“Una monja triste es una triste monja”, repetía a menudo Teresa Cepeda y Ahumada a sus hermanas. Consciente de la advertencia de la santa de Ávila y reformadora del Carmelo, a cuya familia religiosa pertenece, Martha Pelloni siempre sonríe. No es una pose, es el resultado de una lucha interna diaria contra la resignación, el desánimo, la angustia, la paralizante sensación de impotencia. Los únicos sentimientos posibles para aquellos que han optado por estar al lado de los esclavos del siglo XXI.
Mujeres –muy jóvenes, a menudo adolescentes– compradas, vendidas, usadas y tiradas a la luz del sol, gracias a la connivencia entre poderes políticos, económicos y fuerzas de seguridad. Ocurre en todas partes: el tráfico es una emergencia global. En los territorios, donde la vida pública gira en torno a pocas grandes dinastías semifeudales, son más problemáticos. Como San Fernando del Valle de Catamarca. Allí, a casi mil kilómetros de “su” Buenos Aires, la hermana Martha fue catapultada en 1976, en plena dictadura militar: a la edad de treinta y cinco años, la religiosa de la congregación de las misioneras carmelitas teresianas se encontró trabajando junto al obispo Alberto Devoto, defensor histórico de los derechos humanos.
Una experiencia importante. En ese momento, la monja se dedicó apasionadamente a la enseñanza y la formación. En 1990, fue rectora del colegio Carmen y San Giuseppe cuando, casi al final del año escolar, una de las graduadas, María Soledad Morales, fue secuestrada, torturada y asesinada. El 10 de septiembre, unos obreros encontraron su cuerpo desfigurado al borde de un camino, en la periferia de la ciudad: dos días después habría cumplido 18 años. La policía hizo de todo para cubrir el crimen y garantizar la impunidad a los “hijos del poder”: vástagos de la élite local en los que convergieron los indicios.
“Los señores de la noche, padrones de la ciudad y de la vida de las mujeres, especialmente de las más pobres. Amantes de las fiestas con luces rojas, a base de alcohol, droga y chicas. María Soledad no era la primera. Y no sería la última. Todo el colegio esperaba una respuesta. Para mí, fue como una nueva llamada del Señor. Una vez más, dije sí. Junto a los familiares, amigos y compañeros de escuela decidimos rasgar el velo del silencio, a costa de ponernos contra políticos, agentes y magistrados”. Las marcas del silencio, callados actos de acusación de miles de mujeres y hombres, bajo el sol y la lluvia, obligaron a las autoridades a intervenir, aunque los más poderosos se salvaron.
“No terminó ahí. La historia de María Soledad me ha obligado a tomar nota de una realidad que hasta entonces no había visto. Desde la pastoral social empecé a recibir denuncias de chicas violadas, secuestradas, víctimas de trata, de todo tipo de abuso. No podía alejarme frente al grito de ayuda. María Soledad fue mi punto sin retorno”, cuenta sor Martha en la residencia de las carmelitas de Santos Lugares, en la provincia de Buenos Aires, donde vive desde hace más de un año, después de la jubilación oficial.
A los 79 años, la religiosa prosigue su batalla por la dignidad femenina, en el nombre del Evangelio, con Infancia robada, red formada por 35 forums dispersos por el país, en primera línea en la sensibilización y en la denuncia de la trata y en la recuperación de ex esclavas. “La trata roba a las personas sus propios derechos. Por eso, es un deber cristiano combatirla. El Evangelio pide luchar contra todo lo que denigra al ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios”, afirma la religiosa “feminista”, como la llaman muchos, a quien el papa Francisco, hace dos años, pidió que siguiera “haciendo lío”.
“Me envió un mensaje diciéndome exactamente eso… Lo conozco de cuando era arzobispo de Buenos Aires y era muy sensible respecto a las nuevas esclavitudes. Le aprecio mucho”. El entonces arzobispo Bergoglio estuvo cerca de ella en algunos momentos difíciles, marcados por amenazas, incomprensiones, acusaciones. Martha es una figura incómoda. Al principio del año 2000, en Goya, en la provincia de Corrientes, donde fue trasladada en 1992, destapó un negocio rentable de adopciones ilegales.
“Venían a verme jóvenes empleadas del hogar y me confesaban que eran regularmente abusadas por los “hombres de familia”. Algunas, que se quedaban embarazadas, si no querían perder el empleo, tenían que ceder en adopción al niño. Sospeché que detrás había un negocio perverso. Fueron necesarios seis años de investigación pero, al final, tuve la prueba cuando una de estas chicas, que iba a dar en adopción al hijo a una pareja alemana, se arrepintió y me contó todo. Y se descubrió que una política local y su marido habían organizado una auténtica compraventa de pequeños en el extranjero”.
En el 2008, en Lavalle, cerca de Goya, la obstinada carmelita señaló al jefe de la policía. “Todo el mérito fue de la valentía de Estelita. Durante un año esta quinceañera fue secuestrada dos veces al mes, violada y obligada a prostituirse durante días y después devuelta a casa por los mismos agentes que la habían torturado. Al final no pudo más y reveló los nombres de sus torturadores. De esas violaciones tuvo un niño, nacido el día de Navidad y que, por eso, se llama Jesús: acaba de terminar el instituto y me llama abuela”.
Gracias al compromiso de Martha e Infancia robada, Argentina ha aprobado importantes medidas contra la trata, la violencia de género, los abusos a menores. A la vez, las formas de esclavitud se multiplican junto a las mafias, favorecidas por la corrupción. Los dos hombres reconocidos culpables del homicidio de María Soledad son libres. Pero Martha no pierde la sonrisa. “Lo he aprendido de Santa Teresa, mi fuente de inspiración, una mujer de fuertes sentimientos, una luchadora”. La mística de Ávila había aprendido a no dejarse turbar por las derrotas ya que, para ver los frutos, es necesario tiempo. Y el tiempo es de Dios: al ser humano se le concede sembrar. La paciencia todo lo alcanza, decía. La paciencia lo consigue todo.
*Artículo original publicado en el número de junio de 2020 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva