“¿Dónde está Dios en esos casos? La respuesta: Dios está en la cruz contigo, sufriendo contigo, llorando contigo, caminando contigo. Pero Dios también está acogiendo al difunto con misericordia”, señala el cardenal Juan José Omella, arzobispo de Barcelona y presidente de la Conferencia Episcopal Española, al mirar atrás y contemplar el sufrimiento que mucha gente ha experiementado durante la pandemia por el coronavirus.
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El mal de la división
En una entrevista en el diario El Mundo, el prelado invita a “luchar contra el mal, y al mal se le vence unidos, todos juntos en torno a los valores que nos construyen como sociedad democrática, libre, justa, solidaria y fraterna. El mal se vence a fuerza de bien, dice Jesús. Unámonos a Dios y entre nosotros, porque el demonio existe”. Y es que, denuncia, “a nivel político y a nivel religioso, porque también el mal de la división actúa dentro de la Iglesia”.
“Los obispos sufrimos con el sufrimiento de la gente, nos preocupa la situación socioeconómica y sociorreligiosa que hay en estos momentos, y eso a veces nos alarga un poquito la cara. Pero también sabemos descubrir los brotes verdes, los signos de esperanza”, apunta.
Un cura de pueblo
Más allá de la situación actual, el arzobispo confiesa que pasa sus vacaciones en su pueblo Cretas, donde “hago de cura de pueblo”. También, en ocasiones, se retira “en un monasterio 15 días, en silencio absoluto, y dedicarme a orar, a descansar, a pasear. Me hace mucho bien”. O visita a sacerdotes en tierra de misión.
A los sacerdotes les pide “coherencia” incluso cuando llega una crisis de fe. “En esos momentos de oscuridad, cuando no sentimos a Dios cerca, pueden emerger dudas, puede surgir la pregunta sobre qué es lo que hay realmente después de la muerte. Pero creo que eso es lo bonito: es una llamada a fiarnos, a fiarnos de Dios y de su Palabra”, apunta.
Mirando al papa Francisco, señala que “Jesucristo, en el Evangelio, nos muestra claramente que el Señor ama a todos, tanto a los ricos como a los pobres. Pero tiene una preferencia especial por los pobres, por los más frágiles, por los pecadores. Y el Papa, igual: quiere a todos, saluda a todos, recibe a todos. Pero se le nota una predilección hacia los pobres y los más indefensos”, concluye.