Es curioso como muchas veces las personas que son capaces de infundir la mayor esperanza son quienes más sufren directamente la barbarie del odio. El ejemplo de Maximiliano Kolbe, el santo que celebramos hoy que ha fascinado a los últimos papas sigue rompiendo el silencio de la barbarie. Por eso Francisco escribió durante su vista al campo de concentración de Auschwitz: “¡Señor, perdón por tanta crueldad!”.
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De la misión al martirio
El prisionero 16670 del campo de concentración de Auschwitz pasará a ser conocido en todo el mundo por la callada hazaña que sucedió un día como el de hoy, de 1941. Cuando el franciscano Maximiliano Kolbe dio un paso al frente ofreciendo su vida para salvar la de un padre de familia, la misericordia hasta el extremo conquistó un lugar de muerte, barbarie y destrucción.
Maximiliano nació el 8 de enero de 1894 en Polonia y entró siendo muy joven en los franciscanos, donde destacaría por sus entusiastas propuestas. Diseñó un cohete que posibilitaría el desarrollo de la tecnología espacial pocos años después, fundó publicaciones para combatir la propaganda anticlerical, incluso se ofreció para encabezar una expedición misionera a China y Japón. Desde el convento hasta Austchwitz en aquel verano de 1941 cuando se cambió por uno de los 10 ajusticiados tras una fuga del campo. En la llamada celda del hambre murió por una inyección de fenol administrada por los nazis. El padre de familia no lo olvidará nunca.
Las visitas de los papas
Personajes de la talla de Maximiliano Kolbe o Edith Stain son testimonio del desgarrador grito del silencio de Dios en Auschwitz. Silencio que reinó en la visita que el papa Francisco hizo durante una mañana al famoso campo de exterminio. “¡Cuánto dolor! ¡Cuánta crueldad! ¡Cómo es posible que nosotros, hombres, creados a semblanza de Dios, seamos capaces de hacer lo que se ha hecho”, diría horas después de la visita a quienes acudieron a darle las noches frente al balcón del arzobispado tras rezar un ‘Via crucis’ en el que era imposible que los testimonios de las víctimas y supervivientes no rondase las cabezas.
Durante dos horas, Francisco entró por la puerta principal, recorrió barracones, escribió en el libro del campo aquello de “Dios, ten piedad de tu pueblo. Señor, perdón por tanta crueldad”, abrazó a 11 supervivientes, rezó en los patios y en la celda de confinamiento de Maximiliano Kolbe, encendió una lámpara ante el muro donde eran ejecutados algunos reclusos disparados por la espalda, saludó a 25 ‘Justos de las naciones’ –los reconocidos como declarados luchadores para salvar judíos y detener el Holocausto–, besó el madero de la horca… Clamoroso silencio, grito elocuente de Francisco y su defensa de las víctimas.
Un alemán en Auschwitz
Años atrás, el 28 de mayo de 2008, el papa Benedicto XVI también visitó el campo durante su viaje a Polonia. Además de estas en algunas partes significativas del campo, pronunció un interesante discurso en el que se presentó como “un Papa que proviene de Alemania” y que reconoce el “horror”, la “acumulación de crímenes contra Dios y contra el hombre que no tiene parangón en la historia” cometidos bajo dicha institución. Ahí reivindicó el silencio: “En un lugar como este se queda uno sin palabras; en el fondo sólo se puede guardar un silencio de estupor, un silencio que es un grito interior dirigido a Dios: ¿Por qué, Señor, callaste? ¿Por qué toleraste todo esto?” Un silencio que interpela hasta afirmar que es muy difícil, o incluso imposible, hacer teología o teodicea después de Auschwitz. “Este silencio se transforma en petición de perdón y reconciliación, hecha en voz alta, un grito al Dios vivo para que no vuelva a permitir jamás algo semejante”, recalcó.
Reiteró Benedicto XVI su origen y su llamada a la reconciliación: “Yo estoy hoy aquí como hijo del pueblo alemán, y precisamente por esto debo y puedo decir como él [Juan Pablo II]: No podía por menos de venir aquí. Debía venir. Era y es un deber ante la verdad y ante el derecho de todos los que han sufrido, un deber ante Dios, estar aquí como sucesor de Juan Pablo II y como hijo del pueblo alemán, como hijo del pueblo sobre el cual un grupo de criminales alcanzó el poder mediante promesas mentirosas, en nombre de perspectivas de grandeza, de recuperación del honor de la nación y de su importancia, con previsiones de bienestar, y también con la fuerza del terror y de la intimidación; así, usaron y abusaron de nuestro pueblo como instrumento de su frenesí de destrucción y dominio”.
Contemplando las lápidas en lengua hebrea, en polaco, en la lengua sinti o cualquier dialecto de los gitanos, en ruso o en otras lenguas europeas como la propia lengua alemana –como la de Edith Stein y su hermana–… el papa emérito rezó contra la barbarie surgida de su pueblo, de nuestra humanidad.
El primer papa
Como bien recordaba Benedicto XVI, el primer papa en entrar con su sotana blanca al campo de concentración fue Juan Pablo II que celebró la misa en el sitio el 7 de junio de 1979, un jueves dentro de su ‘Peregrinación apostólica a Polonia’. Con paso tranquilo cruzó el umbral del campo, visitó el bloque 11 donde encerraban a los represaliados por huidas en el campo como Maximiliano Kolbe donde estaba Franciszak Gajownizek, el prisionero por el que el franciscano radiotelegrafista se intercambió. Después, ante el muro de la muerte dejó un ramo de crisantemos.
Durante la misa en Birkenau, destacando la entrega de Kolbe o Edith Stein clamó: “En el lugar en que fue pisoteada de modo tan horrendo la humanidad, la dignidad humana – ¡Victoria del ser humano!” Recordando que el campo está en la diócesis de la que fue arzobispo, se presentó como “un peregrino” para “mirar, junto con vosotros, independientemente de vuestra fe, una vez más a los ojos de la causa del ser humano”.
“Vengo pues y me arrodillo en este Gólgota del mundo contemporáneo, sobre estas tumbas, en gran parte sin nombre, como la gran tumba del Soldado Desconocido. Me arrodillo delante de todas las lápidas de Birkenau, en las que se ha grabado la conmemoración de las víctimas de Auschwitz en las siguientes lenguas: polaco, inglés, búlgaro, cíngaro, checo, danés, francés, griego, hebreo, yidis, español, flamenco, serbo-croata, alemán, noruego, ruso, rumano, húngaro, italiano”, enumeró resaltando después las inscripciones hebreas. “A nadie le es lícito pasar delante de esta lápida con indiferencia”, reiteró.
Para el papa polaco “Auschwitz es una cuenta con la conciencia de la humanidad mediante estas lápidas que dan testimonio de las víctimas que habían perdido las naciones. Auschwitz es un lugar que no basta solo visitarlo. Durante la visita hay que pensar con temor dónde están las fronteras del odio”.