“En la lucha civil y no violenta pueden arrestarte, condenarte, incluso puedes morir, pero estas no son razones para abandonar; de hecho, estamos luchando por una justicia que funcione y para que no haya más sentencias injustas, lo hacemos para las generaciones futuras”, dice Rebecca Kabugho, en una entrevista en la película ‘Congo lucha’ de Marlène Rabaud.
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Hoy Rebecca es una mujer fuerte, sonriente y decidida, como la joven que conocí por primera vez en 2016 en Goma, una mujer que sigue mostrando un orgullo y entusiasmo contagiosos por haber luchado por causas justas y nobles.
Rebecca y yo nos conocimos por primera vez en 2016, en el jardín de Cáritas de Goma, en la región de Kivu del Norte en la República Democrática del Congo. En ese momento había sido liberada de la prisión después de cumplir una condena de seis meses por organizar manifestaciones no violentas contra el entonces presidente Joseph Kabila, y había retomado enseguida su lugar en las filas del movimiento civil y no violento Lucha (Lutte pour le Changement – Lucha por el cambio). A los 21 años, con ese arresto, se convirtió en la presa política más joven del mundo.
En un Congo en el que la población vive desde hace decenios prisionera entre un estado depredador y corrupto y cientos de grupos rebeldes que hacen de la violencia contra las poblaciones locales el instrumento de control de las riquezas del subsuelo, Lucha abandera un movimiento civil que quiere participar en primera línea en el debate político del propio país. Un país por el cual las enormes riquezas en materias primas representan en realidad precariedad y guerra para su población.
Objetivo: el bien común
En 2016, Rebecca participaba en las acciones no violentas del movimiento, llamando a las puertas para hablar con la población, distribuyendo panfletos que animaban al pueblo congoleño a decir “Bye bye a Kabila”. El mandato de Kabila terminaba el 19 de diciembre de ese año pero el presidente no daba señales de querer organizar las elecciones según los dictámenes de la constitución, después del final de dos mandatos consecutivos, la necesidad de una alternancia democrática a la presidencia del país.
Me contó que se había acercado al movimiento por voluntad propia, de pertenencia a un grupo de personas con las cuales compartía la misma visión, las mismas indignaciones y la misma esperanza para el Congo, para África y para toda la humanidad. Era necesario construir y reforzar un movimiento que no tuviera entre sus objetivos el de tomar el poder, sino que obligase a quien tenía el poder a ejercitarlo por el bien común. Era el 2013 y Rebecca tenía 19 años. En el 2016, Rebecca era una estudiante de psicología en la Université Libre des Grands Lacs en Goma.
El arresto y la condena de seis meses la obligaron a abandonar sus estudios, que luego pudo reanudar y terminar en una carrera de obstáculos que consistía en amenazas, intimidación, acusaciones injustas y una docena de arrestos. No sé cuánto tiempo pasó en prisión en total, mucho más de los seis meses del arresto de 2016. Cuando en 2017 invité a Rebecca a venir a Bruselas para hablar en el Parlamento Europeo en una conferencia pública que había organizado como directora de la Red Europea para África Central –EurAc– estaba claro que los arrestos no habían debilitado su motivación y el compromiso, fruto de la indignación hacia la mala gestión pública y las frecuentes injusticias en el Congo.
Mejorar las condiciones
Junto con el tema estrictamente político de las elecciones y el poder, Rebecca se ocupaba y sigue ocupándose de problemas sociales, como el acceso al agua potable, la electricidad, la educación y el empleo, pidiendo una inversión para mejorar las infraestructuras en el país y mejorar las condiciones de vida de las comunidades que enfrentan condiciones muy precarias.
El compromiso inquebrantable de Rebecca le ha permitido darse a conocer incluso fuera del Congo. En marzo de 2017, recibió el premio internacional Women of Courage, gracias al cual las mujeres de todo el mundo son recompensadas todos los años por mostrar coraje, fortaleza y liderazgo. Cuando le pregunté a Rebecca cuáles eran las ventajas de ese premio, se centró en la capacidad de poder ampliar sus horizontes y conocer a otras mujeres que luchan todos los días por causas igualmente nobles. Sin subestimar la importancia del hecho de que gracias a la visibilidad obtenida, Lucha pudo dar a conocer su lucha más allá de las fronteras del Congo “haciendo que la voz de los que no tienen voz llegue al mundo entero”.
Hoy Rebecca ha comenzado a colaborar con un artista congoleño que vive en París, Yves Mwabma: sueñan con completar y llevar a cabo un espectáculo teatral que habla sobre la lucha no violenta en el Congo. La lucha continúa en diferentes formas, pero el objetivo es siempre el mismo: “Hacer de la República Democrática del Congo un nuevo país en el que la justicia social y la dignidad humana puedan reinar, en el que los hijos e hijas del país puedan enorgullecerse de ser parte de él, un Congo que promueve la dignidad de sus comunidades y que haga emerger el país en el corazón del desarrollo de África y el mundo”.
*Artículo original publicado en el número de junio de 2020 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva