“El obispo Clemens Pickel me pidió que viviera temporalmente en la casa parroquial hasta que hubiera un nuevo párroco. Y acepté con gusto. Como trabajaba como contable en una empresa, poco a poco empecé a hacerme cargo de la administración de la parroquia; preparé los documentos que firmaba el padre Joseph Matis, cuando venía los domingos de Volgogrado. En 2015, para simplificar la situación, fui nombrada administradora de la parroquia”. Así es la historia de Natalia Kilina (a la derecha del obispo en la foto), responsable de una comunidad parroquial en la diócesis rusa de Volgogrado.
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“Me encanta lo que hago”
“La gente entiende que en la diócesis no todas las parroquias tienen sacerdotes”, cuenta en una entrevista a la agencia SIR, en la que ratifica que hay un sacerdote de referencia con el que se toman las decisiones “importantes”. Natalia Kilina nació en Kazajstán aunque hoy vive en la ciudad de Kamyshin, en el sur de la Rusia europea, donde dirige la parroquia católica de la ciudad.
Una responsabilidad que le supone varios frentes: “trabajo administrativo, que también implica la participación en eventos públicos en la ciudad; la gestión de los espacios, lo que significa cuidar de la iglesia y el territorio adyacente, adquiriendo los fondos necesarios para ello. Luego está el trabajo social: visitando a los ancianos, junto con un sacerdote u otros feligreses, ayudándoles a comprar medicinas y alimentos, visitando a las familias católicas que viven cerca de Kamyshin con el sacerdote, enviando información a través del grupo Whatsapp de la parroquia, y mucho más. Y luego está el servicio de la iglesia, que significa preparar lo necesario para la misa del sábado o el domingo. Si hay una celebración o fiesta en otro día de la semana, nos reunimos independientemente para la liturgia de la Palabra, que yo dirijo. Me encanta lo que hago”, sentencio.
Oportunidades para las mujeres
“Para los feligreses, se ha convertido en algo muy normal. Todos saben que en cualquier momento pueden buscarme si me necesitan”, sentencia. “A veces hay gente para la que mi estado de vida no está del todo claro, por qué no estoy casada y no tengo hijos y por qué hago todo esto. Pero la curiosidad está ligada al descubrimiento de que se puede vivir de forma diferente”, añade sin darle mucha importancia a las habladurías.
“Me parece que hay muchas otras oportunidades para las mujeres en la Iglesia, además del sacerdocio, para darse cuenta de sus habilidades y talentos. Si queremos tener algo que ver con el sacerdocio, nuestra tarea es como mujeres, madres, dar a luz y criar a un futuro sacerdote; como hermanas o amigas, apoyarlo en esta vocación, rezar por él, colaborar con él, ayudarlo en su ministerio y ayudarlo, en la medida de lo posible, a mantener su vocación en el camino de la vida. Y este no es un papel secundario, sino uno muy importante para una mujer”, sentencia.