierra de Perijá de Venezuela. Oriundo del pueblo de San José al pie de esta serranía, no tiene mucho que celebrar este Día Internacional de los Pueblos Indígenas: “El eterno problema, ningún gobierno sabe cómo enfrentar la problemática indígena”.
Lleva 16 años viviendo en el Tukuko, en lo alto de la sierra, defendiendo al pueblo yukpa y barí del olvido gubernamental, que a lo largo de las gestiones chavistas se ha ido agudizando, por ello muchos de sus hermanos indígenas se han tenido que sumar a la diáspora de más de 4 millones de venezolanos.
“Aquí hay una situación bastante fuerte por el tema económico, hay mucha migración, se van hacia Colombia algunos a trabajar en los laboratorios de coca en el Catatumbo y otros se van para la parte alta de la montaña del lado colombiano, porque allí cobran en pesos y eso es más rentable”, lamenta el religioso.
La crisis social, económica y alimentaria también pasa sus facturas a los yukpa y barí: “Estamos frente a un grave cuadro de desnutrición”, porque “no pueden ingerir proteínas, no tienen dinero para acceder a la misma, es bastante fuerte la situación en ese sentido”.
El sacerdote lidera la Cáritas parroquial en el Tukuko, la única Cáritas indígena de Venezuela, con ello sobrelleva la carga de muchas familias, en especial de los niños. Esto forma parte del proyecto nacional Samán, una iniciativa que se ha convertido en el estandarte del trabajo contra desnutrición infantil, por ello “atendemos a niños de 0 a 5 años y a mujeres embarazadas” sobre todo en “esta etapa de mayor desarrollo para ellos”. Allí manejan un comedor.
Es un trabajo que ha considerado bueno, pero que ha tenido que sortear con varios obstáculos, entre estos, la distancia: “Es un territorio sumamente extenso y no damos abasto, algunas veces no podemos llegar a todo el mundo, la gente no llega al comedor, porque vive lejos, entonces con algunas personas, lo que hacemos es darle cada dos semanas el nutrialimento para que lo lleven a sus casas”.
En un discurso político instrumentalista, desde la era del fallecido Hugo Chávez hasta el actual régimen, ha producido un efecto polarizador en el propio pueblo del Tokuko. Por su verbo indignado ante el utilitarismo del Partido Socialista Unido de Venezuela se ha ganado la etiqueta de escuálido (opositor en Venezuela), un estigma con el que ha tenido que sortear.
“A quienes me acusan de ser opositor, les digo que soy libre y que puedo profesar la ideología política que me convenza” y “ciertamente a mí el comunismo nunca me ha convencido, porque como buen cristiano no puedo soportar la incoherencia, decir una cosa y hacer otra”, señala.
Es ese dualismo del chavismo que se aparece solo en elecciones para proclamar los derechos de los indígenas es lo que más le indigna, mientras “este gobierno habla del pueblo hasta la saciedad, resulta que el pueblo come basura, mientras ellos viven como dioses, entonces esa incongruencia yo no la puedo tolerar”.
Sus denuncias han llegado a diarios como el New York Times, no en balde su estilo no ha caído en gracia de quienes detentan el poder en Venezuela al punto que le han llamado El Diablo, por eso “a los que me acusan de diablo, les digo que están descubriendo América, les digo que todos somos pecadores, que todos tenemos algo de diablo, así que les doy las gracias por recordármelo porque tengo que luchar contra mí mismo y contra mis demonios familiares”, ironiza.
A pesar de que la zona geográfica donde hace misión no es amazónica, considera que el Sínodo “es una oportunidad para toda la Iglesia. Aquí lo más importante para rescatar de este trabajo sinodal es la conservación del medio ambiente, nuestra casa común como la llama al Papa Francisco”.
Incluso como franciscano capuchino “imagínate que para nosotros este es el mayor de los compromisos” de allí que “estamos tratando de idear algún tipo de trabajo con los muchachos de la escuela”, en ese sentido “siempre hemos venido creando conciencia social, ambiental y ecológica”.
Al respecto ha reiterado que “lo más complejo de hacer misión en una comunidad polarizada políticamente es crear conciencia” en relación con la importancia de generar espacios sostenibles y sustentables para “no depender de las migajas que da el gobierno a cambio de votos”.
“El hecho que le den una caja de comida no es señal que un gobierno te dignifica”, al contrario, “lo hace solo para que dependas” bajo esa lógica aún ve un futuro muy negro sobre Venezuela con unos líderes dedicados “a hacer el mal” con tal de “hacerse con el poder”.
Con las dificultades a cuestas, como hombre de fe, “sí veo con esperanza que podamos salir de esta gente malvada y perversa que nos está gobernando” como ve con mucha esperanza “la cantidad de personas que se han dedicado a trabajar por hacer el bien y por ayudarnos en medio de esta situación tan terrible que nosotros estamos” en tiempos de Covid-19.
Jamás ha pretendido ser un superhéroe ni hombre de farándula, tan sólo “soy un consagrado que busca velar por el bien de los hermanos y eso es lo que hago sin ningún aire de grandeza”. En ese camino misionero ha tenido que enfrentar a funcionarios del gobierno y a la propia guerrilla colombiana.
Fray Nelson sigue apostando a la educación. En el Tukuko está a cargo de una escuela rural en todos los niveles desde el preescolar hasta el bachillerato. Son 716 estudiantes de los cuales unos 30 viven en modalidad de internado, pues sus familias viven muy lejos del poblado. Sin duda las nuevas generaciones de indígenas son las semillas de esperanza. En años recogerá esos frutos, sobrarán motivos para celebrar.