Un intercesor clásico en tema de “pestes” y pandemias a la hora de dirigir unas rogativas, es san Roque de Montpellier, cuya fiesta –en formato confinamiento y distancia social– se celebra este 16 de agosto. Este peregrino del Tercera Orden de san Francisco es representado con un perro que lleva un pan en la boca y mostrando las llagas recuerdan su peregrinaje por toda Italia curando a los enfermos de la peste. Por ello es el protector de hospitales y cofradías dedicados al cuidado de las epidemias. Son tantos los pueblos que están bajo su patrocinio que es el protector habitual de peregrinos, enfermeros, cirujanos –además de los perros–.
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El santo peregrino, preocupado por los enfermos
Dicen los estudios franciscanos que san Roque ha sido, entre finales del siglo XV a comienzos del XIX, uno de los santos más venerados del mundo católico. Aunque es un santo en el que lo legendario se mezcla con los pocos datos que con certeza se saben de su vida. Roque nació en el siglo XIV en Montpellier, capital de la región del Languedoc en Francis, hijo de familia noble y rica. A los 20 años, tras haberse quedado huérfano de padre y madre, vendió sus bienes y los distribuyó entre los pobres siguiendo el mandato del Evangelio.
Ingresó entonces en la Tercera Orden de San Francisco, abandonó su casa y su patria para convertirse en peregrino de Dios, mendicante y mensajero del Evangelio. Así puso rumbo a Roma, pero se encontró con la enfermedad de la peste. Entonces se ponía a asistir a los enfermos, tanto física como espiritualmente. Las curaciones le hicieron famoso. En la ciudad de Piacenza se contagió, lo que le produjo llagas en una pierna, teniendo que dar por concluida su peregrinación. Se retiró a un lugar solitario, en el que un perro le llevaba cada día el pan para poder sobrevivir, aunque finalmente se curó. En el norte de Italia fue detenido acusado de espionaje y murió en prisión.